Ganar es lo ¨²nico
En los a?os finales de los 80, el periodista Marcelo Araujo comenz¨® a ganarse un espacio importante dentro de los narradores del f¨²tbol argentino, primero en la radio, despu¨¦s en televisi¨®n, donde rein¨® durante dos largas d¨¦cadas. Su lugarteniente durante buena parte de ese reinado fue su colega Fernando Niembro, quien sigue ejerciendo sus funciones y es al mismo tiempo vocero del PRO, la formaci¨®n pol¨ªtica que lidera Mauricio Macri ¨Cex presidente del Boca Juniors- y que aspira a ganar las elecciones presidenciales de octubre pr¨®ximo. Por aquellos a?os y micr¨®fono en mano, Araujo y Niembro vociferaban sin ambages: ¡°Ganar no es lo importante. Es lo ¨²nico¡±, y abonaban la idea en cada frase, en cada an¨¢lisis.
Los clubes argentinos tienen algo en com¨²n: son incapaces de brindar seguridad sin distinci¨®n de clases
De alg¨²n modo deber¨ªan ser considerados como pioneros. Porque desde el f¨²tbol anticiparon lo que ocurrir¨ªa a partir de los 90, a partir de la llegada de Carlos Menem al poder, en el grueso de la sociedad argentina. El mensaje, expresado de m¨²ltiples maneras, se reprodujo hasta la saciedad, taladr¨® hasta lo inimaginable la mente de la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, afect¨® los m¨¢s elementales valores culturales y sociales, y traz¨® una raya indeleble: el mundo se dividi¨® desde entonces entre ganadores y perdedores, y en la misma medida que todo vale para pertenecer al grupo victorioso, resulta insoportable aceptar la frustraci¨®n de no lograrlo.
Por pura l¨®gica de una competitividad que forma parte de su ser, el deporte en general, y el f¨²tbol en especial se convirtieron entonces en el ¨¢mbito perfecto para expresar esa ambici¨®n y para soltar la furia si ella no queda satisfecha. Perder dej¨® de ser una de las posibilidades del juego para transformarse en un verbo prohibido, y la humillaci¨®n al derrotado se hizo h¨¢bito. Bajo el manto de un folclore malentendido, se pas¨® de la broma m¨¢s o menos inocente entre amigos con la excusa de un resultado deportivo a los afiches pseudograciosos en las calles primero, y en las redes a partir de la irrupci¨®n de internet despu¨¦s; de all¨ª a los cotillones de dudoso gustoso en los estadios; y de ah¨ª a la acci¨®n directa. Se trata, seg¨²n el caso, de convertir el triunfo en un juego en carta de superioridad sobre el otro; o de evitar, deslegitimar o ensuciar la eventual victoria del rival.
Y nadie, o casi nadie, ha quedado exento de semejante descalabro. En el armado de este escenario de horrores han participado y participan todos. Desde los dirigentes ¨Cpol¨ªticos y deportivos- que pactan con las barras bravas para acumular poder ¨Co no perderlo- al periodismo que lleva d¨¦cadas alentando alguna forma de violencia entre ganadores y perdedores con sus titulares ofensivos y sus discursos beligerantes. Desde los que ejecutan barbaridades como la ocurrida el pasado jueves durante el Boca-River de Copa Libertadores a los hinchas que las acompa?an, comprenden o justifican y que son amplia, muy amplia mayor¨ªa. Desde el juez que retrasa la firma de una sentencia por indemnizaci¨®n para no perjudicar las arcas del club del cual es hincha al polic¨ªa que se ausenta sospechosamente de una ¡°zona caliente¡± para permitir el libre movimiento de ¡°los malos de la pel¨ªcula¡±. Desde los jugadores que se mofan de sus adversarios derrotados a trav¨¦s de fotograf¨ªas humillantes a los entrenadores que quieren continuar un partido que est¨¢n perdiendo aunque el mundo se est¨¦ cayendo a su alrededor. Nadie sabe ganar. Nadie soporta perder.
Este fin de semana no ha habido f¨²tbol en la Argentina por un hecho que nada tiene que ver con el gas lanzado sobre los jugadores del River. Se suspendi¨® como homenaje a Emanuel Ortega, un jugador de 20 a?os de un club de la cuarta categor¨ªa que muri¨® tras dar su cabeza contra el muro que sostiene el alambrado del estadio. El muro no guarda la distancia reglamentaria que debe haber desde la l¨ªnea de banda.
El hecho demostr¨® que los clubes argentinos tienen algo en com¨²n: son incapaces de brindar seguridad sin distinci¨®n de clases. Pero la conmoci¨®n de la noticia apenas tuvo 20 horas de vigencia. Las transcurridas hasta que estall¨® el gas en La Bombonera. Entonces pas¨® al olvido, sepultada por la pol¨¦mica, el reparto de responsabilidades, la sanci¨®n light que la CONMEBOL aplic¨® al Boca Juniors, la incapacidad de aceptar una derrota, la ineptitud para disfrutar un triunfo¡
Tampoco se pod¨ªa esperar otra cosa. En definitiva, Emanuel Ortega no es otra cosa que un perdedor m¨¢s en esta guerra donde, como dec¨ªan los pioneros Araujo y Niembro all¨¢ en los 80, ¡°ganar es lo ¨²nico¡±.
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