Una hora con Mick Jagger en el Reina Sof¨ªa
La presidenta del Real Patronato del museo, ?ngeles Gonz¨¢lez-Sinde, relata la exclusiva visita de la estrella de los Rolling Stones al centro un d¨ªa antes de su concierto en la capital espa?ola
Nos avisaron el d¨ªa antes. Estaba cansada, hab¨ªa vuelto de Valencia, hab¨ªa tenido dos reuniones y a¨²n tendr¨ªa que hacer tiempo hasta la visita. Pens¨¦ marcharme a casa, al fin y al cabo, celebrities de lejos he visto muchas, pero luego me dije, aunque solo sea por cont¨¢rselo a los amigos, me quedo. Bajamos a la zona de carga y descarga, por donde entran y salen las cajas con las obras de arte. Primero vino su jefe de seguridad en un Maserati. Se lo se?al¨¦ al director del museo, ¡°mira, Manolo, un Maserati¡±, ¨¦l, que no tiene ni idea de coches, me pregunt¨® con esa cara de ni?o de Castell¨®n que pone cuando se asombra: ¡°?Es un coche bueno?¡±. ¡°Es un coche car¨ªsimo ¨Dle contest¨¦ y calcul¨¦ a ojo de buen cubero¨D, doscientos mil euros m¨¢s el susto del seguro (cuando vemos un coche caro, los de clase media siempre pensamos en el seguro). ¡°La de obras que podr¨ªamos comprar con eso¡±, suspiramos los dos.
El comit¨¦ de recepci¨®n ¨¦ramos Manolo, yo, la subdirectora del museo, la jefa de gabinete, el jefe de seguridad y el director de cultura de la Comunidad de Madrid, que era el enlace. El del Maserati, un italiano mazas, cuadrado de espaldas y de actitud, quiso ver las entradas y salidas. Se las ense?amos, hizo fotos que envi¨® a otros guardaespaldas. Esperamos y esperamos. Alguien coment¨® que el italiano hab¨ªa sido mercenario en algunas guerras. Le miramos de reojo. Nos impon¨ªa a¨²n m¨¢s, si bien los tatuajes que luc¨ªa parec¨ªan m¨¢s de discoteca que de la guerra. Segu¨ªamos esperando. Se retrasaban. No sab¨ªamos exactamente qui¨¦n vendr¨ªa. Los Stones en general. La espera me transport¨® tres d¨¦cadas atr¨¢s en el tiempo, cuando era una joven que trabajaba como int¨¦rprete y coordinadora de transporte de los artistas que Gay Mercader tra¨ªa a dar conciertos en Espa?a. Record¨¦ el estr¨¦s en aeropuertos, en hoteles, en estadios, haciendo exactamente eso: esperar a los m¨²sicos y pastorearlos, comport¨¢ndome como una madrecita de 18 a?os con unos se?ores de la edad de mi padre, pero con pintas, rezando para que fueran puntuales todos, los m¨²sicos y los ch¨®feres. Esto era a mediados de los ochenta. M¨¢s o menos cuando se fund¨® el Museo Reina Sof¨ªa que ahora nos albergaba.
Por fin lleg¨® un Mercedes negro. Se detuvo y un guardaespaldas abri¨® muy ceremonioso la portezuela. Descendi¨® Ronnie Wood con su mujer. Los llevamos a la segunda planta. Vio el Guernica. Todos quieren ver el Guernica como todos nosotros quer¨ªamos ver de cerca a los Stones. Sac¨® el m¨®vil, un modelo peque?o y simple, tom¨® muchas fotos de las fotos del estudio de Picasso. Me acord¨¦ de que Wood pinta. Se lo mencion¨¦, ¡°You are an artist yourself¡± [usted tambi¨¦n es artista], se puso contento y, orgulloso, nos ense?¨® sus cuadros en el m¨®vil, entre ellos su propia versi¨®n del Guernica. Todo le interesaba a Wood. Hac¨ªa preguntas, era amable y alegre, el director le ense?¨® otras salas, Mir¨®, Dal¨ª¡ En esto nos avisaron de que ven¨ªa otro Stone. Me precipit¨¦ escaleras abajo, vuelta al hangar. Mientras tanto Wood cont¨® que ten¨ªa a sus mellizos esperando en el hotel. ¡°Family dinner¡± [cena familiar], dijo, y se march¨®. De nuevo en el muelle, esta vez me empec¨¦ a poner nerviosa, muy nerviosa, demasiado. ?Por qu¨¦? Hab¨ªa vuelto a teletransportarme en el tiempo. Ahora ten¨ªa 13 a?os y escrib¨ªa en mi diario: ¡°Mick Jagger es el hombre m¨¢s guapo que existe. Mick Jagger es sexy¡±. Las horas que deb¨ªan transcurrir estudiando las pasaba escuchando sus discos y mirando sus fotos. Iba a los cine-estudios a ver las reposiciones de Performance, la pel¨ªcula de Nicolas Roeg que Jagger rod¨® en 1970. Sal¨ªa del cochambroso cine de barrio con esa sensaci¨®n embriagadora que tiene la belleza y el enamoramiento plat¨®nico, el despertar del deseo er¨®tico que nos atemoriza, pero que nos permitimos si lo depositamos en un lugar seguro por inalcanzable.
Otro Mercedes negro se detuvo, un nuevo guardaespaldas-mayordomo-asistente (siempre un poco bruscos y ordinarios estas gentes a su servicio) salt¨® ¨¢gil como un jaguar, pero dej¨® la portezuela entreabierta. El pasajero no estaba listo para salir. Nosotros, la cuadrilla del museo, dispuestos a saludar, congelados en el aire como los chinos de Juan Mu?oz. Momentos de incertidumbre. Mi lento coraz¨®n de 57 a?os palpitando como si solo llevara 13 haciendo su trabajo. Al fin la portezuela se abri¨® y sali¨® ¨¦l con su sonrisa y su inconfundible corte de pelo. El guardaespaldas-mayordomo nos rega?¨® por no llevar mascarilla. Prohibi¨® terminantemente acompa?arle sin ella. Me disculp¨¦, me quedar¨ªa fuera. Ante mi cara de pena el bruto se conmovi¨® y produjo una mascarilla de la nada. Enmascarados, subimos en el montacargas. El director, con su infatigable entusiasmo, explicaba a Jagger la Guerra Civil, las vanguardias, la exposici¨®n universal del 37, la Rep¨²blica espa?ola¡ Yo me manten¨ªa en un segundo plano, pero en un punto, Jagger me mir¨® y se puso a hablar del libro que est¨¢ leyendo, un ensayo sobre arte contempor¨¢neo y si debe significar algo pol¨ªticamente o si debe volver a ser art for art¡¯s sake [el arte por el arte]. Le pregunt¨¦ por el autor, pero no lo recordaba porque lee en el Kindle y, como nos pasa a todos, no ve la portada. ¡°On tour you can¡¯t carry books¡± [de gira no puedes llevar libros]. Miraba las obras en las salas con curiosidad, no ten¨ªa prisa por acabar la visita.
En un pasillo le pregunt¨¦ por el concierto del d¨ªa siguiente, ¡°it sold out in minutes¡± [se agotaron las entradas en minutos], dije sin a?adir que lo sab¨ªa de primera mano porque yo era uno de los miles que hab¨ªan hecho cola virtual ante la pantalla y me hab¨ªa quedado sin entradas, las baratas, me refiero. ?l contest¨® ¡°en un estadio siempre hay sitio para m¨¢s gente¡±, con su sonrisa p¨ªcara que no s¨¦ si quer¨ªa decir todav¨ªa est¨¢s a tiempo de comprarla o p¨ªdeme una que te invito. En cualquier caso, yo sonre¨ª y me call¨¦ mientras ¨¦l explicaba que el concierto de Madrid era el primero de la gira europea y que el primer concierto es muy importante porque... Me atrev¨ª a completar su frase: ¡°It sets the tone¡± y respondi¨® ¡°exactly, it sets the tone¡± [marca el tono]. Avanz¨¢bamos por las salas, pero ya ¨¦ramos menos porque el tosco mayordomo hab¨ªa expulsado a tres de nuestras colegas, ¡°too many people, too close¡± [demasiada gente, demasiado cerca]. Y como unos panolis subyugados nosotros, aunque est¨¢bamos en nuestra casa, acatamos. Manolo, el director, improvis¨® y tras el Guernica, decidi¨® llevarle a ver el cubismo, pero antes, en un arranque, le meti¨® a ver el Mundo de ?ngeles Santos y otra obra de Ponce de Le¨®n que hab¨ªa decorado un cine. Ah, los cines, dijo ¨¦l, sol¨ªan ser tan suntuosos como palacios. Estaba a gusto entre cuadros y esculturas y a media visita nos pregunt¨® si era nuestro d¨ªa libre por estar cerrado el museo y se disculp¨® por retenernos a la hora de la cena. Mentimos, por supuesto, y le dijimos que est¨¢bamos all¨ª no por ¨¦l, sino porque est¨¢bamos trabajando.
Pasamos por las salas de finales del XIX y se qued¨® mirando la proyecci¨®n de la salida de la f¨¢brica de los Lumi¨¨re. Nos dijo que a ¨¦l de ni?o le gustaba contemplar a la gente salir de las f¨¢bricas. Convinimos que ese movimiento de multitudes tiene algo de teatral. Cuando en la misma sala le mostramos las fotos de los distintos oficios y el intento del fot¨®grafo primitivo por describir a la clase obrera, explic¨® c¨®mo en su infancia cada vendedor ambulante ten¨ªa una llamada caracter¨ªstica, por ejemplo, la mujer que vend¨ªa lavanda. Parec¨ªa que le gustaba hablar de ese mundo remoto que recordaba bien. Nos habl¨® de una exposici¨®n de Francis Bacon que ha visto en Londres en la Royal Academy y otra sobre futurismo en Nueva York. Le interes¨® el cartel del combate de Jack Johnson contra Arthur Cravan. Nos dijo que acababa de ver un documental muy bueno sobre Muhammad Ali de Ken Burns, que es un documentalista cl¨¢sico, anticuado, pero que el documental es fant¨¢stico y que Muhammad Ali utilizaba el grito de Jack Johnson para sus combates porque Jack Johnson hab¨ªa sufrido mucha discriminaci¨®n. Se rio cuando vio que en el cartel pon¨ªa ¡°Jack Johnson negro 100 kilos Arthur Cravan blanco 101 kilos¡±, como si hubiera que explicar la piel de cada uno porque no era evidente para los espa?oles de 1916.
Tambi¨¦n se acordaba perfectamente del primer concierto en Espa?a en 1976 en Barcelona, seis meses despu¨¦s de morirse Franco, de la gente, de la emoci¨®n, sab¨ªa que algunas de sus portadas y sus discos hab¨ªan sido censurados. Fue similar cuando tocaron por primera vez en el Este tras la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, dijo. Quise preguntarle por el concierto en La Habana, pero me dio apuro. Cuando entramos en la sala de George Grosz cont¨® que ¨¦l hab¨ªa tenido uno, pero que una exnovia se lo llev¨® de su casa. ?D¨®nde estar¨¢ ese dibujo ahora?, se preguntaba. Conoc¨ªa la Commune de Par¨ªs y le interes¨® lo que le contamos, pero tampoco fui capaz de explicarle mucho. Me costaba hablarle. Miraba sus ojos de un azul muy p¨¢lido y verdoso, ojos extremadamente claros, escuchaba esa voz que hab¨ªa o¨ªdo tantas veces en los discos hablarme ahora con dulzura, con simpat¨ªa. M¨¢s tarde, esa noche, cuando se lo contaba a mi amiga Raquel, con la que hab¨ªa compartido la adoraci¨®n por ¨¦l, me dijo ¡°es un seductor¡±. Es cierto, pero ?c¨®mo imaginar en mi dormitorio todav¨ªa infantil de cortinas azules que un d¨ªa obtendr¨ªa lo que tanto deseaba? ?l y yo est¨¢bamos de vuelta all¨ª, leyendo juntos la biograf¨ªa en la que se relataba su enamoramiento de Marianne Faithfull, un patito feo que a los 15 a?os se hizo hermosa de la noche a la ma?ana. ?Por qu¨¦ no me pasar¨¢ eso a m¨ª?, me preguntaba al apagar la luz, sintiendo que, si solo fuera hermosa, las cosas me ir¨ªan mucho mejor porque todo ser¨ªa posible.
Pero no est¨¢bamos en 1978, est¨¢bamos en 2022 y yo ten¨ªa 57 a?os que no notaba desde que Mick Jagger me hablaba. Le escuchaba sonriendo, feliz tras mi mascarilla, sin atreverme a decirle nada de lo que pensaba, ni siquiera explicarle qui¨¦n era Durruti cuando ¨¦l miraba con curiosidad el cartel de su m¨¢scara mortuoria y las im¨¢genes de su multitudinario entierro. Me acord¨¦ de otros asuntos que me un¨ªan a ¨¦l, aquellos coros que hice en playback con 16 a?os en un programa de la tele para Bill Wyman. ¡°Come back Suzanne, come back Suzanna, baby baby please come back¡±. No pronunci¨¦ ni una palabra sobre m¨ª, como si las conversaciones con estas personas tan inmensamente c¨¦lebres no fueran conversaciones, solo formas de pagar un tributo por las veces que nos han hecho sentir bien. Mick Jagger a su vez, la persona, ?sentir¨ªa que no es percibido como ser individual sino como un contenedor de sue?os? ?Sabr¨¢ que no es visto m¨¢s que como un espejo que nos devuelve una imagen de nosotros mismos en otro tiempo? ?Estar¨¢ resignado a ser borrado por su exceso de exposici¨®n y por el desgaste de una conexi¨®n constante con la intimidad y el inconsciente de los otros? ?O aspirar¨¢ todav¨ªa a ser una persona y no un fen¨®meno atmosf¨¦rico que se contempla sin remedio desde lejos como la luna amarilla en una noche de verano? Le miraba, le escuchaba y sab¨ªa que no era un miembro de mi familia querido y extraviado con el que al fin me hab¨ªa reencontrado, aunque esa fuera la sensaci¨®n, sino m¨¢s bien una vasija de la mejor porcelana, pero vasija al fin, en la que los dem¨¢s depositamos nuestros anhelos y pensamientos. ?Le pesar¨¢ que rara vez sea visto como es realmente?
Mientras caminaba en paralelo a ¨¦l miraba su piel, sus pesta?as rubias, sus labios y me dec¨ªa ¡°es un se?or ingl¨¦s como tantos¡±, pero me enga?aba porque este se?or ingl¨¦s ten¨ªa los ojos y la sonrisa de aquel otro tiempo, del mismo modo que yo hab¨ªa dejado de ser yo para volver a ser una ni?a que descubr¨ªa que los hombres eran hermosos y ten¨ªan algo que hac¨ªa que una quisiera estar cerca de ellos. Muy cerca. Tanto como estaba treinta y tantos a?os despu¨¦s caminando por las salas de un museo. Lo que ha pasado entre medias de esos dos puntos vitales, mis 13 a?os en 1978 y una tarde de mayo de 2022, hab¨ªa dejado de importar porque ya no exist¨ªa. Todas las muertes, las ausencias, las decepciones, la violencia sufrida, la tristeza, las decisiones equivocadas y arrastradas, el da?o hecho y el recibido, las chapuzas, lo prosaico¡ borrados. Los minutos con Mick Jagger me parec¨ªan ¨²nicamente de ¨¦l y m¨ªos, como si pertenecieran a la extra?a intimidad entre su m¨²sica, sus retratos de juventud pegados en mis cuadernos y mis lejan¨ªsimos pensamientos de entonces ahora tan vivos, tan frescos. Tener 13 a?os, 14, no es cualquier cosa. Antes de que pase nada. Antes de que te bese nadie. Antes de salir del nido de casa y del nido del colegio. Antes.
De salida, mientras cruz¨¢bamos el claustro dejando atr¨¢s el metr¨®nomo de Man Ray, me cont¨® que una vez llam¨® por tel¨¦fono a Man Ray para que le hiciera la portada de un disco, pero que era ya un hombre muy viejo y no hubo forma de convencerlo. Como no ten¨ªa prisa por irse, porque le gusta el arte y charlar sobre ¨¦l, no resisti¨® la tentaci¨®n de entrar en la sala de la dama de azul de Picasso. Al otro lado del panel, hab¨ªa un grupo en visita privada, pero ¨¦l no se inquiet¨® lo m¨¢s m¨ªnimo. Tranquilamente escuch¨® la explicaci¨®n que Manolo le hac¨ªa sobre el retrato de una prostituta. Se quiso hacer una foto. Manolo vigilaba al grupo y me susurr¨® ¡°si esos supieran qui¨¦n est¨¢ al otro lado del tabique¡¡±. Pero estaban muy concentrados en su propio gu¨ªa y ?qui¨¦n va a sospechar que Mick Jagger est¨¢ a dos metros de ti? Llegamos al montacargas y mientras esper¨¢bamos, ¨¦l coloc¨® su pie en una barandilla y se agach¨® para anudar los cordones de sus zapatos. Los calcetines de colores le sentaban bien, como el pantal¨®n azul el¨¦ctrico y la camisa con peque?as figuritas estampadas descuidadamente abierta sobre una camiseta del mejor algod¨®n. Le observ¨¦ de nuevo. S¨ª, era ¨¦l, era Mick Jagger.
Todo hab¨ªa vuelto a empezar. Volv¨ªa la pura, envolvente, densa y dulce alegr¨ªa de existir sin saber nada.
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