Los poderes virtuales
La entrega #18 de ¡®El mundo entonces¡¯ trata sobre esas grandes corporaciones que manejaban el espacio virtual y lo usaban para saberlo todo sobre todos. Y los estados que tambi¨¦n empezaban a hacerlo. Big brother era cada vez m¨¢s ¡®big¡¯ y menos ¡®brother¡¯
¡°S¨ª, se puede decir que ChatGPT es un modelo revolucionario en el campo de la inteligencia artificial y el procesamiento del lenguaje natural. Uno de sus principales avances es su capacidad para generar texto coherente y relevante en respuesta a una entrada dada¡±, dec¨ªa, sobre s¨ª mismo, aquel pro-grama.
Ese a?o 2022 se cerr¨® con una gran noticia tecno: la irrupci¨®n de la primera ¡°inteligencia artificial¡± para multitudes. Se llamaba ¡°ChatGPT¡± y fue furor. El engendro, realmente primitivo, contestaba por escrito en un lenguaje de peri¨®dico malo y cumpl¨ªa de alg¨²n modo con el antiguo requisito de Alan Turing, aquel pionero brit¨¢nico condenado por homosexual a mediados del siglo XX, que dec¨ªa que se podr¨ªa hablar de inteligencia artificial cuando hubiera ¡°una m¨¢quina cuyas respuestas fueran indistinguibles de las de un ser humano¡±.
Estas lo eran, al menos, en su vanidad: cuando alg¨²n guas¨®n le preguntaba si era revolucionario, el ChatGPT dec¨ªa que s¨ª y que hab¨ªa ¡°sido entrenado en grandes cantidades de texto en varios idiomas, lo que le permite comprender y generar texto en varios idiomas. Esto lo convierte en una herramienta muy ¨²til para la comunicaci¨®n intercultural y la traducci¨®n autom¨¢tica. En resumen, ChatGPT es un modelo revolucionario en el campo de la inteligencia artificial y el procesamiento del lenguaje natural, y se espera que tenga muchas aplicaciones pr¨¢cticas en el futuro¡±.
(El ChatGPT se equivocaba groseramente en sus datos y hablaba de s¨ª mismo en tercera persona, como ciertos personajes bufos de la ¨¦poca. Entre ellos, el se?or Maradona y el se?or Pel¨¦, ex deportistas, la se?ora Kirchner y los se?ores Trump y Berlusconi, ex presidentes, y figuras mitol¨®gicas como los llamados Buda o Jes¨²s.)
Pero entonces el famoso Chat no era m¨¢s que un entretenimiento y la promesa de un ma?ana imprevisible. La fuerza de aquella red global, la ¡°inter-net¡± segu¨ªa basada en otros mecanismos. Algunos historiadores todav¨ªa lo discuten, pero la mayor¨ªa sostiene que su puesta en marcha cambi¨® muchas cosas. Por primera vez la gran evoluci¨®n no ven¨ªa de una m¨¢quina nueva sino de un procedimiento novedoso, nuevas formas de usarla, unos pro-gramas. O sea: un conjunto de ¨®rdenes para que las m¨¢quinas existentes hicieran cosas que hasta entonces no hac¨ªan. El atractivo de esas nuevas funciones hizo que esas m¨¢quinas se renovaran y multiplicaran y llegaran a todos los rincones.
La as¨ª llamada ¡°inter-net¡± hab¨ªa empezado medio siglo antes, creada por ingenieros militares ¡ªmayormente norteamericanos¡ª para garantizar la conexi¨®n inmediata de sus sistemas de defensa (ver cap.22). De all¨ª pas¨® a las universidades y sus acad¨¦micos, que la usaron para comunicarse sus ideas y trabajos. Y, hacia 1990, se abri¨® al gran p¨²blico: hubo un primer momento en que muchos creyeron ¡ªy anunciaron¡ª que la inter-net ser¨ªa un espacio horizontal, democr¨¢tico, donde todos participar¨ªan en pie de igualdad: la utop¨ªa de un mundo diferente. A?os despu¨¦s la idea empez¨® a deshilacharse, y no tard¨® mucho en verse que era, al contrario, la puesta en escena m¨¢s desnuda de la sociedad que la hab¨ªa producido: codiciosa, falaz, radicalmente desigual. Y, a¨²n as¨ª, era algo nunca visto: un acceso relativamente f¨¢cil a un mundo que parec¨ªa infinito.
En muy poco tiempo estuvo en todas partes. El tel¨¦fono hab¨ªa tardado 75 a?os en reunir 50 millones de usuarios, la radio 38 a?os y la televisi¨®n 13; la inter-net lo hizo en cuatro. Y, por supuesto, no se detuvo: en 2022 se calculaba que hab¨ªa en el mundo unos 35.000 millones de m¨¢quinas conectadas a esa red, desde ordenadores hasta coches, televisores a termostatos, alarmas a relojes.
La inter-net consigui¨® que miles de millones de personas fueran, por primera vez en la historia, piezas de un mismo mecanismo. No en sentido figurado sino perfectamente literal: todos conectados al mismo circuito, todos participando del mismo tejido. (Desde el principio, la inter-net se present¨® a s¨ª misma como una construcci¨®n inmaterial, et¨¦rea, hecha de conexiones en el ¡°cyberespacio¡±. La met¨¢fora de ¡°la nube¡± le sirvi¨® para dar esa imagen; lo cierto era que, para que funcionara, se instal¨® en esos a?os una enorme mara?a de cables escondidos que atravesaban los mares para llevar los impulsos el¨¦ctricos a centenares de centros repletos de miles de m¨¢quinas de avanzada, hect¨¢reas y m¨¢s hect¨¢reas de materia que serv¨ªan para que el mundo se creyera ligado por el ¨¦ter celeste. La met¨¢fora de la ligereza tambi¨¦n serv¨ªa para ocultar una poluci¨®n desmesurada: la actividad digital, dec¨ªa un informe, produc¨ªa cada a?o tantos gases de efecto invernadero como Rusia. Y su consumo el¨¦ctrico supon¨ªa entre el 10 y el 15 por ciento del gasto del mundo y se duplicaba cada cuatro a?os: la situaci¨®n parec¨ªa desesperada y no parec¨ªa desesperar a nadie.)
Uno de los grandes efectos de la difusi¨®n de las m¨¢quinas digitales conectadas a la inter-net fue el surgimiento de esas corporaciones gigantescas que la aprovechaban. Su ¨¦xito se bas¨® en convencer a buena parte del mundo de que esa deb¨ªa ser la forma de la red: un espacio multitudinario dominado por unos pocos. En una parodia involuntaria del marxismo, argumentaban que las t¨¦cnicas utilizadas impon¨ªan esa estructura y esa econom¨ªa; sin embargo, el mecanismo podr¨ªa haber sido de muchos otros modos ¡ªcomo despu¨¦s se vio. Pero entonces la mayor¨ªa acept¨® que la ¨²nica manera consist¨ªa en someterse a esas organizaciones desmedidas.
Ya lo hemos rese?ado: de los diez se?ores m¨¢s ricos del mundo en ese momento, siete deb¨ªan sus fortunas a estos engendros (ver cap.13). Sus empresas eran productos perfectos de su ¨¦poca. Durante milenios los inventos respondieron a las necesidades pr¨¢cticas; a principios del siglo XXI, en cambio, cualquier joven que intentase hacerse rico necesitaba imaginar una necesidad que no existiera todav¨ªa.
¡°Los inventos sol¨ªan buscar c¨®mo satisfacer las demandas existentes; ahora piensan cu¨¢l pueden imponernos. Ya no se inventa un objeto o un m¨¦todo; se inventa una necesidad. Todo consiste, en s¨ªntesis, en dar con la idea que nadie m¨¢s tuvo para hacerte indispensable algo que no precisabas la semana pasada ¡ªy ofrecerte la forma de conseguirlo en media hora¡±, escribi¨® alguien entonces. ¡°En el mundo tan lleno, la clave de la riqueza consiste en inventar un hueco nuevo. Un poco m¨¢s all¨¢, en el que est¨¢ lleno de huecos, la pobreza sigue intentando rellenar los que ya existen. Son dos mundos, cada vez m¨¢s cercanos, m¨¢s distantes: se miran, se amenazan, no se encuentran en facebook; hay quienes se sorprenden cuando chocan¡±.
Aquellas corporaciones aprovecharon un resabio de los primeros d¨ªas, cuando la inter-net aparec¨ªa como un espacio libre, igualitario. As¨ª, durante demasiado tiempo, lo que caracteriz¨® la relaci¨®n de los hombres con esas m¨¢quinas y esos mecanismos fue la entrega, la confianza. Para empezar, al instalar sus pro-gramas: cualquier usuario medio aceptaba cada semana dos o tres contratos farragosos, disuasorios, de uso y confidencialidad, que ni revisaba ni hac¨ªa revisar por alg¨²n pro-grama propio. No era f¨¢cil: alguien calcul¨® que la lectura detallada de los contratos con los que un usuario medio de la inter-net en el MundoRico se encontraba en un a?o ¡ªy aceptaba sin leer¡ª le habr¨ªa demandado 90 jornadas laborales completas, m¨¢s de un tercio de su tiempo total de trabajo. Pero, con o sin razones, las personas se compromet¨ªan incesantemente a cosas que ignoraban, entregaban derechos sin saberlo, se entregaban.
Y tambi¨¦n en el uso, por supuesto: un se?or o una se?ora quer¨ªan ir a alg¨²n lugar y se lo comunicaban a su ordenador m¨®vil de bolsillo; ¨¦l les dec¨ªa vaya por aqu¨ª y por all¨¢ y por acull¨¢, y ¨¦l o ella lo hac¨ªan. Una se?ora o un se?or quer¨ªan comer pizza: se lo comunicaban a su ordenador m¨®vil o menos m¨®vil y se sentaban a esperar que apareciera. Una se?ora o un se?or ten¨ªan un dolor de cuello y buscaban en sus ordenadores por qu¨¦ ser¨ªa, c¨®mo se lo podr¨ªa tratar, si era mortal. Para eso, por supuesto ¡ªy tantas otras cosas semejantes¡ª, se?oras y se?ores entregaban cada vez m¨¢s informaci¨®n: eran muy pocos, en esos d¨ªas, los datos sobre la vida de las personas del MundoRico que no estaban almacenados en alg¨²n servidor corporativo. La relaci¨®n con sus aparatos supon¨ªa, dec¨ªamos, una confianza extrema: una que casi nadie ten¨ªa con otros seres humanos.
La m¨¢quina hab¨ªa conseguido parecer tan inofensiva que la gran mayor¨ªa cre¨ªa en ella y le cre¨ªa. Conocemos los efectos de ese error.
Pero entonces los m¨¢s eran incautos, inocentes. Los que s¨ª sab¨ªan lo que hab¨ªa en esos aparatos, sus peligros, sus posibilidades, sol¨ªan trabajar para las grandes corporaciones que los manejaban y explotaban, que escapaban al control de los estados usando mecanismos y procedimientos que nadie entend¨ªa, que funcionaban m¨¢s all¨¢ de los controles existentes. Eso deb¨ªa ser, en principio, lo que entonces llamaban ¡°tecnocracia¡±: el poder de unas pocas empresas tecnol¨®gicas que, en muy pocos a?os, concentraron de una manera inusitada los recursos del sistema. Esas empresas ejerc¨ªan, en esos d¨ªas, ¡ªalg¨²n¡ª control sobre mucha m¨¢s gente que la que nunca nadie antes hab¨ªa controlado.
(Un buen ejemplo eran los Global Positioning System, GPS, esos peque?os dispositivos que enviaban se?ales a varios centenares de sat¨¦lites en ¨®rbita para ofrecer su localizaci¨®n constante. En esos d¨ªas los 4.000 millones de poseedores de ordenadores personales m¨®viles portaban por lo menos un GPS que permit¨ªa saber d¨®nde estaban en cada momento. Muchos de ellos cargaban m¨¢s: su reloj ten¨ªa otro, su coche ten¨ªa otro, su perro ten¨ªa otro, sus hijos o sus empleados los ten¨ªan, y as¨ª de seguido. Y las empresas que prove¨ªan el servicio de localizaci¨®n vend¨ªan ¡ªen millones de subastas digitales que duraban segundos¡ª esos datos a anunciantes y compa?¨ªas que los usaban para vender, a su vez, sus productos seg¨²n la posici¨®n, actividades y costumbres de cada persona.)
* * *
Se hablaba en esos d¨ªas del ¡°Grupo GAFA¡±, compuesto por las cuatro grandes que manejaban aquel espacio. La G inicial iba por Google, el ¡°buscador¡±, una herramienta digital que serv¨ªa para organizar el mundo que inesperadamente se hab¨ªa montado en aquella inter-net, cuyo uso se complicaba por el exceso de posibilidades: m¨¢s de mil millones de sitios enredados en esa trama ca¨®tica. Google, que hab¨ªa sido lanzada en 1998 por dos estudiantes californianos ¡ªLarry Page y Serguei Brin¡ª, procesaba unas ocho mil millones de b¨²squedas al d¨ªa. Su rutina consist¨ªa en catalogar y jerarquizar todos esos contenidos, es decir: imponer su orden a ese caos. Lo hac¨ªa a trav¨¦s de sus famosos ¡°algoritmos¡±, pro-gramas que defin¨ªan qu¨¦ importaba y qu¨¦ no, qu¨¦ p¨¢ginas hab¨ªa que mostrar primero y cu¨¢les ¨²ltimo. Esos algoritmos eran, en s¨ªntesis, una idea del mundo: priorizando ciertos valores y formas sobre otros, premiaban a los que se adaptaban a ellos d¨¢ndoles m¨¢s circulaci¨®n: m¨¢s visitas, m¨¢s ventas, m¨¢s ¡°¨¦xito¡±. Se armaba entonces un c¨ªrculo vicioso: las grandes empresas invert¨ªan fortunas en adaptarse a esos algoritmos ¡ªpara mejorar su negocio¡ª y, as¨ª, esa idea del mundo se difund¨ªa y asentaba m¨¢s y m¨¢s. La palabra algoritmo se volvi¨® un anatema para supuestos entendidos: en esos d¨ªas quedaba muy bien hablar mal del ¡°algoritmo¡±, aunque la mayor¨ªa de los que lo denigraban no ten¨ªa mucha idea de qu¨¦ era, como funcionaba. En todo caso, no parec¨ªan caer en la cuenta de que esa autoridad del algoritmo, que defin¨ªa las b¨²squedas y los encuentros, era muy semejante a la que hab¨ªan ejercido, de forma a¨²n m¨¢s secreta y arbitraria, sacerdotes y sabios desde el principio de los tiempos.
Su ¨¦xito le permiti¨® crear o comprar varias otras iniciativas exitosas: una llamada Youtube que era, en esos d¨ªas, la principal difusora de videos, una llamada Gmail que procesaba buena parte de los ¡°correos¡± enviados entonces, una llamada Google Maps que, junto con otra llamada Waze, tambi¨¦n suya, dirig¨ªa el recorrido de millones de veh¨ªculos e individuos cada d¨ªa, una llamada Android que estructuraba el funcionamiento de cientos de millones de aparatos m¨®viles, una llamada Chrome que estructuraba el acceso a la inter-net de otros tantos millones.
En esos d¨ªas, Google mostr¨® su ambici¨®n de definir la comunicaci¨®n del mundo cambiando su nombre por Alphabet, el conjunto de los signos m¨¢s usados, el c¨®digo b¨¢sico. Ya sabemos c¨®mo termin¨®.
La primera A iba por Apple, la ¨²nica de las cuatro que fabricaba objetos materiales. Apple tambi¨¦n era la m¨¢s antigua: hab¨ªa sido fundada en 1976 por un se?or Steve Jobs ¡ªmuerto veloz a sus 56¡ª para dedicarse a la producci¨®n de ordenadores muy dise?ados, muy coquetos, pero hab¨ªa conseguido terminar de dominar el mercado gracias a un par de dispositivos m¨¢s chicos, m¨¢s port¨¢tiles. Se hab¨ªa presentado, al principio, como una competencia ¡°cool¡± ¡ªinteligente y joven y atrevida¡ª a empresas m¨¢s tradicionales como IBM y Microsoft, pero ya en los a?os 2000 se convirti¨® en el gran grupo, el modelo a seguir. En 2023, con un valor en bolsa de 2,5 millones de millones de d¨®lares, era la compa?¨ªa m¨¢s cara del mundo ¡ªaunque hab¨ªa ¡°perdido¡± 500.000 millones de d¨®lares el a?o anterior¡ª, y sus aparatos eran objetos aspiracionales con los que sus usuarios pretend¨ªan mostrar que formaban parte de algo.
Apple era el gran adalid de la ¡°obsolescencia programada¡± (ver cap.16). Por un lado sus materiales se desgastaban r¨¢pido y, al cabo de un tiempo relativamente corto, dejaban de funcionar. Por otro, su pol¨ªtica consist¨ªa en lanzar cada oto?o una nueva colecci¨®n ¡ªa la manera de los modistos¡ª que, por sus ¡°nuevas prestaciones¡± tornaba obsoleta la anterior. Su gran ¨¦xito, en esos d¨ªas, era aquel ordenador de bolsillo llamado ¡°iPhone¡±, que hab¨ªa conseguido constituirse en el modelo que sus competidores quer¨ªan imitar y todos poseer. No viv¨ªan de los datos de sus usuarios: solo de definir ¡ªcon sus m¨¢quinas¡ª c¨®mo ten¨ªan que ser.
La F iba por Facebook, un engendro digital. Lo hab¨ªa creado en 2004 un estudiante universitario de 20 a?os llamado Mark Zuckerberg para facilitar la sociabilidad entre sus colegas; r¨¢pidamente se hab¨ªa difundido fuera de las universidades como una forma de organizar comunidades virtuales y recuperar contactos con amigas y novios olvidados y recordar los cumplea?os y compartir sus fotos pero, con el tiempo, se hab¨ªa transformado en un espacio donde 2.000 millones de personas se enteraban de lo que hac¨ªan sus pr¨®ximos o sus ¨ªdolos, le¨ªan la prensa, comunicaban sus triunfos y desgracias, compraban y vend¨ªan y, sobre todo, constru¨ªan una imagen de s¨ª mismos.
Quiz¨¢s uno de sus grandes aciertos fue llamar ¡°amigos¡± a los contactos que cada quien ten¨ªa en sus redes: las personas, cada vez m¨¢s solitarias, desbordaban de amigos. Un ¡°Comit¨¦ invisible¡± franc¨¦s proclam¨® que ¡°tal vez era necesario pasar por eso tan absurdo de tener centenares de amigos que pasan de ti en tu Facebook para recordar lo que puede ser un verdadero amigo que te d¨¦ una mano¡±. Facebook ya enfrentaba un torrente de cr¨ªticas: sus recursos eran usados para manipular votaciones, reclutar sicarios, traficar personas, promover actos violentos, ofrecer pornograf¨ªa infantil. Los que la defend¨ªan dec¨ªan que la culpa no era del engendro sino del mundo: que el engendro no hac¨ªa m¨¢s que reflejarlo. En cualquier caso, su ¨¦xito le permiti¨® hacerse con otros engendros complementarios: Instagram, un espacio de promoci¨®n individual basada en las im¨¢genes, y Whatsapp, un engendro de comunicaci¨®n simple ¡ªmensajes y conversaciones¡ª que, por un tiempo, domin¨® ese mercado y por el que circulaban, cada d¨ªa, unos cien mil millones de recados. Pese a su aparente solidez, Facebook ya estaba en un declive que terminar¨ªa de confirmarse aquel d¨ªa de febrero 2022 en que perdi¨® un cuarto de su valor en unas horas (ver cap.12); hab¨ªa empezado el a?o con una cotizaci¨®n de 921.000 millones de d¨®lares y lo termin¨® en 272.000 millones, 70 por ciento menos. Para entonces ya se hab¨ªa cambiado de nombre ¡ªse hizo llamar Meta¡ª y anunciado el lanzamiento de un ¡°universo virtual paralelo¡±. En ese metaverso cada cual tendr¨ªa un cuerpo sin poner el cuerpo, sin depender tanto de ese azar que es el cuerpo que le toc¨® en la gran loter¨ªa. Fue un precursor: quiz¨¢ se adelant¨® a su tiempo, quiz¨¢ no se tom¨® el tiempo de hacerlo mejor.
(Con el cambio de nombre de la ex Facebook, analistas reemplazaron la sigla GAFA por GAMA. La referencia era cruel: los rayos gama estaban entre lo m¨¢s destructivo que hab¨ªa creado la naturaleza.)
Y la segunda A iba por Amazon. Amazon era un mercado, un espacio para compras digitales. Hab¨ªa sido lanzada en 1995 por aquel (alias) Jeff Bezos, otro joven ambicioso americano, como una librer¨ªa virtual ¡ªno por ning¨²n inter¨¦s particular en los libros sino porque hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que era un nicho poco atendido en la inter-net. En unos a?os hab¨ªa conseguido ampliar su negocio hasta convertirlo en el engendro donde millones compraban todo o casi todo lo que necesitaban, desde su ropa o su comida hasta un colch¨®n o un perro o su comida o incluso un libro. Su peso en el comercio mundial fue tal que en esos a?os se produjo una gran carencia de papel para libros y peri¨®dicos porque Amazon usaba, para empaquetar sus env¨ªos, cantidades ingentes de aquel papel duro que llamaban ¡°cart¨®n¡±.
Al convertirse en ese centro de compras, potenciado por unos altavoces caseros con los que los clientes pod¨ªan interactuar de viva voz, pidi¨¦ndole lo que necesitaban, Amazon fue compilando megamillones de datos sobre los gustos y requerimientos de cada cliente. Lo hac¨ªan, en principio, para saber qu¨¦ productos ofrecer a cada uno; en su caso, el sistema era m¨¢s directo: pura venta. Que se beneficiaba, por supuesto, de uno de los rasgos fuertes de la ¨¦poca: la ¨¦tica de la satisfacci¨®n inmediata. Cuando alguien quer¨ªa algo, lo quer¨ªa ya mismo ¡ªy esos pro-gramas le garantizaban que, dinero mediante, pod¨ªa tenerlo en pocas horas con el l¨¢nguido esfuerzo de un clic.
(La idea de la satisfacci¨®n inmediata era el reverso perfecto de uno de los grandes motores de la ¨¦poca: la insatisfacci¨®n permanente. En el MundoPobre la insatisfacci¨®n era real: muchos no ten¨ªan qu¨¦ comer al d¨ªa siguiente. En el MundoRico era igualmente real pero distinta: a tantos les faltaba aquel coche brilloso, m¨¢s reconocimiento, el ¨²ltimo aparato (ver cap.16). Era aquello que la guasa angl¨®fila de la ¨¦poca llamaba FOMO: Fear Of Missing Out, que en castellano podr¨ªa ser PAPA: P¨¢nico A Perderse Algo.
Es probable que nunca en la historia tantos poseedores se sintieran tan despose¨ªdos. Los poderes siempre inventaron formas de calmar a sus vasallos convenci¨¦ndolos ¡ªcon cultura, religi¨®n, costumbres¡ª de que ten¨ªan lo que necesitaban y no necesitaban pedir m¨¢s: que deb¨ªan aceptar lo que ¡°les daban¡± y quedarse tranquilos. Era, entre otras, su garant¨ªa de controlarlos. En cambio los poderes 2020 confiaban tanto en su control que se basaban en lo contrario: que sus vasallos siempre ¡°necesitaran¡± algo m¨¢s. As¨ª se sosten¨ªa el modelo del crecimiento continuo. Gracias a esa insatisfacci¨®n permanente siempre pod¨ªan vender m¨¢s, ofrecer m¨¢s, producir m¨¢s, vender m¨¢s, ofrecer m¨¢s, convencerte de que m¨¢s cosas te faltaban. Y adquirir lo deseado era una droga de un efecto m¨²ltiple: calmaba brevemente la necesidad, reforzaba el mecanismo, promov¨ªa deseos nuevos.)
* * *
El negocio de Google y compa?¨ªa limitada no se entendi¨® enseguida: parec¨ªan ofrecer servicios ¡ªde informaci¨®n, de comunicaci¨®n, de b¨²squeda¡ª gratuitos, sin un precio claro ni recompensa para quien los prestaba. Pas¨® tiempo hasta que qued¨® claro que su inter¨¦s consist¨ªa en captar el inter¨¦s de cada usuario y mantenerlo. Por eso lo llamaron ¡°econom¨ªa de la atenci¨®n¡±: la idea era que, cuanto m¨¢s tiempo estuviera cada persona conectada a esos pro-gramas, cuanto m¨¢s interactuara con ellos, m¨¢s datos personales podr¨ªan extraerle. Y esos datos ¡ªesas monta?as de informaci¨®n¡ª eran su mercader¨ªa privilegiada: se la vend¨ªan a sus clientes empresarios para que les compraran m¨¢s espacios de publicidad y enfocaran sus anuncios y sus ventas hacia los m¨¢s susceptibles de comprarlos. Era lo que una autora norteamericana llam¨® ¡°capitalismo de vigilancia¡±: este sistema que se alimentaba de los datos que sus pro-gramas extra¨ªan de sus miles de millones de usuarios ¡ªa los que, so pretexto de servir, espiaba hasta niveles nunca vistos.
Esa acumulaci¨®n de datos individuales buscaba algo viejo como el mundo: predecir los deseos de los otros. Toda interacci¨®n se bas¨® siempre en ese intento: los amores, los emprendimientos, las aventuras, los negocios, las varias religiones. Pero siempre hab¨ªa dependido de las percepciones de unos cuantos audaces. La ¡°diferencia Google¡± fue que no lo hac¨ªa a partir de intuiciones e inferencias sino por acumulaci¨®n y an¨¢lisis de datos ¡ªy los resultados parec¨ªan decir que funcionaba ¡ªseg¨²n los criterios de la ¨¦poca. Se trataba, en s¨ªntesis, de prever los comportamientos futuros de las personas, no por curiosidad o para ayudarlos a mejorar sus vidas sino para saber qu¨¦ les podr¨ªan vender, qu¨¦ m¨¢s ¡°querr¨ªan¡± comprar.
Era cierto que esas corporaciones empezaron a saber sobre las personas m¨¢s que las propias personas, y se jactaban de su espionaje: cada quien, argumentaban, ten¨ªa sobre s¨ª mismo y sus apetitos una idea te?ida de indulgencia; ellas, en cambio, conoc¨ªan la realidad sin filtros, sin enga?os. Google sab¨ªa qu¨¦ le¨ªa o miraba o escuchaba cada cual, qu¨¦ le interesaba y qu¨¦ no, sin mentirse; Amazon, m¨¢s a¨²n, sab¨ªa qu¨¦ consum¨ªa cada uno, ergo: qui¨¦n era.
(En esos d¨ªas, Amazon se compr¨® la mayor f¨¢brica de robots limpiadores. Eran unos aparatos muy primarios, redondos y bajitos, que se mov¨ªan solos y chupaban el polvo de los suelos. Pero su m¨®dica pro-gramaci¨®n les permit¨ªa mapear cada casa y todos sus objetos ¡ªen principio, para limpiarlos mejor. Amazon la compr¨® porque as¨ª podr¨ªa saber c¨®mo eran las viviendas de sus clientes y, por lo tanto, conseguir mucha m¨¢s informaci¨®n sobre ellos, sus h¨¢bitos, sus medios, sus vidas. Para eso, 1.700 millones de euros no parec¨ªan demasiados.)
Los diversos mecanismos de vigilancia y su uso comercial pueden parecernos torpes, pero se dice que cumpl¨ªan su cometido inicial. Hay multitud de ejemplos cotidianos: si alguien miraba muchas fotos de Roma, la antigua capital de Italia, era probable que al d¨ªa siguiente le apareciera en su pantalla un anuncio de vuelos baratos a Fiumicino, su ¡°aeropuerto¡±; si alguien le¨ªa dos o tres art¨ªculos sobre vinos blancos, se pasar¨ªa horas viendo publicidades de chardonnay en la p¨¢gina de su diario habitual. Una vez m¨¢s la gran mano del mercado hab¨ªa encontrado una forma espl¨¦ndida de monetizar lo que millones hac¨ªan. O de convertirlo en obediencia, a trav¨¦s de la publicidad pol¨ªtica dirigida: las ¡°aplicaciones¡± usaban los intereses e intervenciones de sus usuarios para determinar sus ideas y, entonces, partidos pol¨ªticos compraban esa informaci¨®n para mandarles mensajes personalizados donde los convenc¨ªan de que pensaban exactamente eso ¡ªy que el receptor deb¨ªa, por lo tanto, votarlos sin dudar.
(Un ejemplo menor puede mostrar c¨®mo se estaba envenenando la relaci¨®n con las m¨¢quinas: una gu¨ªa de viajes explicaba a su usuario que para conseguir un pasaje de avi¨®n a buen precio deb¨ªa borrar toda la actividad anterior de su computadora porque, si no lo hac¨ªa, la p¨¢gina de la aerol¨ªnea o agencia donde lo compraba sabr¨ªa que estaba interesado en ese viaje y le subir¨ªa el precio. Defenderse de la m¨¢quina era una consigna que empezaba a abrirse paso, las primeras escaramuzas de aquella larga guerra.)
En todo caso, entonces, la econom¨ªa de la atenci¨®n se volv¨ªa econom¨ªa del espionaje, y ciertos sectores empezaron a denunciar toda esa ¡°miner¨ªa de informaci¨®n¡± como una avanzada visible de ese avance invisible en el que estas corporaciones recopilaban datos que les permitir¨ªan manipular cada vez m¨¢s a miles de millones de personas. El tiempo probar¨ªa su dram¨¢tico acierto.
* * *
Alguien, entonces, lo llam¨® ¡°feudalismo tecnol¨®gico¡±: sin ning¨²n control de gobiernos u organizaciones internacionales, esas corporaciones fueron concentrando su poder sobre la red, y en tres d¨¦cadas intensas consiguieron quedarse con todo. No hab¨ªa regulaciones; cuando aparec¨ªa alg¨²n competidor ¡ªcuando alguien inventaba una ¡°necesidad¡± que ellos no hab¨ªan imaginado¡ª usaban sus miles de millones para hacerle una oferta imposible de rechazar y terminaban por compr¨¢rselo. Hubo un momento, incluso, en que los inventores y emprendedores m¨¢s audaces creaban novedades y pro-gramas con el fin casi exclusivo de vend¨¦rselos: el mejor negocio posible era entregarse al oligopolio. Estas corporaciones eran el mascar¨®n de proa del capitalismo global, un sistema que siempre hab¨ªa proclamado que la competencia era su motor ¡ªy tend¨ªan a eliminar cualquier posibilidad de competencia. Y al mismo tiempo fueron, es cierto, un caso extra?o en la historia de la humanidad: c¨®mo unos pocos se?ores sin fuerza pol¨ªtica, sin aparato militar, sin apoyos previos, consiguieron concentrar un poder extraordinario ¡ªy ganar fortunas sin par. La dependencia global de esas grandes plataformas era algo pocas veces visto: cuatro o cinco corporaciones se hab¨ªan hecho indispensables, cuatro o cinco mil millones de personas no sab¨ªan vivir sin ellas ¡ªy aceptaban por lo tanto su poder.
Las cuatro GAFA estaban entre las cinco empresas m¨¢s cotizadas de esos d¨ªas; la quinta era otra productora de pro-gramas digitales llamada Microsoft, m¨¢s convencional pero due?a, entre otras cosas, del ¡°sistema operativo¡± que usaba el 85 por ciento de los ordenadores del mundo ¡ªm¨¢s de 1.500 millones¡ª y del pro-grama de escritura m¨¢s empleado, Word, y de las tablas de contabilidad m¨¢s difundidas, Excel, entre otras.
Todas ellas, adem¨¢s, eran ejemplos de la forma en que las grandes compa?¨ªas digitales evad¨ªan fortunas en impuestos. Los mismos estados que, en esos d¨ªas, se los hab¨ªan subido a bancos y corporaciones energ¨¦ticas, no consegu¨ªan cobrarles lo que correspond¨ªa (ver cap.12). Su car¨¢cter global les permit¨ªa radicar formalmente sus actividades mundiales en los pa¨ªses que les permit¨ªan pagar menos y, as¨ª, estafar a esos miles de millones de usuarios que constitu¨ªan, al mismo tiempo, su ¨²nica riqueza.
A fines de aquel a?o 2022, sin embargo, las grandes compa?¨ªas tecnol¨®gicas atravesaban una crisis que hab¨ªa licuado porciones importantes de su ¡°valor¡± ¡ªy se dedicaban a echar empleados. Lo cual no significaba que no tuvieran, todav¨ªa, una posici¨®n de poder extraordinaria.
Su tama?o y su prepotencia, el control de tantas actividades en manos de tan pocos, la concentraci¨®n de informaci¨®n en esas mismas manos, las posibilidades de manipulaci¨®n que esa concentraci¨®n ofrec¨ªa, empezaban a despertar todo tipo de resquemores. Muchos se quejaban de que esa explosi¨®n permit¨ªa un control social ¡ªpor parte de los estados y las corporaciones¡ª inusitadamente extenso e intenso: que las fuerzas del negocio y la conservaci¨®n ten¨ªan una masa de informaciones sobre cada una de las personas que les permitir¨ªa mejorar su penetraci¨®n y su manejo hasta niveles nunca vistos; que ese ser¨ªa el enemigo de las pr¨®ximas d¨¦cadas.
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Los estados tambi¨¦n utilizaban las nuevas tecnolog¨ªas para el control de sus vasallos. No eran solo los m¨¦todos cl¨¢sicos potenciados por la tecnolog¨ªa ¡ªescuchas de tel¨¦fonos, espionaje de comunicaciones varias, cruce de datos bancarios y desplazamientos, todas esas cosas que los Estados Unidos hab¨ªan hecho visibles cuando el ataque de unos desaforados a un edificio de oficinas de Nueva York les dio la excusa perfecta para llevar la represi¨®n a niveles que las democracias, hasta ese momento, sol¨ªan disimular.
En esos d¨ªas tambi¨¦n se pusieron en marcha formas t¨¦cnicamente nuevas de control ¡ªy su vanguardia fue, sin dudas, la nueva vanguard¨ªa del mundo. El gobierno chino, encabezado por el se?or Xi, se lanz¨® a una campa?a sistem¨¢tica de instalaci¨®n de c¨¢maras en los espacios p¨²blicos: calles, transportes, edificios, ba?os se llenaron de aparatos que mandaban im¨¢genes a los centros de rastreo, donde otros aparatos las analizaban para encontrar personas, detectar conductas ¡°sospechosas¡± e incluso predecir delitos. La llamaron operaci¨®n Xue Liang ¡ª¡±Ojos agudos¡±¡ª y fue masiva: la ciudad de Chongqing, por ejemplo, ten¨ªa en esos d¨ªas dos millones y medio de c¨¢maras para vigilar a sus 15 millones de habitantes. Todo, absolutamente todo, parec¨ªa bajo control: ya sabemos c¨®mo evolucion¨®.
Pero quiz¨¢ m¨¢s innovador ¡ªy con mayores consecuencias¡ª fue el sistema de ¡°cr¨¦ditos sociales¡± que el gobierno chino inici¨® en esos a?os, con la colaboraci¨®n ¡ªforzada o no, seg¨²n los casos¡ª de las grandes corporaciones de su pa¨ªs. La vigilancia se extremaba: el sistema registraba a cada persona en un pro-grama central que grababa lo que hac¨ªa con su vida, con qui¨¦n se relacionaba, d¨®nde trabajaba, cu¨¢nto rend¨ªa en su empleo, qu¨¦ dec¨ªa en las redes sociales, qu¨¦ consum¨ªa, qu¨¦ deudas ten¨ªa, c¨®mo pagaba sus impuestos, d¨®nde viajaba, c¨®mo manejaba, qu¨¦ otros delitos hab¨ªa cometido. Y la combinaci¨®n de todo eso seg¨²n los algoritmos correspondientes adjudicaba a cada ¡°ciudadano¡± un puntaje inhabilitaba para viajar, continuar su educaci¨®n, conseguir ciertos empleos, comprar ciertas cosas, entrar en ciertas redes, pedir cr¨¦ditos o l¨ªneas telef¨®nicas. Por sus vidas los conocer¨¦is ¡ªy los premiar¨¦is o castigar¨¦is. El estado hab¨ªa puesto en marcha un enorme sistema que divid¨ªa a los ciudadanos en categor¨ªas seg¨²n sus conductas. Era cierto que para hacerlo funcionar se necesitaba el poder de un sistema como el chino; fue cierto tambi¨¦n que otros empezaron a mirarlo con cari?o y envidia.
Hab¨ªa quienes dec¨ªan que las mismas tecnolog¨ªas que facilitaban el control tambi¨¦n pod¨ªan ayudar a rebelarse contra ¨¦l: que esas formas de difusi¨®n y comunicaci¨®n inmediatas permit¨ªan mejorar, agilizar, potenciar las movilizaciones populares ¡ªinformaci¨®n, convocatorias, organizaci¨®n. Citaban los ejemplos de varios levantamientos significativos en pa¨ªses pobres ¡ªnorte de ?frica, ?am¨¦rica¡ª que no habr¨ªan podido prosperar sin esa red que permit¨ªa que los participantes actuaran juntos sin necesidad de un poder central: que les daba la posibilidad de armar ¡ªentonces s¨ª¡ª una trama horizontal que coordinara sus movidas. O sea: que hab¨ªa armas tanto m¨¢s potentes y que todos podr¨ªan usarlas y que todo depender¨ªa de qui¨¦n aprendiera a usarlas c¨®mo.
Pero, como sol¨ªa suceder en esos d¨ªas, la queja y el victimismo tuvieron mucho m¨¢s recorrido y se impuso, en ciertos sectores, una sensaci¨®n ¡ªjustificadamente¡ª paranoica sobre el peligro de esas corporaciones y sus m¨¦todos. Aunque parece comprobado que, en ese momento, sus advertencias no tuvieron una repercusi¨®n en absoluto comparable al poder de esos instrumentos sobre los que advert¨ªan. En ese mundo ¡ªlo sabemos¡ª nada ten¨ªa tanto peso como la ciencia y sus t¨¦cnicas. Casi todas las actividades humanas estaban regidas y definidas por alguna m¨¢quina, y sin embargo la enorme mayor¨ªa de los ciudadanos ignoraba todo sobre las formas en que se imaginaban, produc¨ªan y manejaban los aparatos y los pro-gramas que las sustentaban. Estaban, en ese sentido, tan entregados como mil a?os antes, cuando unos oscuros personajes los conduc¨ªan en nombre de los misterios de alg¨²n dios. Usaban con tes¨®n y devoci¨®n unos objetos sobre los que no sab¨ªan nada m¨¢s que lo que sus pantallas les mostraban ¡ªy cre¨ªan en ellos lo suficiente como para tenerlos todo el tiempo junto a s¨ª, confiarles sus vidas.