Aquellas chicas del pub de Santa B¨¢rbara
En 1973 todav¨ªa muchos cre¨ªan que los etarras eran unos muchachos aguerridos que luchaban por la libertad y celebraron el atentado contra Carrero Blanco
A?o 1973. En Espa?a sonaba por todas partes Monday Monday, cantada por The Mamas & The Papas, cuando el dinosaurio hibernado, por fin, movi¨® el rabo y la ca¨ªda de la dictadura comenz¨® a tomar velocidad. Miguel era de los que entonces cre¨ªan que los etarras eran unos muchachos aguerridos que luchaban por la libertad y llegado el caso fue con una botella de champ¨¢n hasta el socav¨®n de la calle Claudio Coello de Madrid para celebrar que desde all¨ª estos chicos de Deusto tan simp¨¢ticos hab¨ªan mandado a los cielos y a¨²n m¨¢s arriba a Carrero Blanco. Pese a todo, este atentado supuso realmente el descorche del franquismo; a partir de ese taponazo la sangre comenz¨® a unirse a la espuma de cava.
Seg¨²n las reglas de la seducci¨®n del perfecto progresista, ser como hab¨ªa que ser consist¨ªa en llevar una trenca con trabillas de h¨²sar y un zurr¨®n de apache que conten¨ªa pipa, papel de fumar, tabaco con sabor a chocolate y una edici¨®n de El Aleph, de Borges, publicada en la colecci¨®n de libros de bolsillo de Alianza Editorial; dejarse caer de noche por el pub de Santa B¨¢rbara o por Boccaccio, sentarse a una mesa, pedir un Drambuie, encender la pipa y esperar que alguna de aquellas chicas de botas altas y minifalda te sostuviera la mirada desde la barra, compartiera una sonrisa y levantara la copa en se?al de que te dejaba libre el paso. Seguro que ella tambi¨¦n le¨ªa a Borges. En ese caso el terreno ya estaba abonado.
Chicas como aquella ya hab¨ªan comenzado a apoderarse de los taburetes de los abrevaderos del rollo y no les importaba tomar la iniciativa poniendo su sem¨¢foro en verde. Mientras se desnudaban a la hora de meterse en la cama con el novio preguntaban qu¨¦ se sab¨ªa de la huelga de los metal¨²rgicos o del pr¨®ximo salto en una manifestaci¨®n por Atocha, pero la chica del pub de Santa B¨¢rbara seguro que estar¨ªa m¨¢s interesada en El Aleph o en La historia universal de la infamia, tambi¨¦n de Borges, donde se pod¨ªa leer que gracias a la esclavitud de los negros pod¨ªamos gozar los blancos del blues y del jazz. Ella esperaba que este nuevo chorbo que entraba en su vida no le viniera con el cuento de que en Mayo del 68 estuvo en Par¨ªs buscando la playa bajo el asfalto; la chica se sab¨ªa las claves y deseaba que no fuera como tantos otros de su especie que confund¨ªan la calle Fuencarral con el bulevar de Saint Michael. Tambi¨¦n sonaba Mammy Blue de los Pop Tops en el hilo musical de los ascensores de los hoteles de lujo y en las radios de todos los coches embotellados de la clase media que iban a la sierra los domingos cuando se supo que Franco hab¨ªa desarrollado una flebitis.
Llevar la revista Triunfo brazo el brazo era una definici¨®n ideol¨®gica y, por supuesto, en los c¨ªrculos en los que se mov¨ªa Miguel ¡ªcine, dise?o, publicidad, periodismo¡ª nadie de izquierdas se atrev¨ªa a opinar de pol¨ªtica sin haber le¨ªdo primero el editorial de Haro Tecglen. En Madrid todo el mundo reconoc¨ªa que Catalu?a era como otro pa¨ªs donde se respiraba ya el aire de Europa, lo m¨¢s parecido a la libertad que se so?aba desde la meseta; en Barcelona estaba aquella alegre pandilla de la gauche divine, gente como Carlos Barral y Gil de Biedma, Castellet, Rosa Reg¨¤s, Pere Portabella, la fot¨®grafa Colita, los hermanos Moix, Oriol Bohigas, que se lo pasaban tan bien en Boccaccio o en las hamacas bajo los pinos de Cadaqu¨¦s leyendo, bebiendo, escribiendo, follando, riendo, con una inteligencia desinhibida que era dif¨ªcil distinguirla de la frivolidad. En la mesa de la editorial Seix Barral permaneci¨® sin abrir durante un a?o el manuscrito de Cien a?os de soledad, de Garc¨ªa M¨¢rquez, y se le dej¨® escapar; en cambio, despu¨¦s de un viaje al Pa¨ªs Vasco ning¨²n progresista madrile?o hablaba de los cr¨ªmenes de ETA sino de lo bien que se com¨ªa en Arzak o en la Nicolasa, pero lleg¨® un momento en que Miguel comenz¨® a sospechar que matar a un inocente con un tiro en la nuca para celebrarlo despu¨¦s con unas cocochas era un movimiento de liberaci¨®n sumamente extra?o.
Y en una de esas muri¨® Franco y la historia comenz¨® a ir de veras. Unos cantaban Al alba de Eduardo Aute en memoria de los ¨²ltimos fusilados y otros optaban por el aullido desesperado de Janis Joplin, que presagiaba la nueva forma de vivir al borde del abismo. La cultura hab¨ªa entrado en la constelaci¨®n de acuario. Miguel y su chica hab¨ªan sellado su amistad bajo los gases lacrim¨®genos de las manifestaciones. Qu¨¦ bellos d¨ªas aquellas cuando estos j¨®venes se mostraban mutuamente las heridas, sentados en el pub de Santa B¨¢rbara despu¨¦s de enfrentarse a los guardias, cuando se amaban entre los cuerpos hacinados sobre almohadones en los antros oscuros, cuando al final de los conciertos encend¨ªan una cerilla para iluminar la historia. Le¨ªan a Borges y a Pavese. Qu¨¦ bien sonaba aquel verso: ¡±Vendr¨¢ la muerte y tendr¨¢ tus ojos¡±, que ¨¦l recitaba llevando a su chica del hombro bajo las acacias.
Continuar¨¢.
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