Minimalista antes del minimalismo
Alberto Campo Baeza ha sido un precursor de la arquitectura limpia, pura y minimalista, un creyente del menos es m¨¢s que actualiz¨® la tradici¨®n mediterr¨¢nea. En una nueva monograf¨ªa, en ingl¨¦s ¡®Campo Baeza, selected Works¡¯ (Rizzoli), Richard Meier, Kenneth Frampton o David Chipperfield lo explican
Alberto Campo Baeza juega muy bien sus cartas. No tiene obras de primera y segunda categor¨ªa. Pone el mismo empe?o en desnudar la barandilla de una escalera que en lograr que una doble altura multiplique la luz. Lo mismo si trabaja para la Junta de Castilla y Le¨®n haciendo unas oficinas que si levanta una escuela en C¨¢diz o viviendas en M¨¦xico o Estados Unidos. Sin embargo, Campo no es un hombre de detalles; lo suyo es el conjunto: la intersecci¨®n entre la luz y el espacio que los afecta a ambos. Richard Meier lo resume con tiento: Campo Baeza siempre ha sido ¡°a big game player¡±, un gran jugador. As¨ª, al margen de la escala del campo en el que haya jugado en cada ocasi¨®n: la pobreza de medios o el exceso, la gran escala o la peque?a, lo dom¨¦stico nacional o el cosmopolitismo internacional, su arquitectura sin manierismos y su vanguardia sin exigencias para quienes habitan sus edificios lo han llevado a trabajar el espacio y la luz creando vol¨²menes en los que el interior y el exterior se contin¨²an. Es muy dif¨ªcil ponerles fecha a sus proyectos. Y eso solo sucede con los cl¨¢sicos.
El ubicarse fuera del tiempo, el vivir instalado en la resta, no es f¨¢cil. Implica muchas renuncias: el color, con frecuencia la curva, muchas veces el tacto, habitualmente la memoria. Pero abre tambi¨¦n otras puertas: las de la posibilidad, el comienzo, el blanco, la pureza, lo sencillo, eso tan dif¨ªcil de alcanzar.
M¨¢s all¨¢ de su oficio, entendido casi como una religi¨®n, otra de las bazas de Campo Baeza son sus alumnos. Ha impregnado su sello en numerosos disc¨ªpulos como solo los grandes maestros saben ense?ar: d¨¢ndoles el inicio, el empuj¨®n, la base a partir de la cual pensar. Y crecer.
Uno de ellos, Jes¨²s Aparicio, que ha sido profesor en Columbia adem¨¢s de en la ETSAM, apunta que Campo es un arquitecto de b¨¢sicos: gravedad, luz y hombre. Lo esencial es, en su texto, como en el propio Campo Baeza, un territorio m¨¢s frondoso que minimalista: de Le Corbusier a Bernini, de Barrag¨¢n a Mies ven der Rohe, de Santa Teresa de ?vila a Arist¨®teles. Es lo alejado del tiempo. La digesti¨®n de lo anterior. La pedagog¨ªa de c¨®mo hacer las cosas. El rigor de hacer bien, con lo que se tenga, estudiando, y no ignorando, lo anterior. Esa es la celebraci¨®n de la vida y la cultura.
Campo se lo cuenta a otro de sus grandes ?disc¨ªpulos??amigos?: Manuel Blanco. Le explica que para ¨¦l una obra merece la pena cuando aguanta el paso del tiempo. Tambi¨¦n cuando es reconocible, esa es su idea de la memoria de un edificio. Campo habla de las obras que respetan, que hacen felices a la gente, pero tambi¨¦n que identifican un sello, el suyo.
Como no pod¨ªa ser de otra manera para alguien que ha firmado pabellones, sedes bancarias, escuelas, pero ¡ªsobre todo casas. Alguien que ha sabido aprender y escuchar. Y que ha ense?ado lo que ha ido aprendiendo a lo largo de los a?os, un gran profesor cierra el libro de Campo Baeza. Bueno, un gran profesor y un excelente arquitecto. David Chipperfield habla de su espa?olidad conviviendo con su internacionalidad. El Pritzker brit¨¢nico considera que la Caja de Granada es el gran trabajo de Campo. Y, humildemente, no puedo estar de acuerdo. Sus grandes trabajos son sus casas. Tan esmeradas, celebradas, vividas, diseminadas, pensadas, cuidadas, escuchadas y mantenidas por sus due?os.
Kenneth Frampton, el as en la manga de Campo Baeza, asegura que, imperturbable por las vaguedades de la moda, este arquitecto ha mantenido su fe en la pureza plat¨®nica m¨¢s de medio siglo. Analiza su evoluci¨®n, lo califica de neopalladiano, en ocasiones, loosiano en otras y miesiano incluso. ?Se puede pedir m¨¢s? Frampton, que incluy¨® a Campo Baeza en su primera edici¨®n de su Modern Architecture dice que espera, finalmente, el aperitivo entre Mies y Palladio. Campo Baeza es el anfitri¨®n perfecto.
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