Vivan los toros
Defender el toreo es defender la sociedad abierta. Defender la libertad, la bondad, la humildad. Ese mundo medio perdido por el que abogaba Karl Popper
Es pecado. Matar. Torear. El buenismo se ha metido hasta en los ruedos. Ah¨ª lo tienes sacudiendo el trapo para que el toro se quite del medio. El mundo moderno no soporta, no aguanta la muerte. De ah¨ª que a los viejos los metemos en los ba¨²les. Los api?amos en las residencias, ah¨ª los dejamos menguar como si fueran mangos. Ah¨ª se nos pudren, esperando la ¨²ltima cornada, la que te deja sin garganta. La muerte nos ha metido, hundido, el morro hasta en la sopa, asqueando todos nuestros d¨ªas. De pronto, y sin guada?a, la ten¨ªamos segando con alegr¨ªa.
Por eso la corrida es pecado. Porque te estampa en la cara lo que eres, lo que somos, seres de carne que un casi nada, un pellizco, hace arder como si fu¨¦ramos bichos de papel, animales que berrean, maman, que no saben c¨®mo salir de esta, c¨®mo escaparse ilesos de este toril que nos pinza el pez¨®n. Para los que duran, para los que perduran, para los que se dejan llevar por los a?os, se quedan viejos, hundidos, sin voz, con los cuerpos que se empinan, que se caen a pique, para los que las cuerdas vocales ni les cantan, ella se hace m¨¢s lenta, pero es la misma sin piedad.
De pronto dejamos de bailar, la sangre se nos mete hasta las cejas, dejamos de tener los ojos color cereza. Esperamos entonces, sin remedio, como los trigos, que algo, que alguien, nos afeite el moflete, el pescuezo, que algo nos raje la garganta para siempre, hasta nunca. Y, sin embargo, el sol va menguando. La tarde se hace m¨¢s ancha. El d¨ªa se hace m¨¢s rubio, m¨¢s redondo. Ah¨ª los tienes los dos, capeando, busc¨¢ndose el beso, d¨¢ndose la vida, atragant¨¢ndose con la muerte. ?l, espigado, toreando hacia adentro, hacia afuera, el cuerpo metido entre los pitones, bailando a la vertical, porque as¨ª se recibe la vida, de proa, sin tapujos.
Algunos torean en endecas¨ªlabos, otros manejan la muleta como si estuvieran barnizando el lienzo. A veces, el arte se invita en el ruedo, y entonces caes hacia arriba, es lo que llamamos la gracia. El tiempo deja de mover la coleta, se para como una escopeta antes del di¨¢sporo, se para porque la belleza lo atraviesa, le parte el f¨¦mur, la tibia, toda la tuber¨ªa. El silencio teclea las v¨¦rtebras de las gradas. El sol deja de trinar, se pone de lado, y desde la barandilla del cielo, mira como lo que ve si fuera una primera vez, un hasta siempre.
Lo sabemos, la cultura no es ajena a los toros. Uno de los m¨¢s bellos libros que se haya escrito es el de Michel Leiris con Francis Bacon, y solo habla de eso, c¨®mo un toro busca a un hombre, c¨®mo este se empe?a en darle cara. Por no mencionar Goya, Picasso, Hemingway, las artes est¨¢n repletas, rebozan de toreo. Porque sobre el ruedo rasea la muerte. Ah¨ª lo tienes ¨¦l, alfiler, corcho, hombre, con el coraz¨®n abotonado a los huesos, y, a escasos metros, el quir¨®fano por si la cornada le entra hasta en el muelle, y le deja hecho un trapo. La corrida no es de derechas ni de izquierdas, ni de oestes ni de estes. Lorca, asesinado por ser ¡°socialista, mas¨®n y homosexual¡±, amaba los toros como nadie, consideraba que esa boda de sangre era ¡°la fiesta m¨¢s culta del mundo¡±, que era puro romancero, puro duende.
Porque eso hace el torero, se la juega, a las cinco de la tarde, en el ruedo. A veces, la mayor¨ªa de las veces, el duende ni se asoma por el ruedo, corretea la tarde, el animal mira el otro animal con sus ojos de b¨²ho, y no pasa nada, solo derrame, solo un puchero de sangre. Pero a veces todo se salva, el duende se hace goyesco, o barroco, o silencio. Entonces el viento se lleva los algodones, entonces la sangre se abre color ciruela, la vida se muere, y eso somos, ese alivio, ese olvido, que se desangra, que los a?os van espetando, y s¨ª nos vamos berreando. Sobre las gradas los vivos tiemblan como cipreses. Pecho hundido el toro embiste. En los ojos le tiemblan las higueras. El toro acaba de entrar a matar.
Vivimos en un mundo de encerronas. Sociedades que se cierran, ojos que se ciegan. Defender el toreo es defender la sociedad abierta. Ese mundo medio perdido por el que abogaba Karl Popper. Defender el toreo es defender la libertad, la bondad, la humildad, todos esos valores pueblerinos, los pregonaba, solitario, Isaiah Berlin. El buenismo tiene aires de santidad, huele a rancio, a ca?er¨ªa, a prohibido, a no hagas. El buenismo quiere manosear los sesos, decir lo que uno y otro tienen que pensar, imponer, prohibir, regentar. Escribe, nos dice, como si fueras un perro apagado, un can sin cuerdas vocales ni genitales. Pinta como un zueco, para que me pueda colgar algo lindo sobre la pared, algo que no hierre, que no moleste, algo que truene, que me deje dormir en paz, aunque me quede sin tuber¨ªa ni nada que me cornee, que me haga caer hacia arriba, que no me deje ni morir ni vivir.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.