Contador descubre la Vend¨¦e amarga
Atrapado en una ca¨ªda colectiva, el espa?ol pierde 1m 14s ante Andy Schleck y dem¨¢s favoritos
La Vend¨¦e apacible, buc¨®lica, pastoril, al atardecer de un d¨ªa c¨¢lido de julio, campos reci¨¦n segados, ternerillos mugientes en los prados sesteando, es una enga?ifa. La verdadera Vend¨¦e, lo descubri¨® r¨¢pido Contador, reci¨¦n desembarcado hace unos d¨ªas en el aeropuerto de Nantes, es amarga, traicionera. Dura como es la vida en el campo, en la que la supervivencia cotidiana acaba siendo un milagro. Tierra de presagios, de memorias de hechos oscuros que revivieron ayer al atardecer, al pie del monte de las Alondras, donde cay¨® medio pelot¨®n y al campe¨®n de Pinto, atrapado entre hierros, le conden¨® a perder 1m 14s con todos aquellos con los que pelear¨¢ por la victoria del Tour (tres segundos m¨¢s, incluso, con Evans, que aceler¨® en la ¨²ltima curva). Seguramente, en la contrarreloj por equipos (su Saxo, ¨²ltimo en Mont des Alouettes, saldr¨¢ el primero, sin referencias), las p¨¦rdidas crezcan.
Una foto gigante de Contador vestido de amarillo figuraba en todos los p¨®sters, carteles y pancartas con los que el Consejo General de la Vend¨¦e, la regi¨®n en que se disputan las dos primeras etapas del Tour, quiso desde hace meses anunciar el evento, caldear el ambiente. Hace tres meses, sin embargo, la foto fue sustituida por la de un ciclista de la regi¨®n, un ciclista chiquitito y pele¨®n llamado Thomas Voeckler que, aparte de encarnar los valores espirituales de tanto campesino y de vestir el maillot de l¨ªder del Tour unos d¨ªas hace unos a?os, es tambi¨¦n el corredor m¨¢s conocido del Europcar, un equipo financiado por la regi¨®n y dirigido por Jean Ren¨¦ Bernaudeau, uno que no ha ocultado cu¨¢nto le molesta que Contador corra el Tour, su Tour. En las puertas del pasaje del Gois, en el podio de firmas de la salida de la etapa, Daniel Mangeas, el inmortal speaker, vocea y exclama los nombres de los corredores en crescendos dram¨¢ticos, explosivos, pero cuando llega al estrado precisamente Contador, baja la voz, le deja firmar en silencio, y solo recuerda que est¨¢ all¨ª cuando desciende, an¨®nimo, invisible, las escaleras, con lo que le ahorra un temido abucheo o le roba unos animosos aplausos, qui¨¦n sabe.
La Vend¨¦e no hace regalos. Cuando, a nueve kil¨®metros de la meta, el kazajo Iglinsky, que intentaba adelantar por la derecha a un pelot¨®n que viajaba en bola, se llev¨® por delante a un espectador despistado y vestido de amarillo y provoc¨® una ca¨ªda que cort¨® el pelot¨®n en dos (80 delante, m¨¢s de 100 detr¨¢s. Contador, desafortunado, detr¨¢s; los dem¨¢s importantes, delante), el primer equipo que empez¨® a acelerar para evitar la fusi¨®n fue, por supuesto, el Europcar de Voeckler y Bernaudeau. Y animados por ellos (cu¨¢nta marcha, oh, cu¨¢n lejos est¨¢ el esp¨ªritu de Stockeu, aquel d¨ªa del Tour de 2010 en el que los de delante pararon despu¨¦s de una ca¨ªda porque detr¨¢s estaban los Schlecks: el esp¨ªritu quiz¨¢s muri¨® en el puerto de Bal¨¨s, en el ataque de la cadena), que no esperaban nada m¨¢s que la posibilidad de hacer da?o, se sumaron con fricci¨®n al juego de la aceleraci¨®n los RadioShack del antiguo jefe de Contador, Bruyneel, y los BMC de Evans. En pocos kil¨®metros, el retraso de Contador, a quien acompa?¨® en el sentimiento el otro espa?ol con intenciones, Samuel S¨¢nchez y de quien tiraban como pod¨ªan Tossato y Porte, subi¨® a 40s. Y en el repecho final, en los dos kil¨®metros de subida al monte, tendidos pero duros, cuando las grandes cilindradas, encabezadas por el incre¨ªble Gilbert, que parece carburar con gas mostaza, qu¨¦ potencia, c¨®mo jug¨® con el coloso Cancellara, c¨®mo dej¨® clavados a Rojas, que iba pegado a su rueda y acab¨® cuarto, y a Hushovd, empezaron a acelerar, la diferencia se dobl¨®. El primer maillot amarillo del Tour, que, previsor, ya se hab¨ªa te?ido antes de platino para estar m¨¢s a juego, de abril a aqu¨ª ha ganado todas las grandes cl¨¢sicas, la Vuelta a B¨¦lgica y el campeonato, y alguna vuelta m¨¢s.
Ni Contador ni Samuel, mirada baja, hombros ca¨ªdos, parecieron con ¨¢nimos de ponerse de pie sobre la bici y morir en el intento de recortar el m¨¢ximo tiempo posible. Al rev¨¦s, se encontraron en su camino con los restos de otra ca¨ªda acaecida a dos kil¨®metros de la llegada (Basso, Andy, Gesink, Leipheimer entre los implicados), gente sin prisa pues al haber sucedido su mal a menos de tres kil¨®metros de la llegada les daban el tiempo de los primeros, y a su ritmo cansino terminaron la etapa, la primera, la que marcar¨¢ el resto del Tour de una manera nunca vivida por Contador. Y ma?ana seguimos en Vend¨¦e.
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