¡®Rivales¡¯: una Zendaya arrolladora en una melodram¨¢tica volea fallida por un guion de escritor j¨²nior

A Luca Guadagnino se le dan especialmente bien dos cosas: primero, la reinvenci¨®n del melodrama a partir de m¨²sicas alejadas de lo cl¨¢sico y de una espectacular vehemencia contempor¨¢nea en la puesta en escena y el montaje, en pel¨ªculas como Yo soy el amor, Cegados por el sol y Call Me By Your Name, a veces incluso incrustada en obras de g¨¦nero terror¨ªfico como Suspiria y Hasta los huesos; y segundo, el erotismo volc¨¢nico y sin ataduras de fondo ni de forma, aunque al mismo tiempo de raigambre profundamente rom¨¢ntica. Rivales, nueva pel¨ªcula del director italiano, protagonizada por dos estrellas como Zendaya y Josh O¡¯Connor, junto a Mike Faist, se alimenta de ambas virtudes en un romance con toques de comedia, pero expuesto como un melodrama desaforado de vivos colores y sonido impetuoso, ambientado en el mundo del tenis profesional. El problema es que parece una pel¨ªcula de un director ganador de torneos de Grand Slam con un guion de escritor j¨²nior o amateur.

El libreto compuesto por el novel en cine Justin Kuritzkes, joven dramaturgo y novelista, nunca da la talla ni como romance serio de tri¨¢ngulo amoroso ni como drama deportivo sobre las dificultades en el olimpo del triunfo y en el ocaso profesional por culpa de las lesiones o la edad. Como mucho, est¨¢ en la l¨ªnea de esos guiones actuales que parecen empe?ados en la frase sentenciosa y la r¨¦plica tronchantemente sexy, con el objetivo ¨²nico de ocupar unos segundos en TikTok y hacerse viral. Ahora bien, desde el primer segundo, Guadagnino filma la relaci¨®n como si fuera la m¨¢s portentosa de las historias de amor, deseo y lujuria, y cada partido de tenis, como la mism¨ªsima batalla de las Ardenas, ca?onazo tras ca?onazo, acompa?ados en todo momento por la atronadora m¨²sica electr¨®nica de Trent Reznor y Atticus Ross.

Con respecto al deporte, el estilo ten¨ªstico mostrado por los tres int¨¦rpretes es impecable, y la credibilidad de los partidos, salvo el tan simb¨®lico como estramb¨®tico punto en el cl¨ªmax final, muy lograda. Desde Wimbledon: el amor est¨¢ en juego (2004), de Richard Loncraine, el ¨²ltimo romance cinematogr¨¢fico alrededor del tenis, los efectos especiales que animan la bola digitalmente han mejorado de un modo espectacular. Ahora en todo momento la bola se mueve como la pelota de tenis que se supone que es y no como un efecto digital al borde del sonrojo. Adem¨¢s, la silueta desarrapada del personaje de O¡¯Connor, poco afecta a la cl¨¢sica elegancia del tenis, encandilar¨¢ a los especialistas por entroncar a la perfecci¨®n con figuras emblem¨¢ticas como el inolvidable checo Miroslav Mecir, del que el actor brit¨¢nico parece un trasunto con sus movimientos en la cancha.

Por el contrario, no hay un gramo de profundidad en el relato deportivo, amoroso y sexual que cuenta la pel¨ªcula. Y la estructura cambiante en el tiempo, dominada por un partido en el que se enfrentan ambos contendientes, amigos desde ni?os, ya con 31 a?os, uno de ellos casado con el antiguo amor del otro, ganador el primero de varios Roland Garros y Wimbledon, mientras el segundo se despe?a por las fases previas y es el 271? del mundo, conlleva un contratiempo de especial calado: que en los numerosos flashbacks con ellos de adolescentes, cuando conocen al personaje que interpreta Zendaya, de arrolladora personalidad, parezcan una versi¨®n fina de Dos tontos muy tontos. Pese al rejuvenecimiento de maquillaje y peluquer¨ªa, y seguramente digital, ver a los treinta?eros O¡¯Connor y Feist intentar moverse, hablar y re¨ªrse como unos chavales causa una pizca de espanto.