La buena mala suerte del Churu
El Atleti pidi¨® tirar segundo; al Madrid le toc¨® delante de su afici¨®n | Cristiano reclam¨® el ¨²ltimo tras decir que estaba ¡±muerto¡± | La intrahistoria de los penaltis de Mil¨¢n
-Churu, tienes que ganar el sorteo. ?Tenemos que tirar primero!
Sergio Ramos, Churu, mir¨® al grupo desperdigado por el c¨¦sped antes de la tanda de penaltis. Hab¨ªa marcado en dos finales de Champions: ahora se le ped¨ªa tambi¨¦n que ganase un sorteo. Fue hacia donde estaban Gabi y el ¨¢rbitro, y regres¨® con malas noticias:
-Hemos perdido el sorteo. ?Pero tiramos primero!
-?Y eso?
-Quieren tirar segundos. Y nos toca nuestra porter¨ªa, la de nuestra afici¨®n.
Los jugadores no se lo cre¨ªan. En el momento decisivo el Atleti hab¨ªa entregado al Madrid la pelota. Los rojiblancos?recordaban la eliminatoria contra el PSV, cuando los holandeses empezaron la tanda y terminaron perdiendo. Lo cierto es que un estudio de 2010 certific¨® que el que empieza tirando los penaltis gana el 60% de las veces. Eso puede importar poco, pero tiene un peso. Y sobre todo una condici¨®n: que se comience marcando.
Es una ventaja a veces ficticia; la utiliza Nadal para romper el saque y jugar todo el set con viento a favor. El PSV no fall¨® ese lanzamiento; en el Madrid cundi¨® la sensaci¨®n de que todo depend¨ªa de ese disparo. Contra el Bayern, en semifinales de 2012, fall¨® Cristiano Ronaldo, el mayor especialista del mundo. En esta ocasi¨®n levant¨® la mano un secundario.
-Quiero hacer algo importante -dijo Lucas V¨¢zquez. Varios jugadores se miraron. Cuando alguien habla as¨ª en los penaltis hay que dejarlo en paz. ¡°Que los tire todos¡±, dijo uno.
En el vestuario coinciden: el penalti de Lucas V¨¢zquez les hizo creer. Por tres razones que pusieron la moral a toda m¨¢quina. La primera, el gesto infantil de V¨¢zquez de hacer rodar la pelotita encima de un dedo como si fuese un globetrotter. ¡°Algunos no pod¨ªamos ni caminar, otros ni siquiera mirar. Y ese cabr¨®n va a tirar su penalti como un ni?o en un amistoso¡±, comenta un jugador. La segunda raz¨®n para creer fue que dispar¨® con la misma tranquilidad. De paso dej¨® la impresi¨®n de que Oblak no iba a tener su noche. Y s¨®lo despu¨¦s, con el gol, liber¨® los nervios, se dirigi¨® a la afici¨®n y se se?al¨® el escudo del Madrid. ¡°Lucas los puso como motos con ese gesto. La afici¨®n se volvi¨® loca; era el primer penalti y ya parec¨ªamos haber ganado¡±, cuentan en el club.
Tras recoger peticiones, David Bettoni, segundo de Zidane, hizo la lista: de primero V¨¢zquez. De segundo Marcelo. De tercero un cojo. Aquello era el Madrid en su m¨¢ximo esplendor. Cuando el papel empez¨® a correr por las manos de los jugadores uno se fue alarmado hacia Zidane.
-M¨ªster, ?no es mejor que empiecen los mejores tiradores? Tenemos que asegurar.
La reacci¨®n de Zidane fue una carcajada.
-?Y qui¨¦nes son los mejores? ?Me los dices t¨²? Si me los dices los pongo.
En los penaltis de 2012 Mourinho coloc¨® toda la dinamita de inicio: Cristiano, Kak¨¢ y Ramos. Fallaron los tres. ¡°No hay nada qu¨¦ hacer, no importa lo que hagas¡±, dijo despu¨¦s el entrenador. Esta vez el Madrid no ensay¨® los penaltis, ni pens¨® en llegar a la pr¨®rroga. Tampoco Zidane, que agot¨® los cambios antes y tuvo que mantener a Bale sin una pierna.
El Madrid pas¨® miedo al final. Hab¨ªa un equipo que ven¨ªa de empatar y otro que ven¨ªa de ser empatado a falta de diez minutos. Aquel palo, pero m¨¢s cruel, fue el que hundi¨® al Atl¨¦tico en Lisboa. Y pod¨ªa hundir ahora al Real Madrid.
Luis Llopis, el entrenador de porteros, hab¨ªa repasado v¨ªdeos de los lanzadores del Atleti
¡°Nosotros somos un equipo de velocistas, ellos de maratonianos. Cuando empataron empezamos a sufrir. Ellos ten¨ªan dos cambios para la pr¨®rroga y nosotros, por calambres, pod¨ªamos quedarnos con nueve. Se hab¨ªa roto Dani, se hab¨ªa roto Gareth. Pens¨¢bamos que si sacaban a Correa o un jugador de ese estilo, peque?o, r¨¢pido, nos mataban. Ya lo estaba haciendo Carrasco, fresqu¨ªsimo¡±, cuenta un t¨¦cnico.
Bale jug¨® veinte minutos arrastrando una pierna por el campo. Pidi¨® tirar el penalti. Dijo que ten¨ªa confianza: marcar¨ªa su gol, que se preocupasen los sanos de marcar el suyo. Tampoco pens¨® en la imagen que dio a millones de madridistas cuando se dirigi¨® al bal¨®n cojeando. Si todos los jugadores siempre dicen que jam¨¢s piensan en qu¨¦ ocurrir¨¢ si fallan su lanzamiento, en el caso de Bale no hay nada m¨¢s cierto.
Una persona s¨ª lo hizo. De ciencias, claro. El m¨¦dico del Madrid se dirigi¨® como un rayo al cuerpo t¨¦cnico:
-?Ad¨®nde va si est¨¢ cojo! ?No puede tirarlo!
Era la voz de la raz¨®n en medio de un grupo de iluminados que lo miraban como si estuviese loco. ¡°Dice que lo mete, para golpear vale¡±. ¡°?Pero est¨¢ roto, que alguien lo pare!¡±.
En ese escenario, con San Siro desbordado de gritos y nervios, s¨®lo un madridista parec¨ªa mantener la cordura. Si alguien se acercaba a ¨¦l pensando en que por fin hab¨ªa alguien cuerdo se lo encontraba hablando con Dios. Era Keylor Navas.
Luis Llopis, el entrenador de porteros, hab¨ªa repasado v¨ªdeos de los lanzadores del Atleti casi desde cadetes. Porcentajes de tiros a derecha e izquierda, por arriba y por abajo, fuertes y menos fuertes. Navas, arrodillado sobre el c¨¦sped, compart¨ªa esos secretos con Dios. Pero el Atleti los empez¨® a meter todos, uno a uno. Griezmann empez¨® como contra el PSV, por el mismo lado. Los dem¨¢s, para lo que es habitual en ellos, fueron cambi¨¢ndolos todos. Los t¨¦cnicos se dieron cuenta: ¡°?Los est¨¢n tirando al rev¨¦s!¡±.
Cuando Juanfran se fue a por el bal¨®n Navas pens¨® en que ya era tarde para cambiar: bastaba que lo hiciese para que Juanfran siguiese su gui¨®n, que era el mismo gui¨®n que ante el PSV y el gui¨®n que ten¨ªa apuntado Llopis y que sab¨ªa el propio Navas: ¡°A la derecha, pegado al palo¡±.
Juanfran lo ajust¨® a la madera de la derecha, Navas adivin¨® el tiro, el bal¨®n peg¨® en el poste. ¡°Si no lo falla ¨¦l, Keylor lo para¡±, dicen en el vestuario.
¡°Si no lo falla Juanfran, Keylor lo para¡±, dicen en el vestuario.
Antes de los penaltis, con medio planeta delante del televisor, un jugador hab¨ªa empezado a sincerarse. No uno cualquiera ni una confesi¨®n que se esperase de ¨¦l. Cristiano Ronaldo se acerc¨® a un grupo de compa?eros: ¡°Estoy muerto¡±, anunci¨®. ¡°No me van las piernas, no me van. Yo no estoy bien¡±. Los jugadores lo hab¨ªan notado en el campo: le faltaba punta de velocidad, entre otras cosas por ayudar en defensa. Pero no sab¨ªan si su estrella se refer¨ªa a que tampoco estaba bien de confianza. Cuando lleg¨® el papel de Bettoni varios ojos buscaron con aprensi¨®n a Cristiano Ronaldo en la lista: no apareci¨® hasta el ¨²ltimo lugar. El 7 se hab¨ªa reservado la bala de plata.
-?Pero t¨² est¨¢s bien o no?
-S¨ª para tirarlo. Estad tranquilos.
En p¨²blico CR se reserv¨® la segunda parte de la historia, el Ronaldo de siempre; la figura a la que se encomiendan todos. ¡°Es medio club¡±, zanja un directivo. Le dijo a Zidane en el campo que hab¨ªa tenido una visi¨®n, que iba a marcar el gol definitivo. F¨ªsicamente estaba muerto. En la segunda parte de la pr¨®rroga se hab¨ªa pegado una paliza descomunal en una carrera para parar un contragolpe de Atl¨¦tico. Y ah¨ª el cuerpo le dijo basta. La cabeza a¨²n no.
En Mosc¨², en la final de Champions de 2008 ante el Chelsea, Ronaldo acab¨® llorando despu¨¦s de fallar su penalti en la tanda. Esta vez tumb¨® al portero. No hizo paradinha, como en Rusia. Dispar¨® al mismo lado que eligieron sus compa?eros: la izquierda de Oblak.
-?Qui¨¦n iba a tirar el sexto? -le preguntaron a Pepe al salir del campo.
-Nadie. El que quisiese. No estaba apuntado, nadie lo sab¨ªa.
Con el gol de Cristiano, Zidane apret¨® un pu?ito y sonri¨®. A ¨¦l se abraz¨® Bettoni. En Cibeles un miembro de la plantilla le pregunt¨® si era mejor ganar la Champions como jugador o como entrenador. ¡°Como entrenador. Ni punto de comparaci¨®n¡±, dijo ri¨¦ndose. Es verdad que en su ¨²ltima final con la camiseta blanca, como record¨® Roberto Carlos en Mil¨¢n, s¨®lo tuvo que empujar el pase del brasile?o.
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