¡®Banda sonora para un golpe de Estado¡¯: jazz y anticolonialismo en un documental candidato al Oscar

Banda sonora para un golpe de Estado es un intrincado y apasionante collage de im¨¢genes, jazz y citas hist¨®ricas alrededor del infructuoso sue?o de un continente africano libre de la codicia y el expolio extranjeros. En el centro de todo est¨¢ la memoria de Patrice Lumumba, el primer presidente del Congo independiente, que apenas pudo gobernar unos meses antes de ser ejecutado, con la connivencia de la CIA y del poder colonial belga, en enero de 1961 por el militar y futuro s¨¢trapa Mobutu Sese Seko.

Dirigida por el artista multimedia, comisario y ensayista belga Johan Grimonprez, este documental candidato al Oscar propone un febril montaje de dos horas y media que indaga en ese instante de la Guerra Fr¨ªa en el que otra ?frica ¡ªdue?a de su destino, su riqueza y sus recursos¡ª fue brevemente posible. En esos a?os, el jazz ejerci¨® de arma pol¨ªtica, pero tambi¨¦n, en una retorcida estrategia, de embajador del poder blanco estadounidense en ?frica. El pa¨ªs que negaba sus derechos a los afroamericanos utiliz¨® su m¨²sica para acercarse a un continente que empezaba a independizarse de las fuerzas coloniales con el ideal de crear los Estados Unidos de ?frica.

Grimonprez teje una tela de ara?a deslumbrante con archivos documentales hist¨®ricos, corporativos y dom¨¦sticos, como esa inquietante secuencia de un beb¨¦ elefante zarandeado en el aire mientras es transportado a un barco por una gr¨²a o mientras se mueve bajo el agua, im¨¢genes que evocan la desgracia de un continente que ha sufrido el robo indiscriminado de personas, animales y minerales. Grimonprez conecta el asesinato de Lumumba con la explotaci¨®n de las minas congole?as de uranio, que sirvieron para fabricar la bomba de Hiroshima y Nagasaki, y que convirti¨® a este pa¨ªs del ?frica central en una v¨ªctima m¨¢s de la carrera nuclear estadounidense.

El documental resulta menos brillante en su descarga de citas, que establecen un di¨¢logo entre los extractos de las voces narradoras y todo tipo de apuntes hist¨®ricos que aparecen escritos en la pantalla. As¨ª, el audio con las palabras de las memorias de Nikita Jrushchov se mezcla con teletipos de la ¨¦poca; el encuentro en Harlem entre Fidel Castro y Malcolm X, con frases entresacadas de ensayos pol¨ªticos; y las novelas de la escritora afroamericana Maya Angelou, con los versos de Octavio Paz: ¡°Cuando la historia duerme, habla en sue?os¡±. Este doble asalto de palabras dichas y escritas resulta por momentos innecesariamente enrevesado, aleccionador y gratuito.

Ante este bombardeo de informaci¨®n, la m¨²sica marca algo m¨¢s que el ritmo, como ya ocurr¨ªa en When We Were Kings ¡ªel fascinante documental de 1996 sobre el hist¨®rico combate entre Muhammad Ali y George Foreman en Zaire (es decir, en el Congo de Mobutu)¡ª y, en menor medida, en el m¨¢s convencional Soundtrack for a Revolution (2009), sobre el lugar medular de la m¨²sica en la lucha por los derechos de los afroamericanos. Si Amampondo, tambi¨¦n conocida como ¡°la canci¨®n de la respiraci¨®n¡± de la sudafricana Miriam Makeba, se adue?aba con su ritmo sincopado del montaje de When We Were Kings, aqu¨ª el pico de intensidad llega con Nina Simone, sobre todo con su versi¨®n de la dylaniana Ballad of Hollis Brown.

Como dec¨ªa el famoso l¨ªder abolicionista Frederick Douglass, ¡°los esclavos cantan su tristeza y esas canciones que nacen de las l¨¢grimas de su coraz¨®n son a la vez su consuelo¡±. Esta idea, retomada a?os m¨¢s tarde por Martin Luther King, recorre de principio a fin un documental que recuerda el papel del bater¨ªa y compositor Max Roach y su esposa, la cantante Abbey Lincoln, en la denuncia ante la ONU del asesinato de Lumumba. La pareja, se?alada y vigilada por el FBI, se cruza en la pantalla con Ornette Coleman, Duke Ellington, John Coltrane, Melba Liston o Dizzie Gillespie, algunos de ellos embarcados en un problem¨¢tico acercamiento a ?frica como embajadores del jazz, encargo que Gillespie tacha, en un juego de palabras en ingl¨¦s, como la ¡°cool war¡± frente a la ¡°cold war¡±. La labor m¨¢s ingrata le toca a Louis Armstrong, que en su papel de embajador sirvi¨® sin saberlo de cortina de humo del golpe contra Lumumba.

Al final, y entre tantos materiales e historias olvidadas, Banda sonora para un golpe de Estado bucea en estos sucesos y en otros muchos eventos (como el papel de los mercenarios o de la llamada Pasionaria negra, Andr¨¦e Blouin) para conformar un formidable puzle de im¨¢genes, palabras y m¨²sica sobre la infinita tragedia del pueblo africano.