¡®Del Diestro, Villalobos, Rico¡¯: homenaje in¨¦dito de Javier Mar¨ªas a Francisco Rico
El novelista, que us¨® al acad¨¦mico en varios de sus relatos, cuenta en este texto los choques entre ambos a cuenta del nombre del personaje
Este es el texto fechado en febrero de 2020 que Javier Mar¨ªas envi¨® a Luis Garc¨ªa Montero para participar en un homenaje a Francisco Rico, organizado por el Instituto Cervantes, y cancelado por el confinamiento de la pandemia.
A Francisco Rico, lamentablemente, le debo mucho, m¨¢s que sus lectores y alumnos y sus a veces envidiosos colegas. Porque no s¨®lo le debo, como ellos, iluminaciones y agudezas sobre el Quijote y el Lazarillo, sobre Petrarca y Nebrija, as¨ª como algunos excelentes poemas semicultos. Le debo un personaje, o quiz¨¢ varios, y no pocas de las p¨¢ginas m¨¢s graciosas y logradas que he escrito, seg¨²n bastantes personas y, desde luego, seg¨²n ¨¦l mismo. No ha tenido reparo en confesarme que, cuando publico una novela, la hojea en busca de su personaje. Si sale, lee sus intervenciones y el resto lo aparca en la mesilla de noche sine die. Si no sale, creo que el destino inmediato de mis libros es la estanter¨ªa polvorienta. No se lo reprocho, nadie tiene por qu¨¦ leer lo que alumbro, y menos que nadie Francisco Rico, a quien poco interesa lo posterior a 1615. ?l no est¨¢ para lo pasajero, si no ef¨ªmero.
La primera vez que lo saqu¨¦ en una novela, en 1989, lo llam¨¦ Profesor Del Diestro. La segunda, Profesor Villalobos. Y aqu¨ª vino su protesta. Aunque esta conversaci¨®n ya la cont¨¦ en una falsa novela de hace m¨¢s de veinte a?os, casi nadie la recordar¨¢ por eso mismo, as¨ª que valga repetirla en esta celebraci¨®n, con variaciones. Me exigi¨® sin ambages que, si volv¨ªa a utilizarlo, deb¨ªa ser con su propio nombre. En 1998 a¨²n era novedoso, casi ins¨®lito, que en una obra de ficci¨®n se introdujeran personas reales (hoy es ya un lugar com¨²n), de modo que le respond¨ª:
¡ªEso es imposible. Si estamos en una ficci¨®n, no puedes figurar con tu verdadero nombre, como Francisco Rico. Quebrar¨ªa las convenciones y los pactos.
¡ª?Por qu¨¦ no? Qu¨¦ tonter¨ªa. ?Acaso en una obra de ficci¨®n no te refieres al Museo del Prado o al Convento de las Descalzas? No te inventar¨ªas el Museo del Palo ni el Convento de las Descamisadas.
¡ªYa, pero eso son monumentos e instituciones, y t¨² no eres ni lo uno ni lo otro.
¡ª?C¨®mo que no? ¡ªme interrumpi¨® al instante, ofendido. ¡ªClaro que lo soy, y del m¨¢s alto rango. No veo por qu¨¦ Francisco Rico no puede estar presente en una ficci¨®n. ?Acaso no llamar¨ªas ¡°Cervantes¡± a Cervantes, ¡°Dante¡± al Dante y ¡°Maquiavelo¡± a Maquiavelo?
¡ªPero no los har¨ªa hablar y moverse, como a ti. Vaya, no creo.
¡ªPorque a ellos no los has visto y no resultar¨ªan cre¨ªbles. Pero como a m¨ª me tienes delante; como tienes a la vista el modelo y te doy medio trabajo hecho, tus lectores futuros (si los hay, lo cual dudo sobremanera), est¨¢n en su derecho a identificarme con nitidez y sin disfraces ni nombres falsos. Lo contrario ser¨ªa rid¨ªculo.
¡ªNo creer¨¢s que vas a ser tan conocido, de aqu¨ª a unas d¨¦cadas o a unos siglos, como los autores que has mencionado. Te veo muy optimista.
¡ªTanto da, tanto da. En todo caso soy inequ¨ªvoco, casi el creador de un arquetipo. Si en una novela francesa aparece un novelista gordo, mulato y con bigotes, ser¨ªa grotesco que no fuera Dumas. Si en una inglesa aparece otro de origen polaco, con fuerte acento y puntiaguda barba, ser¨ªa imb¨¦cil que no fuera Conrad. Etc. Si yo soy inconfundiblemente el que soy, ?qu¨¦ sentido tiene camuflarme? Soy y ser¨¦ reconocible, all¨ª donde vaya. La l¨¢stima es que de aqu¨ª a un tiempo no te leer¨¢ nadie. De hecho me extra?a que en la actualidad te lea alguien. M¨¢s a¨²n tantos como se cuenta, y encima en varios pa¨ªses: incomprensible. Debe ser la fuerza de los vivos, del insoportable presente que nubla los juicios.
Por supuesto satisfice su petici¨®n, y desde entonces, en tres o cuatro m¨¢s de mis novelas, Francisco Rico fue ¡°Francisco Rico¡±.
Mi problema es que al Rico de carne y hueso, al que veo de vez en cuando en la Academia o escogiendo delicatessen en las tiendas de la ciudad en que vive, no lo distingo ya bien del de mis novelas, o me creo que el segundo es el primero. Me invade una sensaci¨®n contradictoria: la de tener poder sobre ¨¦l y dictarle situaciones, frases y gestos, y la de estar a su merced, porque el modelo es tan potente que me brinda ideas y me dicta a m¨ª lo que escribo, cuando lo convoco. Eso, en parte, me ha llevado a prescindir de su personaje ¨²ltimamente. Para no reconocerle que me ten¨ªa un poco ¡°esclavizado¡± en algunos pasajes (nada le habr¨ªa gustado m¨¢s), se lo comuniqu¨¦ de este modo:
¡ªYa no das m¨¢s de ti. Te me has agotado. No evolucionas, no eres lo bastante cambiante. Te faltan ambig¨¹edades, oscuridades, sombras. Y bueno, al fin y al cabo siempre fuiste un personaje secundario, si no epis¨®dico. Un ¡°Leporello¡±. ¡ªEn referencia al ayudante del Don Giovanni de Mozart.
¡ª?Epis¨®dico yo? ?Yo epis¨®dico? Qu¨¦ equivocado est¨¢s, ni siquiera sabes leer bien lo que escribes. Soy el que salva tus novelas, soy la sal y la gracia, soy el Esperado, el que las hace elevarse un poco, la corriente oscura que las sustenta. Y es Leporello el que lleva la cuenta, y su canto el m¨¢s recordado. T¨² ver¨¢s, pero sin mi concurso te hundir¨¢s del todo.
Lo ¨²nico que puedo a?adir, para no alargarme en esta ocasi¨®n u homenaje, es que quiz¨¢, como a menudo, el Profesor Rico acierta. Puede que incluso acierten Del Diestro y Villalobos, que figuraron brevemente pero no suelen olvidar los lectores, respectivamente, de Todas las almas y Coraz¨®n tan blanco, que inversos¨ªmilmente todav¨ªa existen. Y aunque acabara abandonando del todo a Rico en mis pobres y futuras p¨¢ginas (jam¨¢s se sabe), la l¨¢stima es que ya le debo demasiado, y eso siempre es un fastidio. Por as¨ª decir, le debo varios mundos: el de Cervantes, el del Lazarillo, el de Petrarca y el de tantos otros que sin ¨¦l no ser¨ªan los que hoy conocemos, irrenunciables. E incluso alguno mucho m¨¢s modesto que durante unos d¨ªas de embeleso ante mi m¨¢quina, llegu¨¦ a creer que era m¨ªo sin ayuda de nadie.
Babelia
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