Cuando el kilo de pan pesaba 700 gramos
Miguel le¨ªa a Baroja como quien toma una p¨®cima necesaria para sobrevivir y aquel verano descubri¨® que Baroja tambi¨¦n hab¨ªa sido panadero
El 1 de abril de 1952, d¨ªa en que se conmemoraba la victoria de Franco, se promulg¨® un decreto por el que se suprim¨ªa la cartilla de racionamiento. El pan blanco comenz¨® a venderse libremente en las panader¨ªas. Poco tiempo despu¨¦s, cuando Miguel con 18 a?os so?aba en secreto con ser escritor y le¨ªa a Baroja como quien toma una medicina, un amigo de la infancia tuvo que hacerse cargo de una de las tahonas del pueblo, debido a la muerte prematura de su padre. Durante las vacaciones de verano despu¨¦s de recorrer juntos en la vespa las verbenas y discotecas de la playa, al regresar de madrugada a casa, exhaustos, felices o derrotados, Miguel se quedaba muchas veces a ayudar a su amigo a hacer el pan nuestro de cada d¨ªa, un trabajo que duraba hasta clarear el alba.
Hab¨ªa aprendido todas las artes del oficio. Primero hab¨ªa que encender el fuego en medio del horno con le?a y ramas secas de arbustos del monte; despu¨¦s hab¨ªa que apartar las brasas hacia un rinc¨®n y limpiar la ceniza del suelo de barro cocido con pa?os mojados; mientras tanto la pastera circular ya rodaba en torno a un eje helicoidal que iba convirtiendo en una masa cada vez m¨¢s compacta la proporci¨®n de agua, harina y sal con la correspondiente levadura. Al amasado le segu¨ªa la fermentaci¨®n hasta doblar su volumen. Luego llegaba la divisi¨®n. Hab¨ªa que separar con una cuchilla cuadrada la porci¨®n exacta seg¨²n su peso, lo que luego ser¨ªan barras, vienas y hogazas. Era un tajo mec¨¢nico, intuitivo, que se hac¨ªa sin pensar. Miguel siempre acertaba con el tama?o.
Fueron veranos muy felices aquellos en que, despu¨¦s de bailar hasta las tantas canciones de amor y todo eso, en la boca del horno Miguel se cre¨ªa un joven Hefesto, dios del fuego, y se preguntaba si eso de escribir ser¨ªa tambi¨¦n tan f¨¢cil como hacer rosquillas, como suced¨ªa con algunos escritores. Fue una de aquellas noches cuando al final de una verbena junto al mar, mientras el vocalista cantaba Arrivederci Roma, Miguel recibi¨® el primer beso de aquella muchacha cuyo nombre ya olvidado. Con el tiempo todo se desvanece, es cierto, olvidamos los nombres de las ninfas que hemos so?ado; en cambio, Miguel recuerda todav¨ªa que fue aquella noche cuando un peque?o ratoncito blanco ven¨ªa ya muerto en uno de los sacos de harina y mezclado con ella cay¨® en la pastera, donde fue amasado sin que ninguno de los dos amigos, tal vez un poco ebrios, se diera cuenta. El ratoncillo qued¨® horneado dentro de una hogaza sobre la cual Miguel, como siempre, hab¨ªa trazado con un punz¨®n un tri¨¢ngulo que aparecer¨ªa despu¨¦s en la corteza crujiente. ?A qu¨¦ clienta le tocar¨ªa en suerte la sorpresa como si fuera el premio del rosc¨®n de Reyes? A media ma?ana, una mujer lleg¨® a la panader¨ªa gritando desaforada con la hogaza partida entre cuya miga asomaba el hocico con su bigote del ratoncillo blanco. M¨¢s all¨¢ del horror, algunos lo consideraron un milagro.
Corr¨ªan tiempos de plomo en que lo peor del hambre ya hab¨ªa pasado, pero la escasez y la miseria persist¨ªan. Puesto que el pan era sagrado y subirlo de precio pod¨ªa suscitar una peligrosa protesta popular, el r¨¦gimen franquista realiz¨® un acto surrealista al proclamar por decreto que el precio del pan se mantendr¨ªa intacto, pero que en adelante cada kilo pesar¨ªa solo 700 gramos. En el trabajo de Miguel en la panader¨ªa todo se reduc¨ªa a alterar el golpe de la cuchilla con un peque?o quiebro de la mu?eca sobre la masa para que se produjera ese prodigio.
Miguel le¨ªa a Baroja como quien toma una p¨®cima necesaria para sobrevivir y aquel mismo verano en que el kilo de pan en Espa?a comenz¨® a pesar 700 gramos, descubri¨® que Baroja tambi¨¦n hab¨ªa sido panadero. Hab¨ªa abandonado la medicina y durante siete a?os se hab¨ªa dedicado a regentar una panader¨ªa en la calle Capellanes de Madrid, que hab¨ªa heredado de una t¨ªa de su madre. Hac¨ªa su trabajo en un s¨®tano muy s¨®rdido; se levantaba a las once de la noche y mientras se horneaba el pan, a veces dorm¨ªa en el suelo. As¨ª se lo hab¨ªa contado un viejo erudito veraneante en el pueblo, un personaje barojiano que pose¨ªa una biblioteca de 5.000 vol¨²menes en su casona solariega y se carteaba con el propio Baroja, quien en una carta le comunic¨® que un d¨ªa vendr¨ªa de Madrid a visitarle. Miguel imaginaba a Baroja enharinado en la boca del horno, so?ando tal vez con ser escritor. El erudito del pueblo hab¨ªa reformado su casona y hab¨ªa preparado una habitaci¨®n para el gran d¨ªa en que Baroja llegara. Pero el escritor iba posponiendo la visita hasta que aquel delirio literario se desvaneci¨®. Con el tiempo todo se olvida, como canta Leo Ferr¨¦. A estas alturas de la vida Miguel no sabe si escribir consiste en hacer que se rebelen todas las balanzas y un kilo pese 700 gramos o en el milagro de que aparezca en medio del hambre un rat¨®n dentro de una hogaza de pan blanco como en un cuento de hadas.
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