Necesitamos un refugio
Tiendo a pensar que los seres humanos, como cualquier otra especie, nos parecemos en lo b¨¢sico: lo que buscamos en la vida es protegernos de la amenazante intemperie
Aviso: no es nostalgia sino cierta melancol¨ªa por pensar que en estos tiempos inciertos faltan refugios. Usar estos d¨ªas la palabra refugio es apelar inevitablemente a criaturas que se protegen de las bombas, pero tambi¨¦n a los que estando a salvo padecemos un miedo difuso a que se nos derrumbe el mundo, y nos dejamos acunar entonces por recuerdos de aquellos lugares compartidos en los que una sociedad se sent¨ªa amparada. Lo pensaba la otra tarde, viendo en el heroico cine Embajadores, que abri¨® poco antes de la pandemia, una pel¨ªcula rara y brillante, El extra?o viaje, de Fern¨¢n G¨®mez, que daba pie a un coloquio sobre la Espa?a rural, vac¨ªa o vaciada, y todos los t¨®picos que genera el asunto. Disfrutamos de esta tragicomedia rural basada en un crimen que el guionista Perico Beltr¨¢n encontr¨® en una secci¨®n de sucesos, y recordamos que la pel¨ªcula realizada en 1964 fue censurada y olvidada hasta que se estren¨® seis a?os m¨¢s tarde en un cine de barrio, siendo bendecida entonces por la cr¨ªtica como una de las obras maestras del cine espa?ol. Tras la proyecci¨®n, frente a m¨ª, un p¨²blico entusiasmado, de diferentes edades, cosa de agradecer en esta sociedad cada vez m¨¢s segregada en su ocio, dispuesta la vecindad a hablar no solo de Rafaela Aparicio o de Jes¨²s Franco, esa pareja ¨²nica, sino de esas dos Espa?as que hay una voluntad machacona de enfrentar, la urbana y la rural, y de cuyo desapego mutuo solo puede sacar provecho la pol¨ªtica que gana con la polarizaci¨®n, como ya hemos tenido esta semana triste ejemplo con el nuevo Gobierno de Castilla y Le¨®n.
Tiendo a pensar que los seres humanos, como cualquier otra especie, nos parecemos en lo b¨¢sico: lo que buscamos en la vida es protegernos de la amenazante intemperie. El cine, que en sus cien a?os de historia ha cumplido esa labor de refugio, tanto en tiempos de guerra como de paz, est¨¢ asistiendo y resistiendo heroicamente al fin de la experiencia colectiva en la que muchos nos educamos. Este presente, que tiende a encerrarnos en experiencias individuales, en ocio a la carta, nos priva de la respiraci¨®n ajena, porque las pel¨ªculas no solo se ven, sino que se respiran, y no es lo mismo estar solo en el sal¨®n que escuchar risas, suspiros y llantos. Incluso alg¨²n ronquido.
Siento que mi infancia, peliculera como la de tantos ni?os, gozaba no solo de las pel¨ªculas que se iban estrenando en cines sino de los ciclos dedicados a una estrella que se nos ofrec¨ªan los s¨¢bados y domingos en la televisi¨®n. Los dedicados a Cary Grant, Spencer Tracy o Katherine Hepburn un¨ªan generaciones. Eran las pel¨ªculas de juventud de nuestros padres, pero nosotros las ve¨ªamos en el absoluto presente, sin considerarlas de otra ¨¦poca. Es una deficiencia cultural, sin duda, que no haya en los institutos una asignatura de historia del cine, siendo con justicia el arte popular que con m¨¢s fuerza ha condicionado las tendencias sociales, est¨¦ticas y morales. Me preguntaba la otra tarde, en la calidez del encuentro con el p¨²blico, si nosotros no ¨¦ramos tambi¨¦n personas buscando el retorno a un mundo m¨¢s recogido. Los urbanitas pasamos el tiempo libre alternando en la vida del barrio, que es lo m¨¢s parecido a un pueblo que nos ofrece una gran ciudad que jam¨¢s abarcaremos. Buscamos un mundo a la medida de nuestros pasos.
Algo de esa melancol¨ªa encontr¨¦ en Belfast, la conmovedora pel¨ªcula de Kenneth Branagh, que bucea en aquellos a?os sesenteros de la convulsa Irlanda del Norte a trav¨¦s de los ojos de un ni?o inspirado en ¨¦l mismo. Revela una gran perspicacia haber elegido el blanco y negro para retratar aquella violenta realidad, y romper luego con el technicolor del cine al que acude con sus padres y abuelos. Aunque la historia est¨¢ ilustrada muy poderosamente con las canciones de Van Morrison, hay una escena que, haciendo una concesi¨®n a la sentimentalidad, se ha convertido de inmediato en mi favorita: aquella en la que la familia va al cine a ver Chitti Chitti Bang Bang. Ni?os y adultos disfrutan la pel¨ªcula con mirada inocente, sienten v¨¦rtigo cuando el coche, que tiene alma, emprende el vuelo. Fant¨¢sticas ideas de Roald Dahl. La canci¨®n del mismo t¨ªtulo ilustra las siguientes escenas. Ah¨ª est¨¢ contenida la infancia de muchos de nosotros. En esa imagen de entonces que nuestra memoria conserva intacta donde nos vemos sentados al lado de padres, abuelas, t¨ªas. Sin bobas brechas generacionales ahora tan celebradas, compartiendo el refugio, los sue?os, construyendo nuestros recuerdos.
Babelia
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