El pueblo del estadio gigante
Brejinho, con 3.000 habitantes, construy¨® un estadio para 10.000 personas. Nadie lo cuestion¨® Es una de las historias que narra Alex Bellos, excorresponsal de ¡®The Guardian¡¯ en Brasil Su libro ¡®Futebol¡¯ (Ariel, 2014) retrata un pa¨ªs atado a una pasi¨®n

Brejinho se encuentra a 450 kil¨®metros de la costa. Cuando llueve, es posible ganarse la vida plantando arroz, alubias y ma¨ªz. Cuando no (y eso es muy a menudo) la gente pasa hambre. En 1993 Brejinho sufri¨® la peor sequ¨ªa que se recuerda. Sin cosechas, las familias se vieron obligadas a comer cactus. Se buscaron medidas desesperadas para evitar la inanici¨®n. En escenas que recordaban las hambrunas africanas, se enviaron a la ciudad contenedores de cereales. Y sin embargo, pese a estas dificultades, 1993 fue especial: comenzaron las obras del Gran Tony, el proyecto m¨¢s costoso de la historia de la ciudad.
?Brejinho tiene una poblaci¨®n de 3.000 habitantes. Unos 4.000 m¨¢s viven dispersos por sus alrededores. Su estadio se plane¨® para una capacidad de 10.000 personas. ¡°?Cree que Brejinho mantendr¨¢ la poblaci¨®n actual?¡±, pregunta Jo?o Pedro, el alcalde que lo construy¨®. ¡°No hice algo para el presente. Hice algo que durara mucho tiempo. El pueblo quer¨ªa un estadio m¨¢s que ninguna otra cosa. Les promet¨ª que un d¨ªa les construir¨ªa un estadio, y lo hice".
Estoy conversando con Jo?o Pedro mientras ¨¦l se balancea suavemente en su mecedora, bajo un casta?o, en el porche de su casa. Habla en voz baja y ronca, y unas gafas de sol oscurecen sus ojos. Su cabello, muy corto y canoso, y su amplio bigote le dan el aspecto de un militar retirado.
La inauguraci¨®n del estadio fue el punto ¨¢lgido de la vida p¨²blica de Jo?o Pedro. La recuerda v¨ªvidamente. Hicieron acto de presencia la m¨¢xima autoridad pol¨ªtica estatal y el presidente de la compa?¨ªa el¨¦ctrica de Recife, capital del Estado. ¡°Me conmovi¨® que acudiera tanta gente. Y a todos los que lo vieron les gust¨®¡±, dice. Los dignatarios disfrutaron de una gran barbacoa. Se sacrific¨® un buey especialmente para ella.
Me dirijo hacia el estadio, bautizado con el nombre del fallecido yerno de Pedro, doctor Ant?nio Alves de Lima, lo que le vale el apodo de Tonh?o, el Gran Tony. Brejinho es una sencilla ciudad de calles empedradas rodeada de colinas salpicadas de cactus y gigantescas rocas. La primera vez que veo el estadio Gran Tony me quedo estupefacto mir¨¢ndolo: pintado de blanco, parece un transatl¨¢ntico varado en un lago seco.
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El estadio resplandece con el boato de la sofisticaci¨®n deportiva. Un muro de tres metros de altura, pintado de blanco, delimita el recinto. Tiene cuatro taquillas de venta de entradas y tres vestuarios separados: el de locales, el de visitantes y el de los ¨¢rbitros. El campo de juego es de medidas profesionales y posee la ¨²nica hierba verde en decenas de kil¨®metros a la redonda. Se ha construido un bar curvado en la propia estructura. Hay grandes focos, gradas e incluso una zona cubierta de cemento para los comentaristas de radio.
Entro y me siento en las gradas con Jo?o Vilarim, secretario de Deporte de Brejinho, un puesto que me sorprende en un lugar tan peque?o y pobre. Durante unos minutos miramos un peloteo entre adolescentes del lugar. Luego me dice: ¡°Sol¨ªamos avergonzarnos por no tener un estadio en condiciones: todo pueblo debe tener uno. Lo pedimos una y otra vez, hasta que finalmente el alcalde recapacit¨®¡±.
Durante la d¨¦cada de 1970, la dictadura militar orden¨® construir grandes estadios en muchas de las grandes ciudades de Brasil, en una medida populista que hizo aumentar el orgullo nacional y local. Hacia 1978, seg¨²n el Libro Guinness de los R¨¦cords, Brasil pose¨ªa 27 estadios con una capacidad de al menos 45.000 personas y cinco con una de m¨¢s de 100.000: m¨¢s estadios gigantes que ninguna otra naci¨®n en que se jugara a f¨²tbol.
A los habitantes de Brejinho les gusta esto de ser una ciudad peque?a con un gran estadio. No se quejan, por ejemplo, de que la ciudad no posea un mercado municipal, un proyecto que atraer¨ªa el comercio y aliviar¨ªa las inclemencias cotidianas. Para los del lugar, Jo?o Pedro acert¨® con sus prioridades. La enorme suma de dinero estuvo bien gastada. La joven ciudad (se fund¨® en 1963) necesitaba reafirmar su existencia mediante un templo futbol¨ªstico.
Nadie parece querer resaltar que las taquillas solo se han empleado una vez desde la inauguraci¨®n, que el puesto de comentaristas de radio suele ocuparse una sola vez al a?o o que los focos tienen tanta potencia como una linterna a pilas. Tampoco nadie cuestiona la l¨®gica del muro que rodea el campo. Los miles de ladrillos y bloques de hormig¨®n empleados se llevaron la parte del le¨®n del presupuesto. As¨ª pues, si todos los partidos, excepto uno, han sido gratuitos, ?qu¨¦ l¨®gica hay en querer mantener a la gente fuera? Jo?o Pedro me responde: ¡°?Acaso no tienen muros todos los estadios?¡±.
En la panader¨ªa situada frente a la casa de Jo?o Pedro, el dependiente se muestra de acuerdo: ¡°Un estadio sin muros ser¨ªa realmente feo y extra?o. No ser¨ªa un verdadero estadio¡±.
Aqu¨ª las elecciones no se ganan solo mediante comida y empleo. Como legado definitorio de su paso por la alcald¨ªa, Jo?o Pedro ayud¨® al ¨¦xito electoral de su otro yerno. Jos¨¦ Vanderlei fue el ¨²nico candidato a alcalde de todo Pernambuco que, en 2000, no tuvo contrincante.
Vanderlei vive en una casa de nueva construcci¨®n en la zona m¨¢s alta de la ciudad. Parece menos amenazador y autoritario que su suegro. Cuando habla, sus ojos negros, su frente arrugada y sus facciones regordetas a menudo forman una insolente sonrisa.
¡°Hay quien dice que deber¨ªamos haber construido un mercado municipal en su lugar. Pero un pol¨ªtico se debe a las exigencias del pueblo. No hacemos lo que nosotros queremos. Hacemos cosas para la gente. La misma persona que quiere el mercado municipal, tras el mercado quiere instalaciones de ocio. El f¨²tbol aqu¨ª es importante, como en todo el mundo. El estadio une a la gente¡±.
Sol¨ªamos avergonzarnos por no tener un estadio en condiciones: todo pueblo debe tener uno
Defiende el gasto econ¨®mico de Jo?o Pedro argumentando que al menos demuestra que el exalcalde no se lo qued¨® para s¨ª mismo. ¡°De acuerdo, gastamos 50.000 libras. Otro alcalde no habr¨ªa hecho nada y las 50.000 libras habr¨ªan desaparecido¡±.
En su programa electoral, Vanderlei prometi¨® acabar el estadio seg¨²n el dise?o original. Quiere completar la capacidad de las gradas, actualmente de 3.000, a 10.000 personas; construir un pozo artesiano para regar el c¨¦sped e instalar una valla alrededor del campo de juego para que no sea posible invadirlo. El coste total rondar¨¢ las 30.000 libras. ¡°Ponga por ejemplo su casa¡±, dice. ¡°?No quiere siempre hacer mejoras en ella?¡±.
En el momento de la inauguraci¨®n del estadio, Brejinho ten¨ªa dos clubes de f¨²tbol. El Centro Esportivo Brejinho United, conocido por sus iniciales, CEUB, con respaldo financiero de la alcald¨ªa, y por tanto equipo oficial de la ciudad, y su rival, Juventus, bautizado en honor al equipo de Tur¨ªn, dirigido por el exjugador (desafecto) del CEUB Arlindo Formiga. Arlindo posee el ¨²nico local nocturno de Brejinho, el Night Commotion. Es el creador de la discoteca. Todas las semanas conduce diez kil¨®metros hasta una tienda de m¨²sica en la ciudad m¨¢s cercana para alquilar veinte CD (la mayor¨ªa, m¨²sica folcl¨®rica regional) por 35 peniques cada uno. Los viernes y domingos, ¨²nicas noches en que el Night Commotion abre, pincha todo el tiempo.
A cien metros de la mecedora de Jo?o Pedro, en la misma calle, vive Arlindo. Cuando llego me mira receloso. Ha pasado la ma?ana cazando aves ex¨®ticas y cree que vengo a arrestarlo.
Ya fuese por un sentido innato de c¨®mo motivar a la gente, por su rivalidad contra el CEUB o sencillamente por pasi¨®n por el f¨²tbol, lo cierto es que Arlindo ha convertido el Juventus en una poderosa fuerza a escala local. El equipo fue ¨²nico en la ciudad por poseer un club de hinchas organizado. Por un tiempo, el Juventus fue el club m¨¢s popular de Brejinho.
¡°Nuestro equipo se llama Juventus porque hicimos una votaci¨®n y gan¨® Juventus sobre Arsenal¡±, me cuenta Arlindo. Me ense?a estandartes de color azul y blanco con lemas como ¡°Juventos-El m¨¢s amado¡± o ¡°Juventos-Animal¡±. Su ortograf¨ªa no es mucho mejor que su sentido crom¨¢tico: el Juventus de Tur¨ªn lleva los colores blanco y negro. Pregunto a Arlindo por qu¨¦ escogi¨® estos colores. ¡°?No juega con estos colores el Juventus de Tur¨ªn?¡±, responde, confundido.
A fin de aumentar el glamur del Juventus, pint¨® ¡°Coca-Cola¡± en la parte frontal de sus camisetas, no porque hubiera ning¨²n patrocinio financiero (nunca ocurrir¨ªa en Brejinho), sino porque la compa?¨ªa de refrescos patrocinaba a la selecci¨®n nacional. El Gran Tony habr¨ªa sido el escenario ideal para un enfrentamiento entre el CEUB y el Juventus. Cuando me dice que eso nunca ha ocurrido, me quedo at¨®nito. ¡°No s¨¦ c¨®mo es por dentro¡±, me dice Arlindo.
Arlindo, de 52 a?os, sol¨ªa ser edil. No se hizo ning¨²n favor a s¨ª mismo al enemistarse con Jo?o Pedro, un pol¨ªtico que, en la vieja tradici¨®n de la pol¨ªtica rural, gobernaba con mano de hierro contra los disidentes. ¡°Jo?o Pedro pidi¨® a un primo m¨ªo que me dijera que estaba vetado. Quien se le opone nunca juega en el Gran Tony¡±. ?D¨®nde jugaba el Juventus? Durante algunos a?os el equipo se las apa?¨® con un descampado frente al nuevo estadio, al otro lado de la carretera que atraviesa el pueblo. Los dos equipos de Brejinho solo se enfrentaban en torneos fuera de casa. Luego, en 1999, el due?o del terreno vendi¨® el descampado y el Juventus dej¨® de existir. Arlindo vendi¨® las porter¨ªas, las redes, los banquillos, cuatro juegos de camisetas, doce pares de botas y dos pelotas.
Futebol, de Alex Bellos, lo publica Ariel el 4 de marzo. 384 p¨¢ginas.
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