Un pesar antiguo
Paso de sentir que Delhy Tejero habla como mi yo joven habr¨ªa hablado, a querer dialogar con ella
¡°Nunca limpi¨¦ un pincel¡±, escribe Delhy Tejero (Toro, 1904-Madrid, 1968) en una de las primeras p¨¢ginas de su diario. La leo como si en esos cuadernines que por casualidad han llegado a mis manos, pudiera quedarme hablando durante un rato con el yo que decidi¨® (sin la aprobaci¨®n familiar y con las amigas que hab¨ªan elegido cursar carreras serias mirando por encima del hombro) dedicarse a la pintura. ¡°Ah¨®ndome emoci¨®nome empapo sigo en su vida porque veo en su vida mi vida¡±, anoto r¨¢pidamente y sin pensar. ¡°Estoy en N¨¢poles¡±, sigue Tejero, ¡°en la cama, pero no podr¨¦ escribir nada bueno, es tan fuerte la realidad, fluyen en m¨ª tan deprisa las ideas que no puedo expresarlas, que se me olvidan, el l¨¢piz no puede ir tan deprisa, por eso muchas veces me como las palabras¡±.
Descubrimos, en unos diarios que empiezan a fecharse en el a?o 36, a una verdadera pintora en conflicto no solo con su oficio, sino tambi¨¦n con otras artes (son interesantes los momentos en los que intenta hacer dialogar a la pl¨¢stica con la escritura) y con su realidad m¨¢s inmediata. No quiero ver su obra hasta que la conozca a trav¨¦s de sus palabras, pienso despu¨¦s de leer la descripci¨®n que hace de la ciudad de Pompeya, o de que hable de la felicidad que siente en T¨¢nger, un lugar al que, parafrase¨¢ndola, la gente solo va a gozar: cuando se les acaba la alegr¨ªa han de abandonarla para instalarse en una ciudad en la que s¨ª se pueda sufrir. ¡°Quisiera pintar cosas grandes y no estas tonter¨ªas¡±, y salvando las distancias de tiempo y clase, resuena Joan Mitchell y su aprensi¨®n por los pasteles, el deseo de pintar con el cuerpo. Tejero lucha contra sus limitaciones. Escribe en habitaciones de pensiones que huelen a animal mientras fantasea con que una bolsa de agua caliente pueda ser su hija, cuenta cada c¨¦ntimo que gasta en comida, ve en los platos de sopa que engulle la mugre de su pa¨ªs de acogida. Sacrifica ¡ªsiempre seg¨²n ella¡ª obras importantes por acuarelas (otra vez Mitchell). ¡°Qu¨¦ cosa gris, siempre angustiada¡±, escribe refiri¨¦ndose a su trabajo, ¡°pues veo que se termina por momentos sin haber hecho nada, sin haber podido hacer m¨¢s que esperar en una continua angustia¡±.
Escribe desde Fez, Florencia, N¨¢poles y Creta, desde Par¨ªs, mientras la guerra le atormenta. Trabaja concienzudamente y sin descanso. ¡°Pero a pesar de esto no noto mi producci¨®n, no hago nada, (¡). Es un tormento cuando llega la noche porque no termino la acuarela, gozo haci¨¦ndola, despu¨¦s no me gusta nada de lo que he hecho¡±, escribi¨®. Cu¨¢ntos pensamientos ¡ªdolorosos, acertados, banales¡ª sobre pintura se atreve Delhy Tejero a escribir desde un lugar desordenado, atropellado e ingenuo. Me sorprende su confianza en el mundo a pesar de saberlo sucio y terrible.
Como lectora no se tarda mucho en quedar atrapada por unos cuadernos donde la ligereza de las primeras p¨¢ginas da paso a un dolor con muchos brazos: el dolor profundo por una Espa?a en guerra, el dolor por no poder encontrar un espacio donde desarrollar la mirada propia, el dolor por el fr¨ªo y los saba?ones, el dolor por la angustia de estar viva. La soledad es uno de los pilares sobre los que se construye esta narraci¨®n ¨ªntima, y yo paso de sentir que Delhy Tejero habla como mi yo joven habr¨ªa hablado, a querer dialogar con ella. Acabo acompa?¨¢ndola en silencio, sintiendo que hay un muro infranqueable que nos separa, pensando que nunca ser¨¦ capaz de entender su dolor.
Miro, por fin, su trabajo pl¨¢stico. Me conecta con un pesar antiguo. Una toma de conciencia que me escupe que, despu¨¦s de elevarme (pienso en la magistral escena del relato de Jacqueline Harpman en su Yo que nunca supe de los hombres, cuando unas mujeres que siempre han vivido en cautiverio se encuentran por primera vez en su vida adulta en plena naturaleza e introducen las piernas en un r¨ªo), de saberme dichosa y de saber amar, todo va a acabar desapareciendo: ¡°Todos seremos polvo, no tendremos ni boca ni o¨ªdos¡±.
Babelia
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