Aquellos m¨²sicos en pie de guerra
El compromiso pol¨ªtico, ahora reducido a poses para las redes sociales, fue real en otros tiempos
El verano es buena ¨¦poca para los que escuchamos la radio: las estrellas del medio se dispersan y sus huecos son ocupados por voces frescas con planteamientos a priori refrescantes. Urge advertir que, a veces, los reci¨¦n llegados tambi¨¦n comparten vicios con los titulares de las ondas. Por ejemplo, pillo un programa sobre las ¡°m¨¢ximas figuras de la canci¨®n¡± y su compromiso pol¨ªtico o social. Hmmm, estamos ante categor¨ªas dif¨ªciles de cuantificar.
Siempre hay que dudar ante los alardes de ventas estratosf¨¦ricas, y m¨¢s cuando se concretan en cifras demasiado redondas. M¨¢s compleja a¨²n es la definici¨®n de ¡°compromiso¡±. Se espera que los artistas se pronuncien sobre el MeToo o los derechos LGTBI y generalmente lo hacen¡ durante los breves minutos que se requieren para redactar un tuit o confeccionar un v¨ªdeo de Instagram. Las grandes causas parecen haberse banalizado, reducidas a meros ladrillos para construir una imagen p¨²blica comme il faut.
Idealmente, el compromiso abarca muchas acciones diferentes. El disco o el concierto ben¨¦fico. La canci¨®n con voluntad de himno. El manifiesto colectivo. La donaci¨®n. Y, lo m¨¢s delicado, la implicaci¨®n en la batalla pol¨ªtica. Esta intervenci¨®n puede ser poco m¨¢s que un ritual, como las apariciones de Springsteen en apoyo del candidato dem¨®crata de turno. Aunque conviene no minusvalorar los riesgos de tales gestos, como comprobaron Crosby Stills Nash & Young en su gira de 2006, cuando algunos asistentes manifestaron ostentosamente su rechazo a las cr¨ªticas al entonces presidente, George W. Bush.
Particularmente aleccionadora es la historia de Red Wedge. Durante la segunda mitad de los ochenta, este colectivo de m¨²sicos brit¨¢nicos ten¨ªa un objetivo n¨ªtido: la derrota electoral de Margaret Thatcher. Red Wedge (¡°cu?a roja¡±) colaboraba con el principal partido de la oposici¨®n, el Labour Party, organizaci¨®n poco sensible a la cultura pop. Pero, con Billy Bragg como portavoz y Paul Weller ejerciendo de figura carism¨¢tica, Red Wedge atrajo a solistas y grupos como los Communards, Madness, Tom Robinson, Lloyd Cole, Jerry Dammers y otros frecuentadores de las listas de ventas.
Impl¨ªcitamente, se planteaba como alternativa ¡°aut¨¦ntica¡± a los New Romantics, si bien las fronteras resultaron difusas: Gary Kemp, compositor principal de Spandau Ballet, insisti¨® en actuar (igual que Bananarama, aparentemente un caramelito pop). Se rechaz¨®, ay, a los Housemartins, que tra¨ªan propuestas tan radicales como la nacionalizaci¨®n de la industria discogr¨¢fica. Abundaron las paradojas: uno de los inspiradores del movimiento, Joe Strummer, se hizo conspicuo por su ausencia, mientras un contrariador nato como Morrissey acept¨® actuar con los Smiths en Newcastle.
Revisando el documental sobre la gira de 1986, llama la atenci¨®n la modestia de los medios utilizados. M¨¢s all¨¢ de los conciertos, se montaron encuentros del p¨²blico con funcionarios de ayuntamientos laboristas, para dinamizar actividades juveniles y acelerar la inscripci¨®n en los registros de votantes. Todo entre sospechas mutuas: los laboristas desconfiaban hasta del nombre (lo de ¡°cu?a roja¡± ven¨ªa de un lema bolchevique); Paul Weller, que proporcion¨® la infraestructura t¨¦cnica, asegura que descubri¨® que los pol¨ªticos eran tan divas como cualquier pop star.
Minuto y resultado: Thatcher result¨® indestructible, volviendo a ganar las elecciones en 1987. Pero los laboristas recuperaron votos y su director de comunicaciones, Peter Mandelson, comenz¨® a dise?ar la estrategia que llevar¨ªa a Tony Blair a la victoria en 1997.
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