Dios o muerto
La banda es el apeadero criminal de donde s¨®lo se sale de dos maneras. Cerca de ese lugar recibi¨® Messi el bal¨®n para elaborar el primer gol
Encerrado en la banda por tres defensas del Athletic como King Kong, a punto de ser paseado en jaula para asombro de la civilizaci¨®n, Lionel Messi se vio en el minuto 19 como uno de esos h¨¦roes cansados que echan de menos el ruido de las casas de Lavalleja en el barrio La Bajada de Rosario, los recados con un bal¨®n hecho de medias para entretenerse por el camino y aquellas pachanguitas en las que le romp¨ªan las piernas chicos de 18 a?os porque ¨¦l, que ten¨ªa 9, los pon¨ªa a bailar a todos alrededor de un palo. La banda es el apeadero criminal en el que se dan los mejores regates y las patadas m¨¢s salvajes, de donde s¨®lo se sale Dios o muerto. En esa banda del Camp Nou un d¨ªa Roberto Carlos, nada m¨¢s empezar el partido, levant¨® tres metros a Luis Figo, que cuando aterriz¨® en el campo ya era del Madrid para los restos.
Cerca de ese lugar recibi¨® el s¨¢bado Messi el bal¨®n, pero m¨¢s atr¨¢s, en una zona aburrida del campo. A Messi se le puso delante Balenziaga sin saber Balenziaga que ¨¦l, por delante de diez hombres, era el ¨²nico resto de la muralla que le quedaba por descomponer al 10. Lo picote¨® como el P¨¢jaro Loco y al arrancar prefiri¨® meterse en el callej¨®n de las farolas rotas antes que en campo abierto. La opci¨®n f¨¢cil era buscar asociaciones, poder regatear a izquierda o derecha, echar a andar al equipo. La otra, verse rodeado de defensas sin esa mala verja de las pel¨ªculas, con la peste a gol filtr¨¢ndose por el estadio, era el turno de oficio. S¨®lo hay que ver la cara de p¨¢nico con que los tres defensores arrinconan a Messi en una esquina de la banda a 60 metros de la porter¨ªa para saber que un segundo antes, cuando dej¨® atr¨¢s a Balenziaga, Messi ya hab¨ªa dejado atr¨¢s al portero.
La velocidad en el f¨²tbol es un virtud elegante que Zidane amansaba. Era tan r¨¢pido pensando que no daba tiempo a saber lo que ya estaba haciendo, despac¨ªsimo, con el bal¨®n. Messi desprecia el tiempo que perd¨ªa Zidane con la cabeza y lo pone al servicio de las piernas. No hay nada aristocr¨¢tico en su f¨²tbol: es el Julien Sorel que llega a la clase alta y la pone patas arriba porque inventa unas leyes nuevas. Messi piensa las jugadas en alg¨²n momento de su vida y en el campo las ejecuta como quien recuerda un sue?o. Lo que hizo en la final al superar a su marcador fue encadenarse y tirarse al pozo de agua como Houdini no para que le resultase m¨¢s dif¨ªcil, sino porque lo hizo tantas veces que la magia que el mundo ve Messi ya no es capaz de apreciarla. Empieza a haber algo de nostalgia en esas jugadas suyas. Es como si en cada una terminase de vomitar a Maradona y empezase a aparecer ¨¦l.
Con esos tres hombres hizo un ovillo de lana y se fue golpeando una pelota con la zurda y otra con la derecha. Dej¨® caer el cuerpo a la banda para llevarse con ¨¦l al primero, poniendo a la gravedad de su parte, y dej¨® al otro lado una pierna colgando. Desechado el rival, le ense?¨® la pelota al segundo, que supo un segundo antes que Messi lo que le iba a hacer. Descompuesto, abri¨® las piernas y se encomend¨® a los dioses para que a Messi lo parase un infarto. El argentino se filtr¨® invisible y fue hacia la porter¨ªa mientras todo el mundo, incluido el defensa, sab¨ªa lo que iba a pasar. Como Messi no ten¨ªa ni idea, le enga?¨®. El ni?o volvi¨® a olvidar cambiar la moneda de mano. Hasta el portero, que debi¨® de pensar que Messi era demasiado grande para optar por el palo f¨¢cil, dej¨® unos pocos cent¨ªmetros en deferencia a su genio. No hubo tal. El jugador m¨¢s previsible del mundo hizo lo que se esperaba. Tard¨® trece segundos en romper la red desde que recibi¨® el bal¨®n. Improvis¨® otra vez planos viejos. Y volvi¨® otra vez a hacerlos ¨²nicos.
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