En el adi¨®s de Rebecca Horn: pionera del arte performativo
La alemana, que falleci¨® a los 80 a?os, fue un referente en la segunda mitad del siglo XX por su potente radar para los artistas m¨¢s j¨®venes, sobre los que ejerci¨® gran influencia: Pipilotti Rist, Susy G¨®mez o Alicia Framis
Dicen los manuales de historia del arte que Rebecca Horn (1944-2024), fallecida el pasado s¨¢bado a los 80 a?os en Bad K?nig, en el estado federado de Hesse, es una de las artistas alemanas referentes de la segunda mitad del siglo XX, pionera del arte performativo especialmente para su generaci¨®n, pero con un radar de alto alcance para otros artistas m¨¢s j¨®venes. Su influencia es visible por doquier y sin ella ser¨ªa imposible entender hoy las instalaciones de Matthew Barney, los v¨ªdeos de trasfondo feminista de Pipilotti Rist, o la escultura de Susy G¨®mez, Alicia Framis o Ana Laura Al¨¢ez.
El porqu¨¦ est¨¢ en su carisma como creadora, casi inclasificable. Horn era una artista aventurera, segura de s¨ª misma y ferozmente independiente. Lo m¨¢s parecido a un verso libre: escultora, dibujante, autora de instalaciones y performances, pero tambi¨¦n poeta y directora de cine y ¨®pera. Una mente desenfrenada, quisquillosa con las normas, despegada con las modas y con una imaginaci¨®n sin l¨ªmites. Seguramente todo eso hac¨ªa que su obra nunca expresaba sus preocupaciones tem¨¢ticas de forma directa. Sus obras hablan un lenguaje que puede sentirse m¨¢s que entenderse y se adentra en estados psicol¨®gicos desconcertantes que, a veces, ofrece un camino hacia el empoderamiento.
No es poco para una chica reservada, espiritual y pelirroja nacida en la peque?a y lluviosa ciudad de Michelstandt. Sus primeras obras se remontan a los a?os sesenta, cuando empez¨® a estudiar en la Academia de Bellas Artes de Hamburgo, que pronto tuvo que frenar por una afecci¨®n pulmonar que le oblig¨® a dejar la escultura y a dedicarse a dibujar y a coser en un sanatorio. Su mundo era el alcance que le ofrec¨ªan sus manos buscando la forma de que trascendieran y se convirtieran en algo distinto. De ah¨ª sus ¡°extensiones corporales¡±. As¨ª llamaba a cuernos, u?as, penachos de plumas y otras cosas menos reconocibles a primera vista con que vest¨ªa a los artistas que luego dibujaba, fotografiaba y pon¨ªa en acci¨®n mediante performances en una de sus primeras series conocidas: Personal Art (1968-1972).
Aunque si hay una obra ic¨®nica de esa ¨¦poca es En Pencil Mask (1972) donde la artista fabric¨® un artilugio de tela forrado de l¨¢pices que se puso en la cara y que luego mov¨ªa repetidamente alrededor de una pared, creando garabatos mientras lo hac¨ªa. Esta extensi¨®n del cuerpo, con matices sadomasoquistas, personifica la cualidad er¨®tica de muchas de las obras de Horn. La artista sugiere que los cuerpos de las personas existen en el espacio, que dejan literalmente huellas en su entorno, al tiempo que canaliza una energ¨ªa mal¨¦vola exclusiva de toda su obra.
M¨¢s tarde, llegaron sus esculturas mecanizadas con objetos de metal, l¨ªquidos, espejos y otros materiales que no parec¨ªan humanos, pero tampoco inorg¨¢nicos. Un lugar creativo que no puede estar m¨¢s en boga hoy: ese mundo casi futuro lleno de especies, organismos m¨²ltiples y audiencias expandidas. Espectadores que Horn convirti¨® en prisioneros en Chinesische Verlobte (La prometida china, 1977). En los a?os 80, su obra se hizo m¨¢s grande y extensa. Para la edici¨®n de 1987 de Skulptur Projekte M¨¹nster, estren¨® The Concert in Reverse (1987) en un lugar donde la Gestapo asesin¨® a prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial.
Al recorrer esta mazmorra uno se encontraba con embudos que goteaban agua, martillos y elementos sonoros que Horn llamaba ¡°se?ales de golpes de otro mundo¡±. Siempre que la cr¨ªtica dec¨ªa que su obra era alqu¨ªmica ella asent¨ªa. Su obra empez¨® a explorar los estados de transformaci¨®n y a ver el cuerpo como un portal a otras dimensiones. Desde muy joven sinti¨® fascinaci¨®n por Johann Valentin Andreae, te¨®logo alem¨¢n que escribi¨® sobre alquimia en el siglo XV, y Raymond Roussel, poeta franc¨¦s del siglo XX cuya obra form¨® a muchos modernistas. Estas figuras inculcaron en Horn el amor por todo lo fant¨¢stico, una pasi¨®n que acab¨® llamando la atenci¨®n de la artista surrealista Meret Oppenheim, que m¨¢s tarde se convertir¨ªa una de sus mejores amigas y en una de las primeras promotoras de sus pel¨ªculas.
Su paso por el Festival de Cannes, donde proyect¨® Buster¡¯s Bedroom (1990) coincidi¨® con el despegue de su carrera en Estados Unidos. En 1993, organiz¨® una gran exposici¨®n en el Guggenheim de Nueva York, cuyo techo de cristal estaba decorado con Paradiso (1993), dos objetos de plexigl¨¢s con forma de senos que peri¨®dicamente dejaban caer un l¨ªquido blanco. Se la tild¨® a ella de showman y a la exposici¨®n de vodevil, pero Horn estaba por encima de las cr¨ªticas. Despu¨¦s comer¨ªa flores en nombre del arte de la performance, esculpir¨ªa pianos que soltaban sus teclas y crear¨ªa instalaciones que hablaban del mal que acechaba detr¨¢s de cada esquina en la Alemania de posguerra.
Su obra nunca fue f¨¢cil de ver, pero gan¨® los m¨¢ximos galardones en la Documenta y en la Carnegie International, particip¨® en tres ediciones de la Bienal de Venecia, incluida la de 2022 dedicada a Leonora Carrington, y a principios de este a?o se le dedic¨® una gran retrospectiva en la Haus der Kunst en M¨²nich. Aunque si hab¨ªa un lugar donde a ella le gustaba ¡°recibir¡± era su casa en Pollensa, Mallorca, tan m¨¢gica y tel¨²rica como ella, donde pasaba temporadas abrazada por su otra familia en la isla, la galer¨ªa Pelaires.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.