Jonathan Franzen hace largos en una piscina
El Hay de Cartagena de Indias vuelve con fuerza a ocupar los salones, caf¨¦s y pasillos de la ciudad caribe?a
Jonathan Franzen, o un hombre que se parece a Jonathan Franzen, hace largos en la piscina de una azotea con la bah¨ªa de Cartagena de Indias de fondo. Veleros en el horizonte, edificios de veinte plantas y un viento que embravece el mar. El Hay Festival de Colombia se celebra en un centro de convenciones con suelo de moqueta y el aire acondicionado a tope, pero las estampas m¨¢s extraordinarias de los autores a veces se encuentran en sus alrededores. Daniel Mordinzki, el retratista de los grandes, los pone a saltar por el malec¨®n o los enmascara solo para convertirlos en personas, su etimolog¨ªa.
La cita literaria ha recobrado la presencialidad dos a?os despu¨¦s. Se ha vuelto a la normalidad, aunque a una normalidad embozada. El uso de la mascarilla es recurrente en todos los eventos. En la Casa Hay, un sal¨®n di¨¢fano con sof¨¢s, lugar de reuni¨®n de todo el mundo, epicentro del chisme, los hay que siempre tienen un caf¨¦ en la mano para tener una excusa. Ah¨ª no dejan respirar a Piedad Bonnett mientras trata de dar una entrevista. Una escritora que vive abrumada por los miles de libros de su biblioteca en Bogot¨¢, cada vez mayor, m¨¢s invasiva, como la vegetaci¨®n de la selva. Le dan escalofr¨ªos cuando escucha al comprador ambulante de libros que recorre la capital con un meg¨¢fono.
Las risas provenientes de una sala se escuchan desde el pasillo. Dentro, Mart¨ªn Caparr¨®s escandaliza a la audiencia. La corrupci¨®n es un tipo de ideolog¨ªa, se explaya el autor de ?am¨¦rica. Es m¨¢s, nace del catolicismo. Ah¨ª la llevas, Monserrate. Qu¨¦ mayor forma de corrupci¨®n que expiar los pecados con un cura, contin¨²a. Pagar para quedar libre, para redimirse. Las carcajadas se vuelven murmullo. Despu¨¦s pasar¨¢ m¨¢s de una hora firmando libros a los que dej¨® mudos.
La intelectualidad latinoamericana camina por las calles de esta ciudad amurallada. Sobre todo la rola, la bogotana. Es f¨¢cil identificarlos, visten camisa de gasa y pantalones de explorador, como sacados de Memorias de ?frica. As¨ª va vestido Ra¨²l Zurita, confundiendo a todo el mundo, con un traje claro y unas sandalias de romano. Sentado en un sof¨¢, solo, entre compromiso y compromiso, junto a una mesa en la que Franzen habla de divorcios, a veces cae en la cuenta de que quiz¨¢ sea el mayor poeta vivo.
Pero que no se conf¨ªe, el ¨¦xito tambi¨¦n agota. El a?o y medio de Pilar Quintana, con dos libros triunfales, es de v¨¦rtigo. Llega a los 50 exhausta. Llena la sala, la firma de libros y las horas de entrevistas. Parece agotada despu¨¦s de todo el tute. Solo alguien m¨¢s venida estos d¨ªas de fuera lleva ese ritmo: Irene Vallejo. Todos quieren hablar con ella. Un locutor de radio, que no lograba localizarla, moviliz¨® a toda su redacci¨®n para tenerla en antena estos d¨ªas. Era cuesti¨®n de supervivencia.
Tampoco Cayetana ?lvarez de Toledo deja indiferente. Habla del burro de Troya de la democracia, un concepto muy visto en Espa?a, pero que aqu¨ª resultaba novedoso. El moderador era Carlos Gran¨¦s. La pol¨ªtica se gana al p¨²blico, pero ay, enfrente tiene a Sandra Borda. Se juntan dos pol¨ªticas que se dicen liberales pero que no tienen nada que ver y, claro, salta alguna que otra chispa que no llega a prender. No hay miedo. Se hubiera apagado con el aura de Manuel Vilas, que ha venido a hablar del amor en la madurez y la belleza de la cotidianeidad.
Los hay que no puede dejar de ser editores ni un momento. Una seguidora se acerca a Felipe Restrepo Pombo para declararle su admiraci¨®n. Le dice que lleva siempre consigo, en su aventura por empezar a escribir, una frase: ¡°no hay mejor cr¨ªtico que uno mismo¡±. Restrepo la escucha con atenci¨®n, atento, pero al final no puede morderse la lengua: ¡°Es mayor cr¨ªtico que uno mismo, en realidad¡±.
La noche acaba en el Quiebracanto, un lugar de salsa de tres plantas, con las ventanas abiertas de par en par, una terraza estrecha donde se mezclan los cuerpos. Las agentes literarias reciben manuscritos de j¨®venes escritoras, Vanessa Londo?o est¨¢ a punto echarse un baile, Villoro se acaba un trago y por ah¨ª lejos aparece Jon Lee Anderson. El Hay ha vuelto.
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Babelia
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