¡®Competencia oficial¡¯: divertido duelo interpretativo entre el m¨¦todo y el estrellato con Banderas y Pen¨¦lope Cruz

Las pel¨ªculas y las obras de teatro de duelo actoral entre dos modos de ver la interpretaci¨®n suelen trascender el arte para alcanzar a la vida. Sus protagonistas, marcados por el ego, pero tambi¨¦n por la vulnerabilidad en una profesi¨®n con la indeleble marca de la inseguridad, parecen prestos para la desconfianza y, m¨¢s all¨¢, tambi¨¦n para el rencor y hasta para la humillaci¨®n. Competencia oficial, divertido artefacto de los siempre interesantes directores argentinos Gast¨®n Duprat y Mariano Cohn, comedia negra de cine dentro del cine, sube la apuesta a tri¨¢ngulo de arrogancias: dos actores radicalmente opuestos y una directora de muy especiales m¨¦todos ensayan antes del rodaje de lo que aspira a ser una obra maestra.

Pen¨¦lope Cruz es esa cineasta que con apenas tres pel¨ªculas se ha labrado una gran autoridad. Antonio Banderas es una estrella millonaria y global, asociada a la vieja escuela: la de la sencillez, el carisma y el truco interpretativo; la del colirio y la mirada arrasadora. ?scar Mart¨ªnez es el prestigio del m¨¦todo, del teatro y de la intelectualidad; el maestro que vive cada papel. En los tres hay imposturas, pero tipos de simulaci¨®n tan distintos que el papel que deben ensayar, el de dos hermanos que se odian, acrecienta a¨²n m¨¢s las reticencias entre ellos. Por ah¨ª pululan combates interpretativos como los de La huella, basada en la obra de Anthony Shaffer; La sombra del actor, basada en una pieza de Ronald Harwood; Matar o no matar, este es el problema, dirigida por Douglas Hickox, y El veneno del teatro, obra teatral de Rodolf Sirera, con m¨ªtico montaje protagonizado en su d¨ªa por Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero y Manuel Galiana.

Duprat y Cohn, en su primera pel¨ªcula fundamentalmente espa?ola, aunque con participaci¨®n argentina en la coproducci¨®n ¡ªy con Mart¨ªnez, claro¡ª, a?aden una cuota de conceptualismo a su funci¨®n: juegos con las l¨ªneas rectas arquitect¨®nicas del moderno edificio donde ensayan; momentos cercanos a la abstracci¨®n, como la m¨¢quina destructora de premios o las performances perge?adas por el personaje de la directora. L¨ªneas de actuaci¨®n que ya aparec¨ªan, en mayor o menor medida, en las estupendas El hombre de al lado y El ciudadano ilustre, y en la m¨¢s desigual Mi obra maestra (esta, de Duprat en solitario). Apuestas por el enfrentamiento en torno al arte y a la vida, a la sensibilidad y a la supercher¨ªa, al sentido com¨²n y al fuego de artificio, de las que Competencia oficial es inevitable hermana.

Mejor cuando est¨¢n ellos tres solos que en las contadas secuencias colectivas, la pel¨ªcula quiz¨¢ no acabe de redondear su negrura, que la tiene, porque en el fondo hay m¨¢s cari?o que ferocidad por sus personajes. Y, como no pod¨ªa ser de otro modo teniendo en cuenta sus int¨¦rpretes, en ellos est¨¢ buena parte de lo mejor del espect¨¢culo. Cruz arriesga con una ins¨®lita dicci¨®n, a la que ha aportado un ligero frenillo: un recurso que, en un ejercicio de curiosidad extr¨ªnseca, casi parece malvado imaginar como una idea de la actriz en oposici¨®n a los directores (o viceversa). Mart¨ªnez est¨¢ tan s¨®lido como siempre. Y Banderas, con un toque de comedia superior, es el que provoca las mejores carcajadas, adem¨¢s de demostrar ambos, como int¨¦rpretes de unos int¨¦rpretes, la enorme variedad de matices con que se puede decir la frase, en apariencia, m¨¢s sencilla del mundo.