Padrinos
Hubo un tiempo donde los cul¨¦s acud¨ªamos enlutados de casa a la disputa de los duelos frente al Madrid, con el ata¨²d barnizado y la banda de m¨²sica acompasando la procesi¨®n a paso lento, doloso, como en la primera escena de El Padrino II. Nos sent¨¢bamos en una banqueta de cualquier bar, cuando en los bares hab¨ªa banquetas y el camarero solo trataba de usted a su madre, entrelaz¨¢bamos los dedos con fe y al primer disparo de Hugo S¨¢nchez o de Butrague?o, ya nos est¨¢bamos tirando al suelo o escondi¨¦ndonos bajo la mesa, como si aquel bal¨®n hubiese abatido a Paolo, el primog¨¦nito de los Andolini que hab¨ªa jurado vendettacontra Don Ciccio.
Por explotar m¨¢s el s¨ªmil, la sola presencia de aquel rival orgulloso y poderoso me resultaba tan imponente como la imagen de Don Fanucci, el miembro de la Mano Negra que se pasea por la recreada Little Italy de la pel¨ªcula con un traje blanco impoluto, gorro de ala ancha, el abrigo de mil rayas sobre los hombros y un mostacho viril y siniestro, un poco como Stielike pero en mafioso elegante, siempre pendiente de imponer su autoridad y cobrar el pizzo.
Afortunadamente para nuestros intereses, los de la fiel parroquia blaugrana y asociados, se entiende, las cosas han cambiado tanto en los ¨²ltimos tiempos que ahora es el aficionado madridista el que se aproxima a los Cl¨¢sicos con el mayor de los respetos, con toda la humildad. No hasta el punto de besar la mano del rival y solicitar favores el d¨ªa de la boda de su hija, por supuesto, pero s¨ª con el l¨®gico y digno temor a que cualquier ofensa mal entendida pueda terminar en otra sangr¨ªa de goles como sucedi¨® no hace tantos meses en el mism¨ªsimo Santiago Bernab¨¦u. ¡°Procura vivir no para convertirte en un h¨¦roe, Michael, sino para conservar tu vida¡±, recomienda Don Vito a su hijo cuando regresa de Sicilia.
En el plano futbol¨ªstico, el partido se presenta m¨¢s parejo de lo que la clasificaci¨®n y la trayectoria de los contendientes sugieren, salvo por la diferencia evidente y sustancial que implica ver a Leo Messi en un bando y no en el otro. Cualquier an¨¢lisis previo, cualquier intento de anticipar un desenlace final, me resultan pura ciencia ficci¨®n, pura ¨ªnfula y ganas de quedar retratado en cuanto el colegiado pite el final. Si algo han demostrado este tipo de duelos es que no siempre el guapo besa a la chica y se escapa con el bot¨ªn.
A¨²n recuerdo aquella Pascua en que mi padrino prometi¨® que nunca me faltar¨ªa el rosc¨®n que se regala por estos lares a los ahijados mientras el Madrid fuese el mejor del mundo, a modo de lazo eterno. Fue una suerte que por entonces ya hubiese recibido mi primera comuni¨®n o quiz¨¢s nunca hubiese tenido un reloj. Ahora, cruel destino, ni siquiera lo llamo Padrino.
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