Tom Jones, el joven marciano de 84 a?os que cuenta y canta batallitas
El artista gal¨¦s asombra en las Noches del Bot¨¢nico con su octogenaria garganta inc¨®lume y esa capacidad para renovar ¨¦xitos recientes o antiqu¨ªsimos
Llegar¨¢ un momento, por desgracia no muy lejano, en el que los implacables designios de la biolog¨ªa arramblen con los gigantes del rock primigenio, todos aquellos pioneros que seis d¨¦cadas atr¨¢s fueron abriendo camino y todav¨ªa ahora son capaces de alumbrar ¡ªy a veces deslumbrar¡ª a su paso, ya m¨¢s tambaleante. Nos veremos abocados entonces a un mundo infinitamente peor que el de ahora, ya de por s¨ª no muy alentador. Pero hombretones como Tom Jones sirven para dictar una lecci¨®n a¨²n m¨¢s relevante que la de cualquier pentagrama bien garabateado. La vida, amigos, vino sir Thomas a revelarnos en Madrid, merece ser disfrutada hasta el ¨²ltimo de sus recodos.
Lo de este lunes en el festival Noches del Bot¨¢nico fue una lecci¨®n no solo de poder¨ªo vocal y coherencia art¨ªstica, sino sobre todo de compromiso deontol¨®gico. Thomas John Woodward no hace el menor esfuerzo por disimular los 84 a?azos que le contemplan desde la semana pasada e irrumpe en el escenario con andares algo dificultosos, mientras una voz en off repite varias veces ese a?o 1940 que le vio nacer. El primer envite que afronta es el profundo y conmovedor I¡¯m Growing Old, confesi¨®n de senectud que exprime apoyado en su banqueta de los momentos solemnes. La utilizar¨¢ bien poco, pero sospechamos que en su escenograf¨ªa hace las veces de div¨¢n freudiano. Como cuando justo una hora m¨¢s tarde aborda un Tower Of Song (Leonard Cohen) con el que escarba en las honduras del alma, como ni siquiera imagin¨® su autor original, aquel poeta ante el que casi cualquier trovador acababa pareci¨¦ndose peligrosamente a un cantama?anas.
Sobre el compromiso del gal¨¦s con su bendito oficio, alguien deber¨ªa plantearse una tesis doctoral, incluso m¨¢s ¨¦tica que musicol¨®gica. El jovial octogenario de la camisa azulona por fuera del pantal¨®n ni se plantea siquiera colocarse un discreto teleprompter en alg¨²n rinc¨®n del escenario, esa chuleta televisiva contra las jugarretas de la memoria ante la que ha acabado claudicando hasta el mism¨ªsimo Springsteen. No escatima repertorio, socarroner¨ªa ni don de gentes durante hora y tres cuartos, para felicidad de las 4.000 almas que hab¨ªan pulverizado el papel m¨¢s de dos meses atr¨¢s. Actualiza y da nuevo esplendor a canciones recientes o viej¨ªsimas, sabedor de que su ¨²nico pecado mortal ser¨ªa aburrir o aburrirse. En realidad, solo se entiende mal que, en semejante contexto de excelencia, el Tigre transija con la enga?ifa de los sonidos pregrabados, como esos coros femeninos que emergen aqu¨ª y all¨¢, sin que haya rastro de muchachas en el excelente quinteto que respalda a nuestro hombre.
Nada suena ahora como sol¨ªa, ni siquiera los cl¨¢sicos m¨¢s sacrosantos. Ese It¡¯s Not Unusual con guitarra ac¨²stica, acorde¨®n y congas se parece a la versi¨®n que The Style Council deber¨ªan haber manufacturado en torno a 1985. Pero lo fundamental perdura. Mantiene nuestro felino cantor ese ¡°be mine¡± final en todo el esplendor del agudo, sin flaquear, para que caigamos en la cuenta de que la voz de este hombre no es un prodigio, sino un milagro. O un argumento ufol¨®gico que durante seis d¨¦cadas se les ha pasado por alto a todos los Jim¨¦nez (?ker o Del Oso) que en el mundo han sido.
Con Delilah, que comparece en el ¨²ltimo tercio de la noche, sucede otra s¨²bita transmutaci¨®n: la testosterona se reabsorbe y deja paso a una diablura fronteriza con maneras de zydeco. Lazarus Man, del casi siempre ninguneado Terry Callier, habr¨ªa encontrado acomodo (destacado) en el disco L.A. Woman, de The Doors. Sex Bomb orilla su explosividad bailonga y libidinosa para reinventarse como un blues de alto voltaje. Y, ya que hemos entrado en el cap¨ªtulo de los dos rombos, ahora resulta que You Can Leave Your Hat On le hace la cobra al soul para escorarse hacia el rock sure?o.
No hay bi¨®grafo lo bastante documentado en el mundo como para precisar cu¨¢ntas veces se ha subido este hombre a las tablas, pero su actitud zalamera es la de un meritorio en pugna por una residencia de un par de semanas en el caf¨¦-bar de la esquina. M¨¢s ameno y guas¨®n que jactancioso en las presentaciones, Jones solo aprovech¨® The Windmills Of Your Mind (una canci¨®n dificil¨ªsima que 55 a?os atr¨¢s sublim¨® Dusty Springfield) para deslizar que su ¨¢lbum Surrounded By Time (2021) le ha ¡°convertido oficialmente en el n¨²mero 1 de m¨¢s edad en la historia de Gran Breta?a¡±. Por cierto, fue el ¨²nico momento en que amag¨® con alg¨²n titubeo en la afinaci¨®n, aunque quiz¨¢ lo hiciera adrede para desactivar esos expedientes X que ubican su nacimiento en sabe Dios qu¨¦ remoto rinc¨®n de la galaxia.
El dominio esc¨¦nico y el arte de la seducci¨®n se parecen bastante a esto. Tom presume de amistad con Cat Stevens (el nombre isl¨¢mico actualizado de Yusuf se lo ahorr¨®) desde los tiempos efervescentes del swinging London antes de convertir la sard¨®nica Pop Star en una travesura electr¨®nica. E incorpora Across The Borderline, virguer¨ªa campestre con r¨²brica de Ry Cooder, para brindar por el eterno Willie Nelson, con quien comparti¨® focos en el Hollywood Bowl para la fiesta de su 90 cumplea?os. ¡°Ahora tiene 91 a?os y yo solo 84¡å, resumi¨® con ese humor inexpugnable que en realidad no le ha abandonado nunca. Solo que cuando hac¨ªa cameos (Mars Attacks) se carcajeaba de su propia sombra y ahora puede pitorrearse de todos cuantos le cre¨ªan entonces un se?or mayor y hoy son vejestorios carcomidos por el olvido.
Ah¨ª donde le ven, este Tom Jones crepuscular puede permitirse hasta una incursi¨®n en el recitado gracias a la soberbia y corrosiva Talking Reality Television Blues. Y despedirse ¡°hasta la pr¨®xima¡± con Johnny B. Goode, de Chuck Berry, al que corona como ¡°el aut¨¦ntico rey del rock and roll¡±. As¨ª se lo reconoci¨® al o¨ªdo Elvis Presley mientras ambos asist¨ªan en Las Vegas, embobados, a una actuaci¨®n del hombre que patent¨® el Paso del pato. Los abuelos al uso siempre aportaron batallitas sabrosas, pero el amigo Jones atesora pedazos de historia del siglo XX. Un d¨ªa habremos de ser nosotros quienes murmuremos: aquella noche del 24 yo estuve all¨ª.
Babelia
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