Arco, la ingenua intenci¨®n de disfrutar del arte
En una feria de arte contemplamos las obras igual que ojeamos los libros en una librer¨ªa: es la experiencia del vistazo. Y, pese a tenerlo todo en contra, a veces uno logra abstraerse del tumulto y darle sentido a la visita
?Qu¨¦ tal Arco este a?o? Es la pregunta constante de estos d¨ªas y parece que hay que tener una respuesta preparada. Los entusiastas la encuentran enseguida: ¡°Mucho mejor, m¨¢s interesante, hay m¨¢s ganas y hasta m¨¢s actitud¡±. Los desencantados tambi¨¦n se la saben de memoria: ¡°M¨¢s de lo mismo, poco riesgo, mucho acomodo¡±. A m¨ª, sin embargo, me cuesta responder. Quiz¨¢ sea que me falta rapidez. O que en el fondo s¨¦ que la pregunta depende del papel que uno tenga en la feria. Artistas y galeristas quieren vender, as¨ª que Arco ser¨¢ mejor o peor seg¨²n les haya ido. Los coleccionistas tambi¨¦n har¨¢n balance de acuerdo con lo bien o mal que hayan comprado. Y luego est¨¢n los que van a mirar ¡ªme incluyo ah¨ª¡ª. En ese caso, la pregunta tiene dif¨ªcil respuesta, especialmente para quienes confunden la feria con una exposici¨®n y se acercan a Arco con la ingenua intenci¨®n de disfrutar del arte.
En una feria contemplamos las obras igual que ojeamos los libros en una librer¨ªa: paseamos entre las mesas de novedades, miramos las cubiertas, nos fijamos en ciertas sinopsis y en alg¨²n p¨¢rrafo al azar. Nadie dir¨ªa que eso es leer. En la feria sucede algo parecido: nos movemos entre las obras, deslizamos nuestra mirada por la superficie de lo que nos llama la atenci¨®n y, como mucho, apuntamos los nombres que nos han interesado para buscarlos despu¨¦s y poder disfrutarlos ¡ª¡°leerlos¡±¡ª cuando llegue la ocasi¨®n. Es la experiencia del vistazo. La ¨²nica posible en medio del barullo y la saturaci¨®n.
Y, sin embargo, a pesar de tenerlo todo en contra, en ocasiones uno logra abstraerse del tumulto y lo que observa le da sentido a la visita. A veces incluso puede intuir alguna preocupaci¨®n com¨²n que va m¨¢s all¨¢ de los discursos concretos y problem¨¢ticas espec¨ªficas de las obras. Una idea que late bajo la superficie y que suele funcionar como clave de lectura.
Estos d¨ªas, mientras paseaba sin atender demasiado al plano ni a las secciones de la feria, lo que comenc¨¦ a percibir como una constante fue una especie de retorno de lo material, una apuesta por la fisicidad de la experiencia y por las propiedades afectivas y pol¨ªticas de la materia. Comenc¨¦ a vislumbrarlo cuando me detuve en el estand de la galer¨ªa Art Nueve y observ¨¦ que pr¨¢cticamente en todas las obras vibraba esa potencia. La ¡°materialidad siniestra¡± ¡ªcomo acu?¨® Peter Smithson¡ª que uno encuentra en las obras de Pablo Capit¨¢n del R¨ªo: materiales que contienen la memoria del lugar, que juegan con la percepci¨®n y la textura, casi al modo de trampantojo. Un barroco sin figuraci¨®n, como el de las esculturas torneadas de ?lvaro Albaladejo que tambi¨¦n observ¨¦ all¨ª y que r¨¢pidamente me condujeron al universo de Juan Mu?oz y al efecto espectral de sus piezas silentes. Quiz¨¢ es que ya llevaba a este artista en la cabeza y no me lo pude quitar de encima durante toda la visita. Por la espl¨¦ndida exposici¨®n comisariada por Manuel Segade en la Sala Alcal¨¢ 31 (Madrid) y por las piezas inquietantes expuestas en Elvira Gonz¨¢lez o David Zwirner.
Tal vez sea porque ya tengo la mirada predispuesta, pero situarme frente al Picasso muerto de Eugenio Merino me hizo verlo todo con la p¨¢tina del duelo
La figura y el espacio. El cuerpo y la arquitectura. La memoria y la materialidad de los trabajos artesanales que anudan el pasado y el presente, como el Tempo de exposici¨®n de Almudena Lobera en Cervezas Alhambra, que reflexiona sobre la relaci¨®n entre el modelo perceptivo de la celos¨ªa y el del visor de la c¨¢mara fotogr¨¢fica. La naturaleza de la ilusi¨®n visual. Tambi¨¦n all¨ª intu¨ª a Juan Mu?oz. Una presencia de lo barroco que en otras muchas obras parec¨ªa emerger a trav¨¦s del palimpsesto y la superposici¨®n de capas de significado imposibles de desentra?ar, eso que Jos¨¦ Luis Brea denomin¨® ¡°alegor¨ªas de la ilegibilidad¡±. Es lo que sucede con en los Books for an Unwritten History de Avelino Sala en el expositor de ADN o especialmente en el palimpsesto digital de Daniel Canogar en Max Estrella: la pantalla conectada a Twitter que convierte la informaci¨®n en pintadas digitales, un grafiti infinito, lo sublime tecnol¨®gico, pero tambi¨¦n la conciencia barroca de la imposibilidad de detener el tiempo.
Capas de palabras, capas de im¨¢genes, capas de significado, todo a la vez en un mismo lugar, como en las Farmacias distantes de Dominique Gonz¨¢lez-Foerster (Albarr¨¢n Bourdais), con un joven Vila-Matas ensimismado. Registros y reescrituras de la memoria y tambi¨¦n de la propia historia del arte, como la que lleva a cabo Diana Larrea en Los inventarios reales (Espacio M¨ªnimo), un soberbio ejercicio de revisi¨®n del canon de la disciplina que raspa el texto consolidado y muestra lo que se oculta debajo: las artistas borradas de la autor¨ªa, las mujeres tachadas para la historia.
Lo materialidad sensible y el palimpsesto barroco. Pero tambi¨¦n la conciencia de la muerte. Tal vez sea porque acabo de escribir una novela sobre la fotograf¨ªa post mortem y tengo ya la mirada predispuesta, pero situarme frente al Picasso muerto de Eugenio Merino (ADN) me hizo verlo todo con la p¨¢tina del duelo. Ese duelo imposible que tambi¨¦n brota de la ¡°m¨¢scara mortuoria¡± de Garc¨ªa Lorca, otra pieza de Merino, mucho m¨¢s po¨¦tica y pol¨ªtica, que nos enfrenta a la obscenidad inquietante de lo que no tiene cuerpo, la memoria invisible de la ausencia. Una memoria de la violencia constatable en la serie de peque?os altares conmemorativos fotografiados por Teresa Margolles en los 40 kil¨®metros que separan Culiac¨¢n de Playa Altata o en el lujo f¨²nebre de su vestido de fiesta expuesto en Peter Kilchmann.
La simbolog¨ªa del recuerdo y la necesidad de no ser olvidado. Eso fue lo que tambi¨¦n descubr¨ª en Forget Me Not, el proyecto de Teresa Estap¨¦ en Chiquita Room, recuperaci¨®n delicada y sutil de la orfebrer¨ªa victoriana vinculada con el luto. La reivindicaci¨®n de un tiempo para el duelo en una sociedad que encubre la pena y nos obliga a mirar siempre hacia delante, incluso cuando necesitamos por un momento que todo se detenga. Para m¨ª s¨ª que todo se detuvo all¨ª. Y, frente a esa instalaci¨®n, pude comprobar que, aunque Arco no es el mejor lugar para ver nada, las obras buenas logran generar en torno a ellas un espacio y un tiempo propios y, a veces, incluso en mitad del bullicio, son capaces de atravesarnos y hacernos frenar en seco, agrietando y tambaleando todas nuestras certezas.
Miguel ?ngel Hern¨¢ndez es historiador del arte y escritor. Su ¨²ltima novela publicada es ¡®Anoxia¡¯ (Anagrama).
Babelia
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