Valer¨®n, lo bueno de ser bueno
El canario ha sido un futbolista extraordinario no solo por sus condiciones t¨¦cnicas, sino porque ha sido un jugador de una generosidad fuera de lo com¨²n
La bondad est¨¢ hundida en el desprestigio. Hasta se ha extendido el t¨¦rmino buenismo para usar como descalificaci¨®n lapidaria. Tanto m¨¢s en el f¨²tbol, ese territorio -como la guerra, los negocios o el amor- donde prevalece la idea de que todo vale para perseguir la victoria. En el f¨²tbol ser bueno es ser un flojo, un tipo que no est¨¢ preparado para competir.
Juan Carlos Valer¨®n, uno de los mejores futbolistas espa?oles del cambio de siglo, ha vivido bajo esa sospecha. Se dec¨ªa que le faltaba car¨¢cter. Cuando el lenguaje futbol¨ªstico a¨²n estaba sin desbravar, se hubiese dicho directamente que le faltaban huevos. El Flaco parec¨ªa a veces como un pacifista que repartiera flores en medio de un bombardeo. En 2002, en la cumbre de su carrera con el Deportivo, sufri¨® una de las graves lesiones que, pese todo, nunca han podido con ¨¦l. Jugaba en Riazor contra el Valladolid y estaba ofreciendo un recital. En el descanso, entr¨® un jugador nuevo del equipo visitante, Pe?a, que de inmediato se peg¨® a Valer¨®n. En cuanto este toc¨® la primera pelota, lo caz¨® con una entrada escalofriante. Le rompi¨® el peron¨¦. Valer¨®n no fue m¨¢s all¨¢ de decir que eran "cosas del f¨²tbol" y disculp¨® a Pe?a, acribillado a cr¨ªticas: "Es que ¨¦l tambi¨¦n lo est¨¢ pasando mal".
?As¨ª ha sido siempre El Flaco, un bonzo bondadoso hasta con los que le pegan. Y por eso se le ve¨ªa como un futbolista muy bueno pero como un hombre demasiado bueno para ser futbolista. Los prejuicios pesaban tanto que no permit¨ªan apreciar que las cosas eran exactamente al rev¨¦s: que Valer¨®n ha sido un futbolista extraordinario no solo por sus condiciones t¨¦cnicas, sino porque ha sido un futbolista de una generosidad fuera de lo com¨²n. Todo lo que ha hecho se guiaba por el ¨²nico prop¨®sito de mejorar el juego colectivo. Su c¨®digo futbol¨ªstico no le ha permitido la menor concesi¨®n al ego. Nadie podr¨¢ decir que le ha visto un peque?o artificio, alg¨²n adorno superfluo para embellecerse siquiera durante unos segundos. Lo suyo ha sido una mezcla de austeridad y lucidez.
De ese modo conquist¨® el toque ¨²nico de los que no solo juegan al f¨²tbol, lo propagan a su alrededor hasta lograr que todos los dem¨¢s sean mejores. Y de ese modo ha disfrutado como un chiquillo d¨¢ndole a la pelota casi hasta los 41 a?os.
Por todas estas razones, su f¨²tbol siempre ha desprendido naturalidad. Cada pase suyo no solo resultaba indiscutible, es que parec¨ªa obedecer a una necesidad. Despu¨¦s de verlo, uno pensaba que las leyes del juego exig¨ªan en ese momento ese pase justamente, solo ese y ning¨²n otro.
El Flaco, el presunto flojo, nos ha hecho el favor de aguantar dos d¨¦cadas en el f¨²tbol de ¨¦lite. Apur¨® hasta la ¨²ltima gota, disfrutando de momentos como el de la gran despedida que le tribut¨® el domingo la afici¨®n canaria o el de algunas semanas atr¨¢s en Riazor, con todo el estadio en pie para aclamarle cuando entr¨® al campo con la camiseta de Las Palmas. Los deportivistas tuvieron el privilegio de contemplar los mejores a?os de su carrera. Y se acostumbraron a apreciar que si Valer¨®n no fuese tan bueno nunca habr¨ªa sido tan bueno.
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