P¨ªntala otra vez
El primer heter¨®nimo de la literatura moderna lo cre¨® Valery Larbaud, que se anticip¨® seis a?os al primero de Pessoa
Pero la gente cambia, ?no? Ahora somos una cosa y luego otra. Incluso al que comenta que est¨¢ cambiando el mundo, la hora en su reloj tambi¨¦n le cambia, porque un reloj nunca es retr¨®grado. Las ciencias cambian que es una barbaridad, dec¨ªa Don Hilari¨®n y, sin embargo, muchos siguen creyendo en el concepto de escritor compacto, sin fisuras. Es como si no hubiera comenzado a difuminarse ese concepto de escritor de una sola pieza que desmitific¨® Pessoa al fraccionarse en una serie de personajes heter¨®nimos. Qu¨¦ estrategia, por cierto, tan h¨¢bil la suya: int¨¦rprete puntual de la crisis del sujeto moderno y de sus certezas, traslad¨® a su obra una otredad m¨²ltiple que atribuy¨® a su desorientaci¨®n existencial.
Con todo, el primer heter¨®nimo de la literatura moderna lo cre¨® Valery Larbaud, que se anticip¨® seis a?os al primero de Pessoa. Es m¨¢s, el poeta de Lisboa, a trav¨¦s de su amigo Sa Carneiro, que viv¨ªa en Par¨ªs, pudo tener noticia de Barnabooth, el heter¨®nimo de Larbaud, y haber esto influido en la creaci¨®n de sus heter¨®nimos. Barnabooth pertenec¨ªa a esa especie de literatos para quienes las cosas que contribuyen a la civilizaci¨®n tienen que tener, en parte, contacto con ¡°el placer, juego, gratuidad y divertimento del esp¨ªritu¡±.
Sobre el mundo de los espejos y los heter¨®nimos encontr¨¦ ayer una ¡ªinvoluntaria, supongo¡ª ajustada aportaci¨®n literaria de George Didi-Huberman al tema. Se encuentra en su libro Aper?ues (traducido como Vislumbres), donde cuenta haber conocido la muy v¨ªvida sensaci¨®n de que cada espejo le reflejaba de una manera distinta. En cada nuevo cuarto de ba?o, de un hotel a otro, ¨¦l no era el mismo: ¡°Era como si la menor diferencia de encuadre, de azogue, de luz incidental, etc., hicieran irrumpir, desde mi propio cuerpo desdoblado en el espejo, una visibilidad nueva, no menos verdadera, no menos falsa, que todas las dem¨¢s¡±.
Creo que hoy todos los caminos, como los espejos de Didi-Huberman, llevan al genial Smoke, el filme con guion de Paul Auster. Recu¨¦rdese: el estanquero hace una foto cada ma?ana a la misma hora desde el mismo ¨¢ngulo, y aun as¨ª las fotos nunca son id¨¦nticas. Esa visibilidad nueva est¨¢ creando un espectador, un lector, cada vez m¨¢s habituado a la atm¨®sfera general de ambig¨¹edad. Por ella nos movemos todos y algunos, como es mi caso, pregunt¨¢ndonos si no deber¨ªamos volver a mirarlo todo de nuevo otra vez. No se tratar¨ªa ya tanto de fracasar, sino de volver a mirar, de mirar una y otra vez, hasta que se agoten las versiones ¡ªplurales, complejas, infinitas¡ª del mundo. O de un cuadro. Pensemos en C¨¦zanne. Las visiones distintas de Auster de un mismo lugar ya estaban en C¨¦zanne cuando, conocedor de c¨®mo puede cambiar todo de una mirada a otra, pint¨® ochenta veces la monta?a de Sainte-Victoire. En su formidable Paul C¨¦zanne. Sonrisas flotando de inteligencia aguda (Abada), incluye Josep M. Rovira todo tipo de intuitivas y cambiantes miradas sobre el pintor de Aix-en-Provence, un hombre convencido de que la finalidad del arte es la elevaci¨®n del pensamiento.
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