Erri de Luca traza un N¨¢poles sin belleza art¨ªstica y ¡°donde los bobos mor¨ªan de peque?os¡±
El escritor italiano retrata en ¡®Nap¨¢trida¡¯ un fresco de su ciudad sin monumentos ni iglesias, con olor a polvo de yeso y una vida densa de ¡°cuidados intensivos¡±
Hay ciudades tan literarias que, aunque no las visitemos, las conocemos como un territorio propio, ¨ªntimo y familiar, porque la literatura y el cine han hecho tanto por ellos que ninguna agencia de viajes podr¨¢ jam¨¢s superar la oferta de evocaci¨®n. Una de ellas es N¨¢poles, ciudad intensa, ruidosa, tan cultivada como erosionada por el desgaste de una historia registrada no solamente en sus piedras, en sus monumentos y sus foros, sino en p¨¢ginas bell¨ªsimas como las que Erri de Luca acaba de publicar bajo el t¨ªtulo Nap¨¢trida. Volver a N¨¢poles (Perif¨¦rica).
De N¨¢poles sab¨ªamos de sobra gracias a Elena Ferrante, que nos dibuj¨® en su tetralog¨ªa Dos amigas unos barrios en los que uno se puede encontrar a un padre tirando a su hija por la ventana si se rebela. Tambi¨¦n hubo un lanzamiento por el balc¨®n de lo m¨¢s natural en El oro de N¨¢poles, de Vittorio de Sica, pel¨ªcula que combina historias asombrosas de clasismo, orgullo y ruido, en la que destaca especialmente una jovenc¨ªsima Sophia Loren, protagonista tambi¨¦n de Ayer, hoy y ma?ana, otra mirada en clave m¨¢s risue?a de la ciudad, o de Matrimonio a la italiana, junto a Marcello Mastroianni. Otros filmes, como Te querr¨¦ siempre, con Ingrid Bergman dando vueltas bajo las ¨®rdenes de Rossellini, o Los cuatro d¨ªas de N¨¢poles, sobre la epop¨¦yica resistencia en la guerra, tambi¨¦n nos han pintado una ciudad indomable, vital, de supervivencia por encima de todo y m¨¢s all¨¢ de cualquier regla. Sin olvidar la m¨¢s reciente Gomorra, la obra de Roberto Saviano, tambi¨¦n llevada al cine, que le ha costado el exilio perpetuo.
De Luca, nacido en 1950, nos hab¨ªa dejado frescos abundantes de su ciudad natal en libros como El d¨ªa antes de la felicidad, pero es en Nap¨¢trida donde se vuelca en trazar el retrato m¨¢s hondo, po¨¦tico a la vez que seco y personal de la ciudad. Es un libro donde importa tanto el escenario como la relaci¨®n de su autor con ¨¦l.
El poeta que fue alba?il o camionero recuerda bien el olor a azufre del que huy¨® a los 18 a?os tras una infancia que soport¨®, dice, ¡°como una cuarentena¡±. Tambi¨¦n la severidad de un padre, el trato recio y sin compasi¨®n del profesor, la prisa, los gestos, la densidad de una ciudad que ¨¦l llama ¡°de cuidados intensivos¡± y ¡°donde los bobos mor¨ªan de peque?os¡±.
¡°He escrito en lugares estrechos e inc¨®modos porque provengo de la tupida humanidad de una ciudad abarrotada¡±, narra. ¡°Ni puertas ni ventanas atrancadas salvaban del potaje sonoro de peleas, discusiones, comidas, cisternas, fiestas, lutos, insomnios ajenos¡±.
De todo esto huy¨® para trabajar con las manos y la fuerza, levantando paredes en las obras que encontrara y tambi¨¦n esculpiendo palabras hasta configurar una obra de decenas de libros que ha ido creciendo en p¨²blico y aprecio de la cr¨ªtica. Y mientras se alejaba de all¨ª, asegura, ¡°la ciudad se me iba metiendo bajo la piel como esos anzuelos de pesca que, una vez que entran por las heridas, viajan por el cuerpo, inextirpables¡±.
Tambi¨¦n regres¨®, claro, nos cuenta de Luca, para abrazar a un padre que ¡°volvi¨® a hablar en napolitano mientras agonizaba¡±. ¡°Ni morirme puedo, me dijo una ma?ana al salir de una noche que se pas¨® frisando el final sin conseguir embocarlo¡±. Y ¨¦l callaba, dice, ¡°si es que hay silencios en napolitano¡±. Volvi¨® tambi¨¦n por amor, el de una mujer que esperaba sus manos de lija con su piel delicada, pero no fue suficiente para amarrarle de nuevo a su tierra. En su libro tambi¨¦n hay posguerra, hay Maradona, hay pasta, hay mar, hay sonidos, hay olores, hay rastros.
No hay monumentos, museos ni iglesias, no hay belleza art¨ªstica en esta gu¨ªa de viaje de Erri de Luca porque, como asegura, ¡°nap¨¢trida es quien se ha raspado del cuerpo sus or¨ªgenes para entregarse al mundo¡±. Y lo que queda en ¨¦l es el olor a chimeneas, estufas de carb¨®n, cazuelas con restos de tomate ennegrecido y de ropa lavada en la calle. El gusto a alquitr¨¢n calcinado, al ox¨ªgeno salado del puerto y al sulfato de calcio del yeso, polvo del trabajo.
El derecho de ciudadan¨ªa ha prescrito, dice De Luca, al menos el suyo propio. Pero, prescrito o no, el autor demuestra que N¨¢poles, en suma, s¨ª tiene quien le escriba.
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