Contador cae, Cavendish gana
El corredor de la Isla de Man logra su vig¨¦simo s¨¦ptimo en el Tour y Contador sufre una dura ca¨ªda
Matteo Tosatto, viejo ciclista, gregario como los de antes, ha hecho de todo en el ciclismo y por su l¨ªder, por Alberto Contador, que le adora.
Le ha arropado para protegerle del viento, le ha prestado la bicicleta, la rueda, el aliento y el consejo, le ha empujado y le ha guiado haci¨¦ndole un hueco entre los m¨¢s brutos del pelot¨®n, que a su paso se convierten en s¨ªmbolos de gentileza, amabilidad hecha carne y maillot, y hasta ha sido capaz de meterse en la boca una zapatilla de ciclista sudada y rota y mantenerla ah¨ª, y pedalear al mismo tiempo mientras su jefe ca¨ªdo y ensangrentado se pon¨ªa una nueva sin bajarse de la bici, sin dejar de seguir adelante a la caza de un pelot¨®n que se dirige al sprint en Utah Beach, y a la victoria de Cavendish, y que se tranquiliza y espera.
Como l¨ªder del pelot¨®n, papel que asume con vigor, Fabian Cancellara se ha distinguido por su sensibilidad en el momento de las ca¨ªdas. Ha frenado varias veces al Tour a la espera del regreso de los heridos, pues no puede permitir que la carrera se decida en un bordillo mal situado, y en Normand¨ªa tambi¨¦n ejerce. El suizo de las cl¨¢sicas se coloca delante del grupo y levanta la mano. Pide calma. El pelot¨®n obedece aprensivo. En su mansedumbre influye, obviamente, el hecho de que el viento que todos temen y que tan estresados les hace manejarse ya no entra de lado, sino de frente. Antes, con el viento llen¨¢ndoles la boca de sabor de mar agraz, el pelot¨®n corr¨ªa desbocado. Antes, Tosatto hac¨ªa tambi¨¦n su trabajo de gregario.
Un par de minutos antes, Tosatto, v¨¦neto de Treviso, y Tauro, tiene 42 a?os y es el m¨¢s viejo del pelot¨®n del Tour, que conoce desde hace casi 20 a?os, era el primero del pelot¨®n lanzado tenso despu¨¦s de que el Cannondale verde lima chill¨®n hubiera efectuado alg¨²n intento de cortarlo con un abanico contra la cuneta. Unos puestos detr¨¢s de Tosatto, no m¨¢s all¨¢ del d¨¦cimo o el 15?, marcha Contador, en su sitio, donde el riesgo espera, donde alguien que quiere ganar el Tour debe estar. El grupo gira a la derecha en una curva cerrada para desembocar en una carretera m¨¢s ancha, pero convertida en chicane por una larga isleta central. Los primeros corredores frenan, modifican su trayectoria y evitan el bordillo a su izquierda. Contador frena y ve c¨®mo patina la rueda delantera, cae al suelo y se desliza sobre el asfalto ¨¢spero y choca fuerte contra el bordillo de la isleta, y va a tanta velocidad que se da la vuelta sobre s¨ª mismo y salta por encima de la isleta, y otros corredores que llegan detr¨¢s chocan contra su cuerpo ca¨ªdo y caen tambi¨¦n. Contador se levanta r¨¢pidamente. Su compa?ero Kiserlovski le presta su bici, pues la del espa?ol se ha roto. Tosatto frena y despu¨¦s del cambio del zapato se enjuaga la boca y le acompa?a a su jefe hasta que se integran de nuevo en el pelot¨®n. Es el juego de clases, no la lucha.
Todo ocurre en un punto indeterminado de Normand¨ªa, un cruce de carreteras locales entre Cr¨¦ances y Lessay, junto al Atl¨¢ntico gris y mudo, donde el Tour del miedo comenz¨® y donde se cumpli¨® lo que estaba escrito y todos tem¨ªan.
Antes de que lleguen las monta?as, los que quieren ganar el Tour corren delante, rodeados de sus equipos, respetados. Froome con los suyos en formaci¨®n negra; Nairo con los suyos, con Erviti, Herrada, los Izagirre incansables, protegido del viento, del miedo, de las ca¨ªdas. Y los equipos de los sprinters con rodadores incansables los flanquean. Son la cabeza de un grupo en el que m¨¢s de un centenar de individuos intenta buscar su momento, decir al mundo que ellos tambi¨¦n corren el Tour. Por eso se fugan esprintando locos nada m¨¢s salir del Mont Saint Michel con el viento de culo. Dos del Bora lo hacen acompa?ados y la gente se acuerda de Bora-Bora y el Pac¨ªfico Sur paradisiaco, pero estos son un checo, Barta, y un alem¨¢n, Voss, gigantescos, que ponen en marcha una estrategia para que el alem¨¢n punt¨²e en dos cotas de cuarta y se lleve por un d¨ªa el maillot de lunares. Un australiano, Howard, cree lucir pint¨®n con unas gafas blancas y se las ense?a a la humanidad como dici¨¦ndola: si no quer¨¦is unas gafas tan feas preguntadme d¨®nde no comprarlas. Y le acompa?a un franc¨¦s, Delaplace, que, como su apellido indica, es del lugar, normando como Anquetil, y quiere pasar en cabeza por su pueblo, para que todos vean que los sue?os infantiles no son bobadas.
Cavendish no es un ni?o ni se enga?a. Cavendish solo corre para ganar. En el sprint inevitable se impone al alem¨¢n Kittel. Es su 27? victoria en el Tour de Francia, un triunfo en la playa del gran Desembarco que tiene un premio adicional, un maillot amarillo por primera vez en su carrera.
Los que llegan detr¨¢s solo dicen, los supervivientes: una menos. M¨¢s all¨¢ de la playa inmensa, un jard¨ªn verde enorme, un cementerio y miles de cruces blancas, y un pueblo que vive de ense?ar a los turistas los campos de batalla en Jeeps viejos del ej¨¦rcito que los salv¨®.
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