Nadal completa un palmar¨¦s perfecto
El tenista espa?ol supera a Djokovic y un par¨®n por la lluvia para ganar el Abierto de Estados Unidos y completar el Grand Slam
Los truenos que suenan en la distancia no tienen nada que ver con los cazas del ej¨¦rcito estadounidense, que antes surcaron los cielos; no son, tampoco, reverberaciones, brutal el sonido, que correspondan al feroz golpeo de Rafael Nadal, que est¨¢ ganando a Novak Djokovic la final del Abierto de Estados Unidos (6-4, 5-7, 6-4 y 6-2); y, ni mucho menos, forman parte de la fanfarria con la que se recibe a un grupo de marines portando la bandera estadounidense antes del encuentro. No, los truenos anuncian tormenta y avanzan las nubes negras que poco a poco van coloc¨¢ndose sobre la pista. No, los truenos avisan de la lluvia que viene y sirven de banda sonora a un partido que se lucha desde el coraz¨®n y las tripas, sin florituras. Y no, los truenos, brevemente retumbantes, son solo el preludio del agua, que por segundo d¨ªa seguido suspende la final del ¨²ltimo grande del a?o (6-4, 4-4 y 30-30 para Nadal), antes de que el espa?ol, el n¨²mero uno, logre su noveno grande y un lugar preeminente entre los suyos: a los 24 a?os, se convierte en el s¨¦ptimo tenista que ha ganado los cuatro grandes.
El encuentro nace entre se?ales que hablan de la batalla que viene. Est¨¢n los cazas rompiendo a toda velocidad las nubes. Est¨¢ sonando en el calentamiento Born to be wild (Nacido para ser salvaje). Est¨¢ tambi¨¦n la amenaza chispeante de las valquirias de Wagner y el drag¨®n serigrafiado en la camiseta con la que Djokovic juega desde el principio el partido. El serbio, sin embargo, no arranca escupiendo fuego y chispas, no ense?a garras y b¨ªfida lengua, sino que m¨¢s bien parece una ligera lagartija. El n¨²mero dos deja escenas preocupantes: una y otra vez, tras cada punto, se acuclilla como si tuviera agujetas o estuviera dolorido en los isquios. Pierde una pelota y se golpea con violencia la planta de ambas zapatillas. Cede un break, el segundo de la primera manga, tras recuperar el primero, y chilla, grita y revienta la raqueta contra el cemento, trozos de pl¨¢stico por los aires, astillas como l¨¢grimas golpeando al suelo, al tenista y a sus dedos.
Nadal lo observa todo cejijunto. Para ¨¦l pudo ser la se?al que indicara que hab¨ªa llegado el momento de dominar abrumadoramente el partido. Fue, sin embargo, el inicio de su propio suplicio. La final no se jug¨® con raqueta. Se disput¨® con el coraz¨®n y las entra?as, m¨¢s que contra el rival, contra uno mismo. Los dos rivales compitieron encogidos, presas de los nervios, prisioneros de la historia. Nadal, perdid¨ªsimo con el rev¨¦s, sali¨® reforzado de ese duelo, pero solo despu¨¦s de pasar grandes sufrimientos.
Para empezar, el espa?ol, vestido de negro, grit¨®n en el pasillo ("?Vamos, vamos!") se encontr¨® 4-1 abajo en el segundo set. Perdi¨® nueve puntos seguidos. No encontr¨® soluciones. Y fue desbordado, perdedor en el contraste de estilos. Nadal quer¨ªa mover de una esquina a otra a Djokovic, desequilibrarle para que no golpeara con los pies bien plantados en el suelo, convertirle en un parabrisas. Djokovic quer¨ªa que Nadal persiguiera al tiempo, que deseara m¨¢s segundos, m¨¢s minutos, un respiro, y por eso atacaba y atacaba, sin entrar en peloteos, rob¨¢ndole cent¨¦simas al cron¨®metro. Del contraste de estilos, tensi¨®n m¨¢xima en la pista, el padre de Djokovic vestido con una camiseta de su hijo y la grada disparada en gritos y chillidos ("Idemo Nole!"; "?Vamos Rafa!"), result¨® un partido vibrante en las alternativas, emocionante por su significado y luchado palmo a palmo, sin concesiones ni dudas.
No dud¨® Nadal por tener los pies carcomidos por las ampollas, rojos de Betadine. No dud¨® Djokovic por haberse vaciado durante tres horas y 44 minutos en semifinales y contra Roger Federer. Y no dud¨® Nadal bajo el fr¨ªo de la noche, seg¨²n iba perdiendo puntos de rotura (6 de 26), o cuando golpe¨® las cuerdas de su raqueta, fideos contra su pu?o de gigante, disgustado por haber perdido un punto.
La gente asisti¨® a esa lucha de voluntades con entusiasmo. Evacuado del estadio por la lluvia y el peligro de los rayos, hubo pitos, lanzamientos de vasos y llamadas a la polic¨ªa, porque hab¨ªa quien tem¨ªa un desastre ante tanta aglomeraci¨®n en tan poco espacio. Nadie, sin embargo, quiso irse. Nadie cedi¨® al agua, al futuro atasco de salida, a la posibilidad de que la final se reanudara otro d¨ªa. Nadie, y hab¨ªa 23.771 personas, quiso abandonar el Corona Park, homenaje a los tenistas, resumen de lo que ocurri¨® sobre la pista: a los 24 a?os, Rafael Nadal gan¨® su noveno grande, se asegur¨® ser el tenista m¨¢s joven en completar la colecci¨®n de los cuatro torneos que forman el Grand Slam en la Era Abierta, y rindi¨® el mejor tributo a su estajanovista capacidad de trabajo. El n¨²mero uno lleg¨® a Nueva York dudando de su saque y de su rev¨¦s, presionado por el peso de la p¨²rpura y de la historia. Deb¨ªa lograr ganar consecutivamente sobre la tierra de Roland Garros, la hierba de Wimbledon y el cemento del Abierto de Estados Unidos, lo que nadie hab¨ªa conseguido nunca. A la vuelta de 16 d¨ªas, el espa?ol dej¨® la ciudad que nunca duerme mecido en el m¨¢s agradable de los sue?os: campe¨®n, mito y ya leyenda.
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