Robert Ryan, ¨ªntimos recuerdos de un torero yanqui al que se le neg¨® el triunfo en Espa?a
Matador de toros, pintor y escritor, recopila su vida en el libro ¡®Capas de olvido¡¯
Hace una d¨¦cada que Robert Ryan vive en Madrid, a orillas del parque del Retiro, pero naci¨® en la ciudad californiana de Los ?ngeles en 1944. All¨ª, con solo cinco a?os, se enamor¨® de un toro de escayola, pero ese amor no fue m¨¢s que la reencarnaci¨®n de un veneno con el que naci¨® este americano destinado, sin saber c¨®mo, para ser torero.
Y lo fue. Tras sortear m¨²ltiples dificultades, tom¨® la alternativa en la localidad mexicana de Tijuana el 11 de junio de 1967; antes y despu¨¦s de que le cedieran los trastos, viaj¨® a Espa?a, donde tore¨® poco por su origen yanqui y las trabas del Sindicato del Espect¨¢culo. Su carrera fue corta ¡ªno m¨¢s de 100 pase¨ªllos¡ª, desarrollada fundamentalmente en M¨¦xico; y en 1982 aparc¨® el traje de luces.
Desde entonces, vive volcado en la pintura ¡ªha sido el autor del cartel de la corrida de la Beneficencia de Madrid en 2014 y 2016¡ª, y en la escritura ¡ªha publicado cuatro libros sobre la tauromaquia¡ª. Ahora, con el cabello ya nevado, la apariencia cierta de poseer una gran vida interior, y con el tipo de torero en su semblante, ha dedicado su tiempo a recordar lo vivido en las plazas de toros, la fuente de su vocaci¨®n, las vicisitudes de su carrera, y a explicar, en una palabra, c¨®mo un americano de California, sin relaci¨®n alguna con el mundo del toro, lleg¨® a obsesionarse con ser torero.
Nacido en Los ?ngeles, tom¨® la alternativa en 1967 en la localidad mexicana de Tijuana y particip¨® en un centenar de corridas de toros
Capas de olvido. Desde las playas de California a las profundidades del toreo (editorial El Pase¨ªllo) es ese libro de memorias que cuenta con el pr¨®logo de un admirador, el torero Jos¨¦ Tom¨¢s (¡°c¨®mo un gringo nacido en Los ?ngeles ¡ªescribe¡ª puede llegar a comprender, a sentir, a vivir y desarrollar de una manera tan pura la tauromaquia¡±), y la introducci¨®n del periodista Paco Aguado, quien lo califica como ¡°un artista global¡±.
Rodeado de cuadros propios, fotograf¨ªas y objetos taurinos, Robert Ryan desgrana con voz muy queda ¡ªcasi en silencio¡ª y pudorosa retazos de la vida de un americano enamorado del misterio del toro. ¡°Yo era un ni?o muy so?ador, y me gustaba mucho pintar animales¡±, cuenta Ryan. El primer toro de su vida fue el que le compraron sus padres en un viaje a la ciudad mexicana de Tijuana. ¡°Creo que ah¨ª naci¨® mi gran pasi¨®n por ese animal¡±, prosigue; ¡°no hab¨ªa visto ninguno de verdad, pero fue un amor a primera vista¡±.
Posteriormente, conoci¨® una granja de toros californianos enjaulados, hacinados y malolientes, y fue preso de una profunda desilusi¨®n, hasta que la foto de un toro bravo en la libertad de la dehesa, publicado a toda p¨¢gina en una revista, le hizo recobrar un aliento que a¨²n mantiene. Y empez¨® una nueva vida para este ni?o americano extasiado ante la imagen del toro.
¡°Visitaba museos¡±, a?ade, ¡°busqu¨¦ libros de toros en las bibliotecas, me sent¨ª apasionado por el toreo de capa, y toreaba al gato y al perro que ten¨ªamos en casa, que embest¨ªan muy bien¡¡±. Y vio en ingl¨¦s la pel¨ªcula Torero, de Carlos Velo, sobre el diestro mexicano Luis Procuna, y cuenta que aquellas im¨¢genes fueron definitivas para su vocaci¨®n.
En 1958 asisti¨® en Tijuana a la primera corrida de su vida, y se encontr¨® con una desagradable e inesperada sorpresa: la sangre. ¡°S¨ª, me sent¨ª mal, porque yo sab¨ªa que la corrida era el sacrificio del toro, pero no hab¨ªa prestado atenci¨®n a la muerte presencial¡±¡¤ Superada la impresi¨®n, se fue a porta gayola y le dijo a sus padres que quer¨ªa ser torero¡
¡°Primero, se lo coment¨¦ a la madre superiora del colegio privado al que yo asist¨ªa, y me trat¨® con mucha ternura; mis padres no lo tomaron en serio, entre otras razones porque yo padec¨ªa miop¨ªa y deb¨ªa utilizar unas gafas muy gruesas, pero yo no lo consideraba un problema y, de hecho, tore¨¦ con lentillas¡±. Ten¨ªa 14 a?os cuando pudo viajar a la feria de Aguascalientes y participar en un tentadero de vaquillas que dirig¨ªa el maestro Armillita Chico.
¡°All¨ª pude dar mis primeros muletazos¡±, recuerda, ¡°y aquella fue una impresi¨®n m¨¢s fuerte de lo que imaginaba¡±. Conoci¨® entonces al matador de toros mexicano Pepe Ortiz, quien lo convenci¨® de que el toreo es un sentimiento, un don que nada tiene que ver con la nacionalidad de quien lo ejecuta. ¡°El toreo encarna un misterio, un mensaje¡¡±, reflexiona Robert Ryan, ¡°y yo lo sent¨ªa muy fuerte en mi interior. Tuve la suerte de empezar desde muy ni?o, aunque no tuve a nadie que me hablara de toros; quiz¨¢ por eso, ser¨¢ verdad que nac¨ª enfermo del toreo¡±.
En enero de 1962, Ortiz lo acogi¨® en su casa y a su lado aprendi¨® los secretos de la profesi¨®n. ¡°La convivencia con ¨¦l fue una lecci¨®n de toreo y de vida¡± afirma Ryan. ¡°?l me inculc¨® desde el primer momento que yo pod¨ªa ser torero, me llev¨® a entrenar a casa de Luis Procuna, el h¨¦roe de la pel¨ªcula de mi infancia, y entr¨¦ en un mundo que de otro modo hubiera sido inaccesible para m¨ª¡±.
¡°El toreo encarna un misterio, un mensaje, y yo lo sent¨ªa muy fuerte en mi interior desde muy ni?o¡±
Ese mismo a?o debut¨® vestido de luces, y pronto se le present¨® la posibilidad de viajar a Espa?a de la mano de Pablo Lozano. Aqu¨ª conoci¨® otra realidad no exenta de dificultades para un torero natural de EEUU al que el Sindicato del Espect¨¢culo no reconoci¨® al no existir convenio taurino con el pa¨ªs del torero. Aun as¨ª, particip¨® en algunos festejos, se vio obligado a anunciarse con nombre espa?ol (Luis Miguel Sandino), debut¨®, primero, con caballos, y sin caballos despu¨¦s, y aprendi¨® a manejar con soltura la espada.
Hizo el pase¨ªllo en la Plaza M¨¦xico el 7 de agosto de 1966, y al a?o siguiente accedi¨® al escalaf¨®n de matadores. Volvi¨® a cruzar el Atl¨¢ntico, se anunci¨® en Portugal y en plazas espa?olas, entre ella la madrile?a de Vistalegre; acumul¨® pocos festejos, sobre todo festivales, otra vez por las trabas del sindicato y su nacionalidad.
¡°A Espa?a llegaban toreros de M¨¦xico, Venezuela, Colombia, Per¨²¡ que supon¨ªan un aliciente para los apoderados porque despu¨¦s pod¨ªan presentarlos en su pa¨ªs¡±, comenta Ryan, ¡°pero ese no era mi caso; adem¨¢s, la gente del toro no imaginaba que hubiera un torero americano, me dec¨ªan que pod¨ªa funcionar, pero recib¨ª pocas ayudas¡±. ¡°El negocio siempre es m¨¢s importante que el toreo¡±, concluye.
Robert Ryan se mantuvo en activo hasta 1982, y asegura que nunca se retir¨®. Desde entonces, dedica su tiempo a la escritura ¡ªVestigios de sangre, Trap¨ªo verde, El toreo de capa, El tercio de muerte, y, ahora, Capas de olvido¡ª y a la pintura. Y a so?ar con aquel toro de escayola que le compraron en Tijuana y que fue el inductor de un sentimiento que, seg¨²n confiesa, le ha hecho muy feliz.
Pregunta. Por cierto, ?le vieron sus padres torear?
Respuesta. S¨ª, en Tijuana estuvieron los dos, y en un par de festejos m¨¢s estuvo mi padre, a quien no le disgust¨® mi profesi¨®n tanto como a mi madre, que pasaba mucho miedo. Yo trataba de convencerlos de que los toros ya no her¨ªan, pero¡ Lo cierto es que nadie de mi familia se ha interesado por este mundo.
A?os despu¨¦s de colgar el traje de luces, el torero y su esposa recalaron en Espa?a, el pa¨ªs taurino que le neg¨® el pan y la sal por ser americano; a escasos metros del parque del Retiro madrile?o, Robert Ryan, torero de cuna, pinta, escribe y recuerda lo feliz que ha sido por haber hecho realidad su misterioso sue?o.
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