La vuelta de Roberto Saviano a N¨¢poles: amenazas de muerte, exilio, odio y somn¨ªferos para dormir
El autor de ¡®Gomorra¡¯, que tiene una vida clandestina, recorre los escenarios de una obra que le cost¨® una condena a muerte por parte de la Camorra y un exilio forzoso que dura ya 16 a?os. ¡°No tengo miedo a morir, pero s¨ª a continuar as¨ª¡±, dice
Los dos coches blindados aparecen a las 9.15 junto a la estaci¨®n de Termini de Roma. Tres carabinieri bajan de un Volkswagen Passat oscuro, observan alrededor e indican la puerta por la que hay que subir. Dentro espera un tipo algo dormido, taciturno y con cara de no saber exactamente en qu¨¦ punto de su vida se encuentra despu¨¦s de 16 a?os malviviendo con identidades falsas en cuarteles de la polic¨ªa, pisos francos, islas sin nombre u otros pa¨ªses. ¡°Cu¨¢nto tiempo¡¡±, saluda afectuosamente. La frase, que pronuncia algo distra¨ªdo con el m¨®vil en la mano, sirve tambi¨¦n para resumir su historia.
La gente a la que colgamos el cartel de h¨¦roe no suele arrepentirse de sus gestas. Roberto Saviano (N¨¢poles, 42 a?os), sin embargo, ya no est¨¢ hecho de esa pasta. Quiz¨¢ no signifique mucho a estas alturas, pero el escritor italiano ha tocado fondo y ya no repetir¨ªa casi nada de lo que le condujo al asiento trasero del coche blindado que atraviesa a esta hora el tr¨¢fico infernal de Roma con la sirena puesta. Escribir¨ªa aquel libro, pero no lo habr¨ªa convertido en una bandera ni se habr¨ªa expuesto de aquella manera. Especialmente la ma?ana del 17 de septiembre de 2006, cuando, siendo todav¨ªa un periodista licenciado en Filosof¨ªa, acudi¨® a Casal di Principe para hablar de una obra que radiografiaba las costumbres, las fechor¨ªas y el sistema econ¨®mico de los clanes de la Camorra napolitana. La forma en que lo hab¨ªa contado, la tensi¨®n, la capacidad para dibujar una constelaci¨®n tan clara en el universo del crimen organizado, fue considerada una amenaza. Una bomba que vendi¨® m¨¢s de 10 millones de copias y se tradujo en 50 pa¨ªses.
Saviano se levant¨® ese d¨ªa en medio de su discurso como pose¨ªdo y apuntando con el dedo denunci¨® a los capos que sometieron durante d¨¦cadas el territorio: los Schiavone, los Iovine, los Bardellino o los Zagaria. Mirando al tendido, solt¨® lo que le conden¨® en vida: ¡°Marchaos, no sois de esta tierra. Dejad de serlo, ech¨¦moslos, no sois nadie, viv¨ªs escondidos¡±. Al cabo de dos meses, su madre recibi¨® la primera amenaza de muerte en el buz¨®n de casa: una foto de su hijo con una pistola apunt¨¢ndole en la sien. La polic¨ªa obtuvo tambi¨¦n una carta ¡ªque muestra al reportero en su tel¨¦fono¡ª con los planes que se hab¨ªan trazado para liquidarlo. El entonces ministro del Interior, Giuliano Amato, decidi¨® ponerle una escolta. Iba a durar algunos d¨ªas. Pero han pasado ya 16 a?os.
¡ªClaro que me arrepiento. Fue una boutade. Tuvo un significado fuerte pero corto. Todo lo que me sucedi¨® lo desencaden¨® aquello. ?C¨®mo estoy? Entro y salgo de ciclos de depresi¨®n agud¨ªsima. Y la ¨²nica terapia es intentar evadirse. Hay algunas cosas que son autom¨¢ticas, como si estuvieras en una guerra, siempre desconfiando. Te acostumbras a ser reactivo con los que consideras enemigos. Y el ¨²nico modo es estar tranquilo, tener confianza en alguien. Porque la cabeza est¨¢ totalmente comprometida, est¨¢s en una neurosis continua, no tienes percepci¨®n de la realidad, no entiendes un carajo. Te llevan de un lado a otro, no conoces los caminos¡
¡ª?Qu¨¦ le ha ayudado a sobrellevarlo?
¡ªLa vendetta. S¨¦ que no es algo noble. Es solo una ilusi¨®n, como beber un vaso de veneno y esperar que sea tu enemigo el que muera envenenado. Pero al menos me ha tenido despierto. No s¨¦ si los amigos y la familia han ayudado. Sabes, llega un punto en el que te conviertes en un peso para ellos. Conoces muchas asquerosidades y hablas de ello en la mesa. Y eso es un error que no cometer¨¦ m¨¢s porque les arruinas la vida. Ahora mejor hablo con ellos de m¨²sica o de f¨²tbol.
Los dos veh¨ªculos en el que viajan siete agentes aceleran y serpentean por el atasco hasta la salida que lleva a N¨¢poles. Saviano vive hoy en un min¨²sculo apartamento lleno de libros en el centro de Roma, pero ha pasado media vida trasladando de cama su insomnio. Apenas ha vuelto a su casa desde que escribi¨® aquel libro que se convirti¨® tambi¨¦n en la base de una fabulosa pel¨ªcula de Matteo Garrone y de una serie que acompa?ar¨ªa de forma religiosa las costumbres cat¨®dicas de los italianos durante ocho a?os y cinco temporadas. Ese es parte del drama. Italia adora su universo, pero una parte tambi¨¦n le odia a ¨¦l. Funciona as¨ª: hoy no puede caminar entre la gente, bajar a tomar un caf¨¦ por Quartieri Spagnoli ¡ªel barrio donde viv¨ªa y escribi¨® el libro antes de condenarse al exilio¡ª o ir a comprar la mozzarella de Aversa que adora. Su familia tuvo que mudarse cuando comenzaron las amenazas. Primero su hermano, enfermero. Luego el resto. ¡°Les arruin¨¦ la vida¡±, lamenta. N¨¢poles se ha convertido hoy en un inc¨®modo div¨¢n donde se psicoanaliza sin poder bajar apenas del coche.
Saviano, a pesar de todo, no ha muerto. No lo han asesinado ni se ha suicidado, aunque lo haya pensado tantas veces. Y ese quiz¨¢ sea su pecado, como sol¨ªa decir Salman Rushdie sobre su propia condena. De eso va la novela gr¨¢fica que acaba de publicar con el ilustrador Asaf Hanuka y que ha titulado Todav¨ªa estoy vivo (Reservoir Books). Un viaje fugaz a trav¨¦s de los ¨²ltimos 16 a?os, que tambi¨¦n pas¨® en un apartamento de Nueva York, donde viv¨ªa bajo la identidad de un tal David Dannon. ¡°?T¨² crees que pod¨ªa colar que me llamase as¨ª, con esta cara y este acento? Los americanos tienen muy poca imaginaci¨®n¡¡±, bromea mostrando aquella identidad en el carn¨¦ de la universidad donde ense?aba. El libro es un grito desesperado por recordar al mundo que todav¨ªa sigue aqu¨ª, contra la muerte en vida del olvido. ¡°Mucha gente me ve como un impostor porque yo deb¨ªa morir. Mi principal culpa, a ojos de tanta gente, es no haberla palmado todav¨ªa. Una de las frases m¨¢s miserables que escucho siempre es: ¡®Si hubieran querido matarlo, ya lo habr¨ªan hecho¡¯. ?Significa que los escoltas de presidentes o ministros son in¨²tiles? A veces tambi¨¦n escucho: ¡®Giovanni Falcone y Paolo Borsellino [magistrados asesinados por la Cosa Nostra en 1992] s¨ª eran valientes y no Saviano¡¯. Pero lo dicen los mismos que les escup¨ªan en la cara¡±.
La amargura ha corro¨ªdo parte del personaje. Y ese tipo exhausto y con ojeras, un chaval que congel¨® parte de su vida a los 26 a?os, no logra ocultar la tristeza tremenda que hay en sus ojos ni reconciliarse con una tierra que adora, pero que solo puede ver a trav¨¦s de una ventanilla blindada. El viaje a ese mundo perdido dura casi dos horas por la Autopista del Sol, la m¨¢s antigua de Europa. Al otro lado del cristal se ven pasar las construcciones abandonadas, las monta?as perforadas por las m¨¢quinas para producir cemento y algunos hoteles de mala muerte que serv¨ªan a la Camorra para cerrar tratos. Los conoce todos. Los carteles advierten ya del desv¨ªo a Casal di Principe, a pocos kil¨®metros del lugar donde creci¨® y vivi¨® con su familia. Una de esas casas destartaladas fue la villa de Walter Schiavone, amo y se?or del clan que conden¨® a Saviano. Cuando la mansi¨®n Scarface ¡ªas¨ª la llamaba en Gomorra¡ª fue confiscada por el Estado, los secuaces del capo le prendieron fuego. Saviano, que nunca ahorr¨® en detalles esc¨¦nicos, entr¨® un d¨ªa y orin¨® en la ba?era. El gesto fue un granito de arena m¨¢s en su condena.
Casal di Principe
El origen de la condena
Es imposible entender la vida de Saviano, hijo de un m¨¦dico campano y de la directora de un museo, nacido en el barrio bien de Chiaia y criado en Caserta, sin el homicidio de Peppe Diana. Cuando el p¨¢rroco de Casal di Principe fue asesinado, el autor de Gomorra apenas ten¨ªa 12 a?os. Don Peppino, uno de esos curas ¨ªntegros y comprometidos, hab¨ªa empapelado el pueblo con un manifiesto contra la Camorra y una insistente frase: ¡°No me callar¨¦¡±. El clan de los Casaleses orden¨® su muerte, pero no la ejecut¨® hasta el 19 de marzo de tres a?os despu¨¦s: justo el d¨ªa de su santo. ¡°Es as¨ª como les gusta matar, para que se recuerde siempre¡±, explica el escritor mientras el convoy entra en el cementerio donde est¨¢ enterrado. El sacerdote lleg¨® a la sacrist¨ªa ese d¨ªa, recibi¨® tres disparos a bocajarro en la cara y se desplom¨® en un charco de sangre en medio de la iglesia. Aquel d¨ªa ocurrieron dos cosas: el pueblo colg¨® s¨¢banas blancas en los balcones contra los asesinos. Y Saviano comenz¨® a contar aquel mundo. ¡°Decid¨ª no volverme a callar¡±.
En el cementerio esperan desde hace una hora el ¨²nico testigo de aquel asesinato y el alcalde Renato Natale, que a?os despu¨¦s ha vuelto a ser el regidor de Casal di Principe. ¡°Ese t¨ªo es para m¨ª como el Che Guevara. Un tipo valiente a quien quisieron hac¨¦rselo pagar¡±, dice Saviano antes de bajarse del coche y comenzar a caminar por el cementerio escoltado por los agentes, armados y con escudos antibalas. A Natale, un tipo enjuto y con un car¨¢cter arisco curtido por la adversidad, lo martirizaron los clanes por oponerse a sus negocios. Una noche, un tractor volc¨® varias toneladas de esti¨¦rcol en la puerta de su casa. Otro d¨ªa, una excavadora le coloc¨® los restos de una rotonda de tr¨¢fico arrancada de sus cimientos porque hab¨ªa osado no contratar a una de las constructoras de las familias locales. ¡°Renato sigue vivo por la sencilla raz¨®n de que lograron destituirle con un cambalache¡±.
La mayor¨ªa de los miembros del clan que conden¨® a Saviano han sido arrestados o han muerto. Casal di Principe (21.483 habitantes), un lugar donde lleg¨® a esconderse un arsenal de guerra, est¨¢ hoy algo m¨¢s tranquilo. Los hombres que le amenazaron durante el juicio de 2008 a trav¨¦s de una carta que ley¨® un abogado, los capos Francesco Bidognetti y Michele Santonastaso, fueron sentenciados el pasado mayo. Te¨®ricamente se cerraba un cap¨ªtulo negro de la historia reciente de Italia. Pero la gente ya se ha acostumbrado a ciertas cosas. ¡°Me esperaba m¨¢s eco en las noticias. No hubo casi nada. Ahora se da casi por descontado. Y luego est¨¢ siempre el tema de los tocacojones. He intentado explicarlo en el libro. Cuando cuentas la herida del dolor, llega un punto en el que el dolor eres t¨² y la gente no quiere que le d¨¦ m¨¢s problemas. Pero sigo pensando que la ¨²nica manera de curar el dolor es iluminarlo¡±.
La Camorra se ha transformado desde entonces y ha adoptado la estrategia del silencio. Antes se permit¨ªan matar a curas como Diana, a alcaldes como Angelo Vassallo (2010), a sindicalistas como Federico Del Prete (en 2002) o a inmigrantes inocentes, como los ocho africanos asesinados al azar en la matanza de Castel Volturno en 2008. Menos muertos, m¨¢s negocios. Hoy es una multinacional que factura unos 33.000 millones de euros anuales, seg¨²n datos del instituto Eurispes, con sus principales ramificaciones en Espa?a o Dub¨¢i. ¡°Las mafias son los principales contribuyentes italianos. No evaden nada. Deben justificar los movimientos para limpiarlo todo. Tienen tanto dinero que quieren pagar hasta el ¨²ltimo c¨¦ntimo de impuestos. La econom¨ªa capitalista y la mafiosa se parecen mucho a veces. De modo que explicar el mundo mafioso no es explicar una tribu marginal o social. El problema es que cada vez se habla menos de ello. Fue una moda. Existe solo en las series que todav¨ªa funcionan. Pero ni siquiera los peri¨®dicos est¨¢n encima. No le importa una mierda a nadie porque ahora se mueven en plataformas financieras id¨¦nticas a los grandes grupos. Y nadie quiere bloquear los flujos econ¨®micos que circulan en torno a Luxemburgo o Londres. Significar¨ªa arruinar a muchas empresas¡±. Ellos ya lo hicieron en la regi¨®n de Campania.
Las Velas de Scampia
El para¨ªso log¨ªstico de la Camorra
Casal di Principe est¨¢ a 25 kil¨®metros de Secondigliano, el barrio napolitano que le declar¨® la guerra en los ochenta. La periferia es una ca¨®tica l¨ªnea de puntos que los clanes fueron uniendo para enriquecerse, aunque costasen cientos de muertos. El 23 de noviembre de 1980, sin embargo, sucedi¨® algo que cambi¨® para siempre el paisaje social y econ¨®mico de la zona. La tierra tembl¨® a las 19.34 bajo el suelo de Irpinia, un territorio entre Campania y Basilicata, dos de las regiones m¨¢s pobres del sur de Italia. Dur¨® 70 segundos, pero enterr¨® vivas a 2.914 personas y destroz¨® centenares de miles de hogares en los alrededores de N¨¢poles. La sacudida, de 6,8 en la escala de Richter, oblig¨® a miles de familias despose¨ªdas a buscar techo en algunas periferias reci¨¦n construidas de la ciudad. Barrios dise?ados como una utop¨ªa urban¨ªstica que buscaba aligerar y poner orden en el caos de N¨¢poles. ¡°El terremoto de Irpinia est¨¢ en el origen de todo¡±, recuerda Saviano, que cont¨® esa historia en su libro y en su serie.
Las Velas de Scampia (icono de la serie Gomorra), dise?adas por el arquitecto Francesco Di Salvo a comienzos de los a?os sesenta y hoy en proceso de demolici¨®n, fueron uno de esos proyectos. Las torres de hormig¨®n, que pueden verse ya desde la ventanilla del coche blindado de Saviano, se construyeron en forma triangular, imitando la perspectiva de un grupo de velas. Era la met¨¢fora de un viento nuevo que soplaba hacia el futuro. Un proyecto social que deb¨ªa acoger a 80.000 personas en un lugar con espacios verdes, pero tambi¨¦n con una cierta empanada mental de ideas ut¨®picas alrededor del cemento. Pero se transformaron en una constelaci¨®n de estructuras de protecci¨®n oficial, pisos ocupados y venta de droga controlada en su mayor parte por la Camorra. Y por un clan que marc¨® a fuego el relato y la iconograf¨ªa de Saviano.
Scampia ha sido el escenario principal de las cinco temporadas de la serie Gomorra. Todo parte de Paolo Di Lauro, hijo adoptivo de una familia humilde del barrio de Secondigliano, curtido como vendedor ambulante. Empez¨® a trabajar a las ¨®rdenes de Aniello La Monica, hist¨®rico capo de la zona en los a?os ochenta, conocido tambi¨¦n como El Carnicero por su costumbre de arrancarles el coraz¨®n a sus v¨ªctimas. Pero Di Lauro, conocido como Ciruzzo o¡¯Milionario, ten¨ªa hambre y termin¨® asesinando a su protector, se independiz¨® y comprendi¨® mejor que nadie por d¨®nde pasaba el futuro de Scampia. Aquel espacio, donde no hubo comisar¨ªa hasta 1997, era un para¨ªso log¨ªstico. La desgracia en la que el patriarca del clan sumi¨® a aquella zona, un ermita?o que apenas sali¨® de casa durante su largo reinado, no impidi¨® que siempre fuera percibido como un benefactor contra el que nadie jam¨¢s se revel¨®. Tuvo 10 hijos varones que en los libros de cuentas que la polic¨ªa le incaut¨® aparec¨ªan como F1, F2, F3¡ (por figlio, hijo) en orden cronol¨®gico. Uno de ellos, Cosimo, fue quien inspir¨® a Saviano para construir a Genny Savastano, protagonista de la serie Gomorra, que tanto revuelo levant¨® aqu¨ª.
Nada m¨¢s llegar al barrio pueden leerse pintadas en los muros como ¡°No a Gomorra¡± o ¡°Fuera Saviano¡±. ¡°?Puedes creer que en 20 a?os jam¨¢s ha habido algo escrito en un muro o una marcha contra la Camorra? Yo escrib¨ª el libro y convocaron una manifestaci¨®n contra m¨ª¡±, explica mientras entra en el viejo cuartel de los carabinieri de Scampia, el barrio donde se encuentran Las Velas. Saviano ha pasado ya casi media vida durmiendo en camastros de comisar¨ªas y compartiendo cenas y confidencias con los agentes. Aunque todos le llaman dottore, es casi uno de ellos. Es dif¨ªcil pensar que un tipo que lleva 16 a?os viendo la realidad en libros, escuchas y pantallas tiene algo que ense?ar a los tipos que se juegan la vida en uno de los barrios m¨¢s duros de Europa. Pero es un narrador sobrecogedor y enseguida se forma un corrillo de una decena de polic¨ªas para escucharle. ¡°?Qu¨¦ se sabe de los Di Lauro?¡±, dice como d¨¢ndoles bola.
Marco Di Lauro (38 a?os), ¨²ltimo exponente del clan que convirti¨® ese experimento urban¨ªstico en el mayor supermercado de droga de Europa, hijo del capo Paolo Di Lauro, fue arrestado hace cuatro a?os. Era el segundo mafioso m¨¢s buscado de Italia ¡ªdespu¨¦s del siciliano Matteo Messina Denaro¡ª, llevaba 14 a?os huido y, como sucede siempre con los grandes padrinos, fue hallado en un modesto apartamento al lado de su barrio de siempre, con su pareja, dos gatos y las zapatillas de andar por casa puestas. El territorio ¡ªes la ¨²nica norma¡ª solo se controla desde el territorio. Una iron¨ªa que hurga en la herida de Saviano, incapaz de volver al suyo. Desde entonces, el barrio lo gestionan bandas m¨¢s peque?as. Pero ni la polic¨ªa ni los carabinieri han conseguido desmantelar los puntos de droga, tal y como le explican a Saviano. ¡°Cerramos uno y al d¨ªa siguiente vuelven a estar ah¨ª vendiendo¡±, relata una agente mientras llegan las pizzas que compartir¨¢n con el escritor y los reporteros de El Pa¨ªs Semanal. ¡°Lo que ha cambiado es la sociedad civil. Cuando yo empec¨¦ a hacer este trabajo hab¨ªa mucho inter¨¦s, pero ahora no. Por eso no han cambiado las cosas en lugares como Scampia o Casal di Principe¡±, lamenta Saviano. Y ellos, que pisan esta calle cada d¨ªa, solo pueden asentir.
El m¨²sculo de Saviano, lo que incomod¨® m¨¢s a la Camorra, es su modo de contar las cosas. Algunas de sus historias ya hab¨ªan sido publicadas o estaban en las sentencias judiciales. ?l no lo oculta. Pero opt¨® por novelarlo, humanizar las investigaciones. Y de eso le acusaron tambi¨¦n tantas veces. ¡°El mundo criminal est¨¢ hecho de muchos elementos rid¨ªculos, pero tambi¨¦n de aspectos fascinantes, porque trata de la vida y la muerte. Los mafiosos se preparan las frases, como en el teatro, porque saben que en un momento concreto, dicha de esa manera, atraer¨¢ a los suyos o funcionar¨¢ como amenaza. Y yo esa partitura la he estudiado, escuch¨¢ndolos, leyendo las actas¡ Lo que genera una atracci¨®n emotiva hacia un personaje es que permita entender algunos asuntos de manera m¨¢s profunda o inmediata. Y los criminales a veces ayudan a descifrar la realidad. La gente ve su vida sin la mediaci¨®n de las convenciones de la sociedad. Las din¨¢micas son las mismas que las de las familias, las empresas¡, solo que ah¨ª se asesina. En el mundo en el que vives t¨², a veces toca fingir. Pero el mundo criminal desnuda de todas las hipocres¨ªas al mundo real y muestra su sistema nervioso con crudeza¡±.
N¨¢poles
La ciudad prohibida
Las Velas de Scampia est¨¢n a 20 minutos del centro de N¨¢poles por una carretera elevada en la que obligan a pagar un rid¨ªculo peaje. A veces, cuando llega hasta aqu¨ª y comienza a ver el Vesubio (hoy est¨¢ algo tapado por las nubes), se deja ir y fantasea con la idea de volver. Comenzar¨¢ comprando una casa, vendr¨¢ los fines de semana y poco a poco recuperar¨¢ la vida perdida. Con un poco de suerte, podr¨¢ tener una relaci¨®n de pareja normal y formar una familia. ¡°Luego no lo logro. Es muy dif¨ªcil mezclar esos deseos con esta vida. En N¨¢poles solo siento odio hacia m¨ª, desprecio y desconfianza. Obviamente, el mundo ligado al negocio del crimen me detesta. Pero tambi¨¦n hay un universo de izquierdas que considera que he explotado un problema por ambici¨®n, por exhibirme. Es absurdo, todo el mundo ve Gomorra, pero luego me acusan a m¨ª de haber difundido el mito criminal. Existe un territorio desde hace un siglo con esas historias, con el mayor abandono escolar de Europa, con un paro end¨¦mico¡, pero el problema es que mis historias ensucian N¨¢poles¡±.
Saviano pasea por San Martino, uno de los miradores en lo alto de la ciudad. Es lo m¨¢s cerca que puede caminar del centro. La escolta ha rechazado dar un paseo con el escritor por los callejones de Forcella o Sanit¨¤. Ni siquiera ha podido bajar del coche cuando todos los carabinieri que le acompa?an, la mayor¨ªa napolitanos, han parado para comprar en una pasteler¨ªa algunos dulces t¨ªpicos. Siempre es la misma historia con la gente que le increpa. Si est¨¢ vivo es que no hab¨ªa para tanto. ¡°La muerte es fundamental para los italianos para cambiar de opini¨®n sobre una persona. Una vez muerto, caes mejor. Le pas¨® tambi¨¦n a Pasolini, difamado e insultado en vida. Pero luego ya no pod¨ªa entrar en la din¨¢mica de la envidia sist¨¦mica de un pa¨ªs donde no hay trabajo y posibilidad de realizaci¨®n. Pero ?qu¨¦ co?o se puede envidiar de esta vida de mierda?¡±.
Saviano no puede dormir sin somn¨ªferos. Y eso hace que sue?e poco. Pero hay dos escenas recurrentes cuando pierde el conocimiento en alg¨²n camastro. En la primera est¨¢ en una habitaci¨®n sin puertas o ventanas y para salir puede hacerlo por un solo un agujero. ¡°S¨¦ que me llevar¨ªa fuera, pero no entro por claustrofobia. Cuando veo al terapeuta se lo pregunto. Coinciden en que hay algo que dice que para salir de esta historia tendr¨¦ que matar una parte de m¨ª. Y el otro sue?o¡¡±, dice sonriendo, ¡°el otro es que vuelvo a tener pelo¡, ?qu¨¦ sufrimiento! Parece poco, pero quien los tiene no puede imaginarlo¡¡±, bromea.
El final de los sue?os casi siempre es confuso. Tambi¨¦n el de la propia vida cuando uno est¨¢ amenazado. La de Saviano vuelve a hacerse borrosa cuando el convoy enfila la autopista y las dos horas de regreso a Roma, y a ¨¦l comienzan a ca¨¦rsele los p¨¢rpados. ¡°No s¨¦ c¨®mo terminar¨¢ esta historia. Pero lo ha invadido todo. Estoy muy desesperado. Pero la rabia me ha consumido completamente. Tambi¨¦n el rencor. No tengo miedo a morir, pero s¨ª a continuar viviendo as¨ª. Y si dejo que vaya tal y como va ahora mismo, acabar¨¢ fatal. Pero mira, a veces pienso en la frase con la que he titulado la novela gr¨¢fica y que saqu¨¦ de Papillon: ¡®Hijos de puta, todav¨ªa sigo vivo¡±.
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