Acu¨¦rdate de desconfiar
Hoy en d¨ªa, todo es tan raro que ya no hay escritores raros. Si acaso, est¨¢n los exc¨¦ntricos
Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de los escritores que no desconf¨ªan de sus propios libros. Como los que no desconf¨ªan son multitud, va a ser f¨¢cil detectarlos en la temporada de ferias del libro que est¨¢ al caer. Se les ve a la legua. M¨¢s dif¨ªcil, en cambio, ser¨¢ averiguar, entre tantas casetas y autores, qui¨¦nes est¨¢n ah¨ª desconfiando de sus propias obras. Se me dir¨¢ que basta con preguntarles a unos y otros. Pero, ?podemos creer en sus respuestas? ¡°Acu¨¦rdate de desconfiar¡±...
Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de los escritores que no desconf¨ªan de sus propios libros. Como los que no desconf¨ªan son multitud, va a ser f¨¢cil detectarlos en la temporada de ferias del libro que est¨¢ al caer. Se les ve a la legua. M¨¢s dif¨ªcil, en cambio, ser¨¢ averiguar, entre tantas casetas y autores, qui¨¦nes est¨¢n ah¨ª desconfiando de sus propias obras. Se me dir¨¢ que basta con preguntarles a unos y otros. Pero, ?podemos creer en sus respuestas? ¡°Acu¨¦rdate de desconfiar¡±, escribi¨® Stendhal.
Muy pocos me inspiraron confianza en sus respuestas cuando, ejerciendo de fl?neur oficial de la BuchBasel, la feria del libro de Basilea, me dediqu¨¦ a recorrer todas las casetas del lugar. Con gabardina y aires de inspector Clouseau, trat¨¦ de localizar a los que pod¨ªan tener una mirada cr¨ªtica sobre lo que escrib¨ªan. Y encontr¨¦ a algunos cuyas respuestas les honraron, aunque seguro que no eran todas honradas.
Adopt¨¦ el papel de fl?neur moralizador y especialista en detectar basura literaria y vi que, no por casualidad, quienes pasaban la criba sol¨ªan ser los m¨¢s audaces a la hora de proponer una escritura intempestiva, en abierta fuga del vocer¨ªo general. ?Pero qu¨¦ vocer¨ªo? El que domina cada vez m¨¢s nuestro mundo, donde, como ya anunciara Ortega, ¡°lo caracter¨ªstico del momento es que el alma vulgar, sabi¨¦ndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera¡±.
A los escritores que disent¨ªan del murmullo de la vulgaridad se les llamaba antes ¡°raros¡±. Recu¨¦rdese Los raros (1896), de Rub¨¦n Dar¨ªo, herencia latinoamericana de Los poetas malditos (1884), de Verlaine. Un siglo despu¨¦s del libro de Dar¨ªo, en Barcelona, Pere Gimferrer publicaba en 1985 Los raros, donde pod¨ªa apreciarse que el territorio de ¨¦stos se hab¨ªa extendido tanto que pronto todo ya ser¨ªa susceptible de ser raro.
Hoy en d¨ªa, todo es tan raro que ya no hay raros. Si acaso, como dec¨ªa en 2005 Sergio Pitol en El mago de Viena, est¨¢n los escritores ¡°exc¨¦ntricos¡± sustituyendo a los antes llamados raros. ?Y d¨®nde est¨¢n y c¨®mo son los exc¨¦ntricos? Para Augusto Monterroso, la excentricidad en literatura era ¡°una actitud v¨¢lida contra la falsa solemnidad y la tonter¨ªa¡±, que podr¨ªan considerarse defectos del sentido com¨²n. Y para Pitol, los exc¨¦ntricos eran ¡°escritores que aparecen en la literatura como una planta resplandeciente en las tierras bald¨ªas o un discurso provocador, disparatado y rebosante de alegr¨ªa en medio de una cena desabrida y una conversaci¨®n desganada¡±.
Este viernes har¨¢ seis a?os de la muerte de Pitol en su casa de Xalapa. Es muy probable ¡ªv¨¦anse las tres ¨²ltimas l¨ªneas de El mago de Viena¡ª que ¨¦l estuviera de acuerdo en que hoy, cuando lo raro se ha extendido por todas las provincias del hombre, s¨®lo quedan los exc¨¦ntricos a la hora de desconfiar de todos y de todo. Se les distingue, sobre todo, por buscar la liquidaci¨®n de las cenas desabridas y por incorporar la alegr¨ªa a la conversaci¨®n desganada de la literatura universal.