El museo que conserva la memoria del hierro y el carb¨®n
Sabero, en Le¨®n, alberga el ¨²nico centro en Espa?a que mantiene vivo el recuerdo de lo que fue la llegada de la siderurgia y la miner¨ªa a una zona aislada, con un legado documental que ha comenzado a digitalizar
La joya de este museo no es un ¨®leo de un gran maestro, ni un raro incunable. Se trata de una peque?a jaula de cristal fabricada en Londres, a comienzos del siglo XX, que se conoc¨ªa como ¡°el resucitador¡±, con su puerta a trav¨¦s de la cual se introduc¨ªa a un canario o un jilguero cuando se entraba en la mina por una explosi¨®n, lo que generaba mon¨®xido de carbono. Cuando esto suced¨ªa, all¨¢ iba la brigada de salvamento, y el primero de los hombres lo hac¨ªa con el pajarillo en la jaula. Si el ave empezaba a boquear y se tambaleaba, le insuflaban ox¨ªgeno con un mecanismo de la jaula y sal¨ªan pitando. Hab¨ªa que ventilar la zona para no respirar el gas t¨®xico. Este ¡°resucitador¡± es una de las 4.000 piezas ¡ªm¨¢s de la mitad de donaciones particulares¡ª de la colecci¨®n del Museo de la Siderurgia y la Miner¨ªa de Castilla y Le¨®n (MSM), en Sabero (Le¨®n), a los pies de los Picos de Europa.
Este centro es ¨²nico en Espa?a porque preserva la memoria de los d¨ªas de hierro y carb¨®n que vivi¨® la zona con la siderurgia y la miner¨ªa. Un recuerdo de prosperidad y tambi¨¦n de una vida muy dura, del que quedan huellas, como los castilletes met¨¢licos de los pozos mineros cerrados, con sus instalaciones herrumbrosas, que se ven por la carretera entre robledales y encinares.
El director del museo, Roberto Fern¨¢ndez, hijo, nieto y sobrino de mineros, explica: ¡°Estamos en la primera gran cuenca minera de Castilla y Le¨®n, que abri¨® a mediados del siglo XIX. En 1991 cerr¨® la ¨²ltima empresa, con unos 500 trabajadores, que se quedaron sin medio de vida¡±. La raz¨®n de que ya no exista la miner¨ªa privada de carb¨®n en Le¨®n ni Palencia se debe a que ¡°no era rentable¡±. Fue parad¨®jico que en una ¨¦poca resultara m¨¢s provechoso ¡°traer carb¨®n desde Brasil en barco, y en Gij¨®n cargarlo para traerlo hasta aqu¨ª¡±. ¡°Adem¨¢s, estaba el tema medioambiental, que establec¨ªa restricciones que llevaron a las centrales t¨¦rmicas a dejar de comprar carb¨®n a las mineras, que acabaron quebrando¡±.
Con los cierres, las Administraciones buscaron ¡°nuevas posibilidades de reactivaci¨®n econ¨®mica, como el turismo¡±, apunta, y ligado a esa llegada de visitantes, la creaci¨®n de un museo, que abri¨® en julio de 2008, dependiente de la Consejer¨ªa de Cultura de la Junta de Castilla y Le¨®n.
A unos metros de la entrada se conserva una peque?a locomotora, que tiraba del convoy que transportaba el carb¨®n de la mina al lavadero. Lo extraordinario de este modesto museo, de unos 500.000 euros de presupuesto anual, en una localidad de 1.161 habitantes de la Espa?a abandonada, es que se encuentra en un monumento declarado Bien de Inter¨¦s Cultural (BIC) en 1991, la antigua Ferrer¨ªa de San Blas. Llamada as¨ª porque hay en los alrededores una ermita dedicada a este santo, al que acuden los fieles con ofrendas para curar los males de garganta.
En 1842, el empresario Miguel Botias Iglesias y Reyes ¡°compr¨® varias explotaciones mineras de la cuenca cuando estaban en sus inicios y encarg¨® informes a dos ingenieros franceses, quienes le aseguraron que hab¨ªa hierro y hulla para cientos de a?os, en una zona con mucha agua y madera¡±. Como era el comienzo del ferrocarril y hab¨ªa mucha demanda de hierro, pens¨® que lo mejor ser¨ªa obtenerlo y fundirlo. Fue el nacimiento de la Sociedad Minera Palentino-Leonesa, con la participaci¨®n de relevantes financieros del pa¨ªs.
La apuesta era fuerte, mandaron a un intelectual, Ram¨®n de la Sagra, ¡°dos a?os por Europa para que conociese c¨®mo funcionaban las siderurgias m¨¢s punteras¡±. ?l mismo contrat¨® al ingeniero franc¨¦s que proyect¨® y dirigi¨® la ferrer¨ªa los primeros a?os. De estilo neog¨®tico, es una nave de forja y laminado, de 1846, cuyos ¡°arcos diafragma apuntados¡± le dan un aspecto basilical que deja boquiabierto al contemplarse por primera vez. En el exterior se levantaron ¡°los primeros altos hornos modernos de Espa?a¡±, de unos 15 metros de altura y 10 de base. ¡°Hasta entonces, las ferrer¨ªas fund¨ªan el hierro con carb¨®n vegetal, pero aqu¨ª se empez¨® a hacer con carb¨®n mineral, como suced¨ªa en Europa, un proceso que daba m¨¢s rendimiento¡±.
El trabajo era agotador. Los altos hornos ten¨ªan que estar siempre encendidos, a unos 1.800 grados en su interior, aliment¨¢ndolos en turnos de 12 horas. Asimismo, hab¨ªa que mover a mano piezas muy pesadas, en un ambiente en el que se respiraban polvo, gases y humos, junto al riesgo de quemaduras por salpicaduras del hierro fundido. En el museo hay reproducciones de algunas piezas de esa ¨¦poca, como el martillo pil¨®n, y tambi¨¦n originales restauradas, como un torno, un taladro y una fragua. En esta catedral del hierro se produc¨ªan sobre todo v¨ªas para el ferrocarril, tuber¨ªas para canalizar el agua de las grandes ciudades (que entonces empezaba), y el resto eran objetos, como balaustradas, pasamanos, planchas... ¡°Todo transportado en carros tirados por bueyes hasta el ferrocarril m¨¢s cercano, a decenas de kil¨®metros¡±.
Sin embargo, a comienzos de los sesenta el proyecto naufrag¨®. ¡°La comercializaci¨®n de los productos sider¨²rgicos se ve¨ªa dificultada por las malas comunicaciones con la Meseta, el principal mercado; a ello se uni¨® la eliminaci¨®n de aranceles al hierro ingl¨¦s¡±. Aunque otro empresario arrend¨® el negocio, no pudo reflotarlo porque la construcci¨®n del necesario ferrocarril no llegaba. En 1864 ces¨® la actividad y las instalaciones quedaron abandonadas.
¡°En 1892 lo adquiri¨® una minera, Hulleras de Sabero y Anexas, que no estaba interesada en el hierro, sino en el carb¨®n, transportado desde aqu¨ª a Bilbao, y restauraron el edificio¡±. En el lateral de la nave que fue economato para los mineros, donde se compraban productos b¨¢sicos m¨¢s baratos, hoy varios paneles y fotograf¨ªas cuentan c¨®mo fueron estos parajes desde la prehistoria hasta mediados del siglo XIX, cuando lleg¨® la industria. Tambi¨¦n, los distintos procedimientos para arrancar el carb¨®n a la tierra. Los m¨¢s elementales est¨¢n representados en una vitrina con picos, hachas o martillos neum¨¢ticos de picar (¡±estos pesaban unos siete kilos y se manejaban con una mano, con la otra se agarraban a la viga de la galer¨ªa¡±).
Junto al pozo minero se levant¨® un ¡°pabell¨®n de solteros¡±, donde se alojaban trabajadores procedentes de distintas regiones de Espa?a. Si se adaptaban y aguantaban el trabajo, los que ten¨ªan familia la tra¨ªan, y se les daba una casa. Para los ni?os se construy¨® un colegio que lleg¨® a tener en sus aulas a 300 chavales.
Hay una zona en el MSM, ¡°el rinc¨®n de luz¡±, que recorre la historia de la iluminaci¨®n en las minas, con ejemplos de diferentes ¨¦pocas y pa¨ªses: candiles de hierro, l¨¢mparas de acetileno, hasta las modernas l¨¢mparas de casco. En una vitrina se explican ¡°los peligros de la mina¡±, con un ejemplar del equipo ¡°de respiraci¨®n aut¨®noma¡± que usaban las brigadas de salvamento. La norma no escrita establec¨ªa que, en caso de accidente, ¡°nadie deb¨ªa quedar en la mina, hab¨ªa que sacar al compa?ero vivo o muerto¡±. En una sala estuvo la antigua botica, en la que se atend¨ªa a los heridos y que conserva material m¨¦dico original, las camillas y los botes, de ¨¦ter sulf¨²rico, cal sodada, tintura de yodo...
A pocos metros del museo, en lo que fue el colegio, est¨¢ hoy el archivo, puesto en marcha hace cuatro a?os y en el que trabaja H¨¦ctor Gonz¨¢lez Moro. En ¨¦l hay cientos de miles de documentos: proyectos, estudios, correspondencia entre empresas, fichas del personal, fotograf¨ªas (¡±tenemos miles, est¨¢n todav¨ªa sin tocar¡±, dice Fern¨¢ndez) y unos 30.000 planos (de las m¨¢quinas, de cada pieza, de instalaciones...), que est¨¢n empezando a digitalizarse. Precisamente, cuando termine el recorrido por el museo, Fern¨¢ndez y este periodista se encuentran con un hombre que pasea por el barrio que fue colonia minera, Manuel Carmona Velasco, la mano responsable de muchos de esos planos de la empresa Hulleras de Sabero. ¡°Empec¨¦ con 14 a?os porque el delineante hab¨ªa sufrido un accidente y como vieron que se me daba bien, me llamaron para trabajar. As¨ª estuve 30 a?os trabajando¡±, cuenta.
¡°Tenemos documentaci¨®n desde las primeras d¨¦cadas del siglo XIX hasta las primeras del XXI. Cuando las grandes empresas quebraron, se desmantelaron las instalaciones, pero, ?qu¨¦ pasaba con sus papeles? ?bamos y les explic¨¢bamos que era parte de su patrimonio. El primer caso importante fue el de la Hullera Vasco Leonesa, con 15 camiones cargados de documentaci¨®n porque su archivo comprend¨ªa el de otras peque?as empresas que hab¨ªa ido adquiriendo¡±, agrega Fern¨¢ndez.
Al archivo se acercan personas en busca de un papel que necesitan para tramitar su jubilaci¨®n o hay quien, como una joven, pregunt¨® si ten¨ªan una foto de su bisabuelo, que encontraron en una ficha del personal. La mujer se puso a llorar porque no hab¨ªa tenido ninguna fotograf¨ªa de ¨¦l. Hay fichas como la de un hombre de Villabuena del Puente (Zamora), barrenista, en la que se le declaraba ¡°¨²til para el trabajo en industrias pulv¨ªgenas¡± en los sucesivos reconocimientos m¨¦dicos. O la de otro nacido en Sabero, que adjunt¨® en su ficha de picador una fotograf¨ªa de carnet en la que pos¨® elegant¨ªsimo, de traje con chaleco, camisa, corbata y el pa?uelo asomando en el bolsillo de la chaqueta.
Un proyecto del archivo es ¡°la memoria oral de la mineria¡±, que re¨²ne, por el momento, m¨¢s de 400 grabaciones en v¨ªdeo a personas que trabajaron en el carb¨®n y que describen c¨®mo era esa vida: ingenieros, mineros, picadores... Fern¨¢ndez recuerda el testimonio de una limpiadora cuando hab¨ªa llegado al pabell¨®n de solteros una partida de andaluces. ¡°El domingo, d¨ªa libre, uno de ellos estaba solo, sentado en el comedor, cariacontecido. Esta mujer le pregunt¨® por qu¨¦ no sal¨ªa de paseo con sus compa?eros y ¨¦l le respondi¨® que solo ten¨ªa una camisa y un pantal¨®n¡±, los que llevaba puestos, que estaban sucios. La mujer se los lav¨®, los sec¨® en una estufa de carb¨®n y el muchacho pudo salir a echar el rato. Memoria de unos duros tiempos de hierro y carb¨®n.
Babelia
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