Peter Weir, un Oscar honor¨ªfico que sabe a poco para el director de ¡®Master and Commander¡¯ o ¡®El show de Truman¡¯
El director de ¡®El a?o que vivimos peligrosamente¡¯, ¡®La costa de los mosquitos¡¯, ¡®El club de los poetas muertos¡¯ o ¡®Gallipoli¡¯ solo ha necesitado una docena de pel¨ªculas para labrar una filmograf¨ªa rebosante de calidad y eclecticismo
Llev¨® a los espectadores a una de las grandes batallas de la I Guerra Mundial, al puente de mando de la fragata HMS Surprise durante las guerras napole¨®nicas, a un pueblo estadounidense amish y a un amor prohibido, o a un inmenso plat¨® televisivo en el que un ingenuo viv¨ªa sin descubrir el trampantojo. Hizo que el p¨²blico acompa?ara a un grupo de presos en su huida en 1941 desde un gulag siberiano a la India atravesando el Himalaya, que se sintiera un alumno m¨¢s en un estricto internado al que llega un profesor distinto, o que formara parte de una familia que viaja a Sudam¨¦rica a construir su propia utop¨ªa. De todos esos viajes es responsable el cineasta australiano Peter Weir, que el pr¨®ximo 19 de noviembre recibir¨¢ un Oscar honor¨ªfico, tras haber sido candidato seis veces al premio de la academia de Hollywood, y nunca haberlo ganado.
Weir (S¨ªdney, 77 a?os) solo ha dirigido 12 largometrajes, un mediometraje y un pu?ado de cortos. Media docena de los largos los hizo en los a?os ochenta, en el que ser¨ªa su momento vital m¨¢s prol¨ªfico. Aunque si algo tiene el cine de Weir, que lleva sin dirigir desde 2010, es que nunca ha bajado su calidad. Ni su eclecticismo. Ni su capacidad de enganchar al p¨²blico: sus filmes han sido tan de autor como taquilleros. Y, con todo, vuelta al inicio: solo ha dirigido 12. ¡°Necesito sentirme consumido por la historia. Que me consuma¡±, aseguraba en Sitges en 2018. ¡°Debes estar vac¨ªo y aburrido para poder crear¡±, aseguraba. Como muchos otros artistas, su obra bebe de su infancia, un tiempo en su caso feliz y gobernado por su prol¨ªfica imaginaci¨®n: ¡°Fue una ni?ez pretelevisi¨®n, viv¨ªa trepando a los ¨¢rboles o pescando con arp¨®n en el puerto de S¨ªdney. Era el h¨¦roe de mis propias imaginaciones, todas alimentadas por libros y pel¨ªculas¡±. Hasta que con 12 a?os, en 1956, lleg¨® un televisor a su casa: ¡°Cada s¨¢bado por la tarde estaba lleno del sonido de los tiroteos y de los gritos de guerra de los indios. Todo ese tiempo yo no sab¨ªa que las pel¨ªculas de vaqueros eran un g¨¦nero, ni tampoco mis otras favoritas, las de terror¡±.
Despu¨¦s de estudiar Derecho y Arte en la Universidad de S¨ªdney, Weir empez¨® a quedar con otros universitarios aficionados al cine y con los que conformar¨ªa a mediados de los a?os sesenta Ubu Films, un grupo de creadores cercanos a la experimentaci¨®n f¨ªlmica: all¨ª, junto a Weir, estaban Bruce Beresford (Conduciendo a Miss Daisy), Phillip Noyce (El coleccionista de huesos) o el productor Matt Carroll. En el caso de Weir, adem¨¢s, para ganar dinero y experiencia empez¨® a trabajar en diversas cadenas de televisi¨®n, donde dirigir¨ªa cortos, documentales o especiales navide?os. Y as¨ª le lleg¨® su oportunidad: Los coches que devoraron Par¨ªs, en 1974, una comedia negra de ¨ªnfimo presupuesto protagonizada por los habitantes de un peque?o pueblo ¡ªel Par¨ªs del t¨ªtulo¡ª que se dedican a provocar accidentes de coche y a vivir de lo que lleven sus ocupantes. La pel¨ªcula tuvo suficiente ¨¦xito en el circuito de autocines australiano como para permitirle subir de escalaf¨®n, contar con m¨¢s dinero y filmar Picnic en Hanging Rock (1975), en la que narra la desaparici¨®n en una excursi¨®n el d¨ªa de San Valent¨ªn de 1900 de un grupo de chicas de un exclusivo colegio femenino. ¡°Me encantaba el libro, el hecho de que no hubiera soluci¨®n al misterio. Ese era a la vez su atractivo y su peligro. Ofrecer una historia de misterio sin soluci¨®n siempre ha sido un reto. Por eso la hice so?adora, alucinatoria, tratando de alcanzar un punto en el que la audiencia no quisiera que se rompiera la atm¨®sfera con un desenlace convencional¡±, dec¨ªa Weir en 2018.
Aquellos primeros t¨ªtulos sirven como gu¨ªa de lo que ser¨¢ una constante en su carrera: protagonistas que encaran crisis vitales despu¨¦s de encontrarse separados, incluso aislados de la sociedad. De ah¨ª la complejidad de sus personajes, nunca buenos o malos, sea cual sea el mundo en el que se desarrollen sus tramas. Con Mel Gibson hizo Gallipoli y El a?o que vivimos peligrosamente; con Harrison Ford, ?nico testigo (inicio de su filmograf¨ªa estadounidense) y La costa de los mosquitos; con Robin Williams, al que se encontr¨® un d¨ªa sentado en la playa enfrente de su casa en S¨ªdney, El club de los poetas muertos: en los a?os ochenta no dej¨® de trabajar. ¡°La naturaleza evoca nuestros sentimientos. Me interesa la naturaleza como drama. No hay nada como un bosque. No hay nada como un desierto. Y cada uno de esos paisajes explica qui¨¦nes somos¡±, contaba en Madrid en 2010, sobre esta proliferaci¨®n de dramas en muy distintos ecosistemas.
Incluso en sus pel¨ªculas m¨¢s amables, como la comedia rom¨¢ntica Matrimonio de conveniencia (1990), Weir tomaba riesgos: en este caso, contratar a G¨¦rard Depardieu en su primer papel en ingl¨¦s y emparejarlo con Andie McDowell. Fue un taquillazo, aunque no tuvo buen recibimiento cr¨ªtico. Todo lo contrario que Sin miedo a la vida (1993). Con El show de Truman (1998) volvi¨® a sincronizar el ¨¦xito entre el p¨²blico, los premios y la cr¨ªtica. Sobre ella, en el certamen catal¨¢n, explicaba: ¡°Era fantas¨ªa pura, ficci¨®n especulativa que parec¨ªa que nunca pudiera convertirse en realidad. Me fascina ver que la pel¨ªcula sigue viva tantos a?os despu¨¦s, porque cuando la filmamos la hicimos para que fuera consumida en aquel momento¡±. La tecnolog¨ªa acabar¨ªa convirtiendo en prof¨¦tico aquel t¨ªtulo que este a?o el festival de Cannes ha homenajeado en su cartel.
En el siglo XXI Weir solo ha dirigido dos filmes: Master and Commander: al otro lado del mundo (2003) y Camino a la libertad (2010). Son pel¨ªculas para un p¨²blico adulto, justo el que se ha ido alejando de la gran pantalla. El australiano no logr¨® reconectar con las grandes audiencias. En la presentaci¨®n de la ¨²ltima en Madrid, premonitorio, el cineasta explic¨®: ¡°Solo s¨¦ que no puedo perder el amor por el cine, y eso es lo m¨¢s complicado. No quiero perder la fascinaci¨®n por lo que hago. Necesito estar totalmente conectado con mi trabajo. [...] Lo que quiero es que cada nueva pel¨ªcula sea como la primera. Y si por ello estoy condenado a hacer menos, pues har¨¦ a¨²n menos¡±. Hasta hoy, as¨ª ha sido.
Babelia
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