Edmund de Waal te ha escrito una carta
En ¡®Cartas a Camondo¡¯ (Acantilado) Edmund de Waal escribe la historia de una casa que es tambi¨¦n la historia de Europa
Charles, el suegro de Mo?se Camondo, compr¨® a Manet un manojo de esp¨¢rragos reci¨¦n salido del caballete. El precio era de 800 francos y ¨¦l le envi¨® 1.000. Cuatro d¨ªas despu¨¦s lleg¨® a la rue de Monceau un peque?o lienzo con un esp¨¢rrago solitario y una M garabateada en la esquina superior derecha, con una nota de Manet: ¡°Este se ha escapado del manojo¡±.
Edmund de Waal, uno de los ceramistas m¨¢s celebrados del mundo, lo recuerda indagando entre lo que no vemos quienes visitamos el Museo Ni...
Charles, el suegro de Mo?se Camondo, compr¨® a Manet un manojo de esp¨¢rragos reci¨¦n salido del caballete. El precio era de 800 francos y ¨¦l le envi¨® 1.000. Cuatro d¨ªas despu¨¦s lleg¨® a la rue de Monceau un peque?o lienzo con un esp¨¢rrago solitario y una M garabateada en la esquina superior derecha, con una nota de Manet: ¡°Este se ha escapado del manojo¡±.
Edmund de Waal, uno de los ceramistas m¨¢s celebrados del mundo, lo recuerda indagando entre lo que no vemos quienes visitamos el Museo Nissim de Camondo, en Par¨ªs. Eso es su ¨²ltimo libro: colarse en una casa, en una vida, rescribir lo que qued¨® por contar de varias vidas. Cartas a Camondo (Acantilado) son anotaciones para tomarse un tiempo, para no prejuzgar y para saber que si queremos saber, aprenderemos mucho. Y lo cuestionaremos casi todo.
Como ceramista, De Waal tiene obra en el Victoria&Albert Museum y en la Tate Modern. Ese salto, de la tradici¨®n a la vanguardia, o de Gran Breta?a al mundo, lo define. Est¨¢ convencido de que ¡°podemos cruzar fronteras y conservar nuestra integridad¡±. ?l, ¡°un no practicante de todo¡±, cruza muchas. Igual da clase de cer¨¢mica en la Universidad de Westminster que escribe algunos de los ensayos m¨¢s fascinantes de este siglo (La liebre con ojos de ¨¢mbar, Acantilado, h¨¢ganse un regalo y l¨¦anlo). Con 61 a?os, De Waal pertenece a la vez a las paredes austeras de un monasterio ¡ªdonde creci¨®¡ª y al mundo que ha recorrido buscando la porcelana m¨¢s fina, la que apenas se puede ver.
Esa b¨²squeda recorre La liebre con ojos de ¨¢mbar. Y le llev¨® a viajar por Europa, Jap¨®n, la historia y sus propios recuerdos. Es esa misma b¨²squeda insaciable de tratar de entender, ¡ªno de sentido, De Waal encuentra sentido en todo lo que mira y hace¡ª le lleva en Cartas a Camondo a acercarse a alguien distante y distinto y a la vez, claro, cercano. Como los Ephrussi banqueros y jud¨ªos, a cuya familia pertenece De Waal ¡ªque llegaron de Odesa y se instalaron cerca del parque de Monceau en Par¨ªs¡ª, los Camondo llegaron a Par¨ªs en el siglo XIX procedentes de Constantinopla. Cultos y trabajadores, atesoraron una de las grandes colecciones privadas de la ciudad. Su legado ha enriquecido, desde siempre, los grandes museos parisinos. Y escribo los grandes con may¨²sculas: del Louvre al de Orsay, antes de que su propia casa se convirtiera en museo.
Esa casa, la de los Camondo, hoy pertenece al Museo de Artes decorativas del Louvre. Y lleva el nombre del hijo de Mo?se, un joven perpetuo: Nissim de Camondo, que muri¨® durante la Primera Guerra Mundial mientras pilotaba un avi¨®n de lo que consideraba su patria: Francia.
Su padre, Mo?se, se pas¨® la primera d¨¦cada de su vida mirando el B¨®sforo. Hab¨ªa nacido en una calle que llevaba su apellido: en el n¨²mero 6 de la calle Camondo de G¨¢lata. Pero form¨® y vio desaparecer a su familia en Par¨ªs.
Cuando De Waal entra en la casa de los Camondo, indaga en las instrucciones que Mo?se dej¨® escritas. Son precisas en cuanto a la limpieza escrupulosa. ¡°Usted no quiere que el tiempo cambie nada, que la luz desti?a los tapices, los suelos¡ El mal tiempo debe quedar fuera. Las ventanas¡ permanecer cerradas¡±, le dice. Pero a De Waal el polvo lo atrae. ¡°Marca el paso del tiempo¡±. John Rewald escribi¨® sobre el polvo denso entre las marcas que Morandi hac¨ªa en su modesto estudio para ubicar los cuencos, las botellas. ¡°Ese polvo denso, gris y aterciopelado no era fruto de la negligencia sino de la paciencia. Testigo de una paz total¡±. ¡°Sin polvo¡±, anota De Waal, ¡°es m¨¢s dif¨ªcil encontrar trazas¡±. Para no tener polvo hay que ser rico. Y exigente.
Cuando De Waal se pone a mirar algo acaba vi¨¦ndose. Viendo el mundo. A sus antepasados, al dolor de la p¨¦rdida y la incomprensi¨®n, la alegr¨ªa de la creaci¨®n y el encuentro. Nos cuenta que ha entrado en las buhardillas en busca de las cosas que no han sido ni archivadas ni fotografiadas. Busca lo que escap¨® a la supervisi¨®n. Por eso evita los espacios p¨²blicos. Observa que los pomos de las puertas de los fregaderos est¨¢n acanalados para facilitar el trabajo de un ayudante de cocina ajetreada.
M¨¢s all¨¢ de la casa, y cada uno de sus detalles, De Waal pasa revista a otros ciudadanos que habitaban cerca del parque. ¡°Aqu¨ª por el parque de Monceau todos parecen primos. Es mejor asumirlo¡±. Un antisemita como ?douard Drumont lo hab¨ªa escrito as¨ª: ¡°Son todos primos. Son cosmopolitas, vienen de todos lados, no son realmente franceses. Solo fingen¡±. Y de Waal lo traduce: ¡°Cada jud¨ªo es responsable de lo que hace cualquier otro jud¨ªo, culpable¡±. Escribe sobre los peligros de creer en los mitos. Y anota que all¨ª tambi¨¦n estaba Proust, ¡°que sal¨ªa al parque en invierno con patatas asadas en los bolsillos para no pasar fr¨ªo¡±. Proust amaba a Chardin porque con El ni?o de la peonza, o El castillo de naipes retrata lo m¨¢s ¨ªntimo. No una exhibici¨®n de dotes, sino lo m¨¢s profundo de las cosas. ¡°Quiere tocar nuestra vida¡±. Y hay grabados de Chardin en casa de los Camondo.
En la casa de Camondo describe c¨®mo una vivienda se hace deshaciendo un pasado, ¡°deshaciendo todo lo que conectaba a Camondo con Constantinopla¡±. Y describe las sillas como tronos de pr¨ªncipe. O los tacones de zapatos que son de oro. Est¨¢n ante el retrato de la condesa Alice que pint¨® Carolus-Duran. ¡°Todo en esta casa est¨¢ en may¨²sculas, subrayado, iluminado¡±, anota. Y se fija en los muebles que se transforman. Como en los espacios, silencios y las personas que se convierten en otras.
En la sala de la porcelana De Waal es ¨¦l: ¡°Trabajo con porcelana, que es un material migratorio. Hago cosas que son susceptibles de romperse¡±. ¡°No-saber-decir-basta podr¨ªa ser perfectamente la definici¨®n de la porcelana europea¡±, resume. O ¡°el color de la porcelana siempre permanece igual. No se desvanece, ni sufre por la humedad. Puedes romperla, pero no puedes destruirla¡±.
Este museo, que fue casa asolada por tantas desgracias, p¨¦rdidas, muertes, asesinatos, lo fue todo en apenas tres d¨¦cadas. Luego se convirti¨® en chambres de souvenirs, habitaciones para el recuerdo, por donde De Waal husmea y escribe sobre pertenecer a un lugar y pertenecer el uno al otro. ¡°El espacio nos ofrece la posibilidad de que no se hayan ido¡±. Es lo que consigue este libro: reconquistar una ilusi¨®n. De Waal lo sintetiza: ¡°Para completar algo, hay que saber lo que es la separaci¨®n, sentir la dispersi¨®n¡±.