¡®La isla roja¡¯: el ni?o que miraba la altivez colonial francesa en ?frica

Corren d¨ªas de estruendo en torno a la colonizaci¨®n. En la vida real, con la relevancia de la ocupaci¨®n presente en el conflicto entre Israel y Palestina, y hasta con la ch¨¢chara habitual en redes sociales y medios de comunicaci¨®n alrededor del D¨ªa de la Hispanidad. Y tambi¨¦n en el cine, con la presencia en la cartelera desde este viernes de Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese, y La isla roja, de Robin Campillo, junto a Los colonos, de Felipe G¨¢lvez. Tres pel¨ªculas ambientadas en periodos muy distintos de la historia y en territorios tan distantes como Estados Unidos, Chile y Madagascar, que, en mayor o menor medida, hablan de los desmanes de la metr¨®poli, de la actitud soberbia o condescendiente de los colonos y de la decisiva influencia de la econom¨ªa, del delito y hasta del crimen en su violento desarrollo.

La aportaci¨®n de Campillo, sin duda la m¨¢s calmada de las tres, aborda las colonias desde el punto de vista de un ni?o que en el Madagascar de entre 1970 y 1972 vive su propia p¨¦rdida de la inocencia respecto de la relaci¨®n sentimental de sus padres, en un ambiente aparentemente id¨ªlico, aunque en realidad hostil, endog¨¢mico y atroz para el despertar de un chaval de 10 a?os. Madagascar se hab¨ªa independizado oficialmente de Francia en 1960, pero los v¨ªnculos pol¨ªticos y militares con la naci¨®n que los someti¨® desde 1885 siguieron desarroll¨¢ndose durante a?os. Una sensaci¨®n de dominio que es mostrada por Campillo tanto en las conversaciones como en la sutil cotidianidad de la base a¨¦rea donde vive la familia protagonista, junto a otros franceses que solo se relacionan con los suyos, provocando una especie de absurdo ed¨¦n amurallado que recuerda sobremanera a ciertas pel¨ªculas tambi¨¦n ambientadas en fortificaciones militares donde el ardor, el sudor y el placer sexual reinan en un grup¨²sculo m¨ªnimo de personas.

Hay mucho de Reflejos en un ojo dorado, formidable novela de Carson McCullers, magn¨ªfica pel¨ªcula de John Huston, en esa base que permanece en suelo africano con permiso del nuevo gobierno independiente. De esa lascivia amarga que exuda morbo, peligro, tedio y sumisi¨®n entre los machos cabr¨ªos y las hembras en celo, mientras los malgaches se preparan para el asalto final. Cuando la pel¨ªcula circula por la v¨ªa del punto de vista del cr¨ªo, que no es sino un trasunto del propio Campillo, que creci¨® all¨ª, la historia fluye como el agua en una tierra marcada por ese color rojizo tan caracter¨ªstico, retratado con hermosura por la fotograf¨ªa de colores marcad¨ªsimos de Jeanne Lapoirie.

Sin embargo, ni la representaci¨®n on¨ªrica del mundo de luz en el que se refugia el ni?o, protagonizada por un mito literario infantil de los sesenta y setenta como Fantomette ¡ªaquella ni?a de 12 a?os que por las noches se disfrazaba de superhero¨ªna¡ª, ni a¨²n menos la deriva pol¨ªtica final, ca¨®tica y m¨¢s desesperada que bien narrada, con cojitranco cambio en el punto de vista, resultan del mismo nivel que las vivas secuencias de esa fiesta familiar de la existencia, alimentada sobre todo de altivez. La visualizaci¨®n del mundo de Fantomette debe ser ingenua, por supuesto, pero el problema es que resulta horrenda est¨¦ticamente. Y la revuelta final malgache contra el presidente Philibert Tsiranana y los reductos franceses nunca acaba de ensamblarse con la historia principal.

Protagonizada por el espa?ol Quim Guti¨¦rrez en el papel del padre, un arisco personaje decididamente extra?o en su carrera, del que sale tan vivo como siempre, La isla roja es una pel¨ªcula mucho m¨¢s interesante que lograda. Llegado un momento del n¨²cleo central, da la impresi¨®n de que el director de la excelente 120 pulsaciones por minuto (2017) no acaba de decidirse entre la herida colonial y la melancol¨ªa de la memoria y al abandonar lo segundo en favor de lo primero, lo que acaba desatendiendo es algo tan b¨¢sico como los propios personajes que hab¨ªa elegido como gu¨ªas.