El pan de oro
Al arte lo ¨²nico que le importa es lo de siempre, lo que permanece, lo que reta lo ef¨ªmero, lo que abofetea al olvido
A menudo nos sirven las papillas. Tragamos incluso sapos, culebras, alima?as. Ah¨ª tienes los embusteros con sus caras de coliflores. Dicen mentiras que truenan y sin embargo se salen con la suya, ilesos, pavones. Porque las palabras ya no cuentan ni importan, ni siquiera les quedan mechones o flequillos. Son como dolores de muelas, que se han desvitalizado, de ah¨ª las papillas y los sapos que brincan fuera de la cazuela.
Para rematar, nos tragamos horas de pantallas. La lectura de los libros cae en picado, en particular entre los m¨¢s j¨®venes, que ya apenas leen novelas, y, cuando lo hacen tienen el m¨®vil a poca distancia. Leen poco y mal, y el libro que les cae entre las manos se parece m¨¢s a un tebeo que a un tocho literario. La p¨¦rdida del libro quiz¨¢s no sea nada, porque tambi¨¦n vamos perdiendo el tiempo, el d¨ªa, e incluso la noche.
Porque ten¨ªamos las velas, los candelabros, y luego lleg¨® el hada de la electricidad, y as¨ª hemos colonizado con neones, l¨¢mparas, iluminaciones toda la noche, haciendo que la luz del d¨ªa incluso se la lleve por delante. Y luego llegaron las pantallas, y ah¨ª nos tienes enchufados, enganchados, a esa min¨²scula alba perpetua que nos atrae como si fu¨¦ramos mariposas, como si nuestros ojos fueran luci¨¦rnagas.
Cierto, la tecnolog¨ªa tiene su maravilla. En la Edad Media, un monje necesitaba un a?o entero para copiar un libro. Con Gutenberg, de pronto, se pueden producir doscientas biblias en menos de un a?o. Cincuenta a?os despu¨¦s quince millones de libros ya est¨¢n circulando por el mundo. Luego la rotativa, la radio, los sat¨¦lites, la propagaci¨®n num¨¦rica, ahora miles de millones de octetos son producidos cada segundo.
En cada momento le sumamos al infinito otro tanto. De ah¨ª que, por ahora, nos quedemos deslumbrados, intentado entender c¨®mo lidiar con el rel¨¢mpago, como tragarnos todas estas galaxias. Estamos apabullados, cada vez m¨¢s miopes, con cegueras que nos atan en vez de liberar. Y, sin embargo, algunos siguen empe?¨¢ndose, no bajar la guardia ni las manos.
Pero a la tecnolog¨ªa lo ¨²nico que le interesa es lo ¨²ltimo, esa chispa que deslumbra. As¨ª pues, que nos queda el arte, y poco m¨¢s, la literatura, la pintura, para lo primero, lo que de verdad importa. Al arte lo ¨²nico que le importa es lo de siempre, lo que permanece, lo que reta lo ef¨ªmero, lo que abofetea al olvido. Nada de lo ¨²ltimo le es relevante. Al arte no le importan los tendederos ni los telediarios, s¨®lo el hombre, la mujer, todos los que somos, ese olvido que seremos.
Nos iremos al pudridero, derechitos al r¨ªo, que se vuelca en el mar. Y nada de hacerse toreo de sal¨®n, de ir de farol por la vida, de esquivar el mont¨®n, el aluvi¨®n de lo p¨ªcaro, de lo grosero, lo que se pone de lado, y deja que la muleta se vaya con el viento. La escritura, la pintura, el arte, no van de traperos ni de trapiches, embiste, sacude, aguanta el tir¨®n. Primero la apertura por lo alto. Luego los quites, variando tafalleras, chicuelinas, y gaoneras. Y seguimiento de pie, con temple, en lo lento, deshojando margaritas, acariciando la embestida, despacio, ajustando.
Y, por ¨²ltimo, de un sopapo, de remate, la explosi¨®n de rodillas, con los pitones cazando, y ah¨ª lo tienes, a galope, color vino, el arte ha salido al ruedo. Ah¨ª lo tienes, a Osip capeando, a Marina torneando, a Joan, a todos ellos, con su pan de oro, apenas unos folios, algo que no se muere de un capotazo. Y de pronto, lees, te cae encima un verso de Mandelstam: ¡°Un delicado rumor: la vela se tensa / la dilatada mirada se vac¨ªa / y un coro inaudible de p¨¢jaros de medianoche / atraviesa el cielo¡±.
Y entonces te paras, en medio de un d¨ªa, en medio de un beso, y respiras mejor, respiras m¨¢s hondo. El pit¨®n se te clava en la retina, el asta te entra hasta lo m¨¢s hondo, por el garrote, recto hacia el coraz¨®n. De vez en cuando pues, levantemos la nuca. Aunque no sea para cornear la luna, d¨¦mosle esa cornada al aire. Y, sobre todo, quedemos atentos. El s¨¦ptimo sello quiz¨¢s no se haya roto todav¨ªa. Escuchemos los susurros que siguen soplando sobre las velas, encantados, ellos, en contar las estrellas que todav¨ªa brillan encima de la cabeza entre ese mar de cipreses.
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