Un fraude, Lukita
Encumbrar a Modric por imitar a Casemiro en el cl¨¢sico debe ser algo as¨ª como felicitar a Dal¨ª por barnizar una estanter¨ªa
Con los pies en el agua y la cerveza en la mano, que es el m¨¦todo habitual de confesi¨®n entre gallegos, me contaba un amigo periodista este verano lo que le sucedi¨® en la famosa final de Lisboa, aquel duelo de barrio en suelo extranjero que se encarg¨® de agigantar un poco m¨¢s las respectivas leyendas de los contendientes. Con el tiempo de juego pr¨¢cticamente cumplido, apenas un suspiro de partido por delante, a su cr¨®nica apenas le faltaban un par de l¨ªneas para completar el espacio asignado, as¨ª que mi estimado se debat¨ªa entre dedicarlas a felicitar al rival o apuntar los horarios y paradas de costumbre en que los autobuses recoger¨ªan a todos aquellos que quisiesen asistir al inminente funeral.
Entonces lleg¨® aquel c¨®rner que se empe?¨® en estrellar el gol contra la cabeza de Sergio Ramos, como si de un conjuro gitano se tratase o el destino mismo se hubiese encargado de poner la pelota en juego con la mano. El Madrid empat¨® un partido que dio por perdido cien veces y termin¨® levantando su d¨¦cima Copa de Europa mientras una legi¨®n de corresponsales reescrib¨ªan a toda pastilla sus cr¨®nicas. En el caso de mi colega, el apuro por la entrega se uni¨® a la preocupaci¨®n por la p¨¦rdida de un zapato durante la celebraci¨®n del empate: ¡°eran un regalo de mi chica y los acababa de estrenar; nunca me lo perdon¨®¡±. Los goles en el ¨²ltimo minuto tienen esa extra?a capacidad de ponerlo todo patas arriba, lo mismo en las gradas que en los palcos ocupados por los corresponsales de prensa que, a menudo, nos vemos en la obligaci¨®n de inventar nuevos h¨¦roes y culpables a la carrera.
Algo similar sucedi¨® el pasado s¨¢bado en Barcelona. Otra vez Ramos y otra vez el gol empe?ado en estrellarse contra su frente al¨¦rgica a la extrema unci¨®n, como dos amantes que solo saben encontrarse al final de la pel¨ªcula. Entonces comenz¨® la fren¨¦tica actividad de cambiarlo todo, de reinventar la historia, de abandonar lo declarado durante noventa minutos para adecuar el relato al resultado final. Llegaba el momento de apuntar con el dedo a los h¨¦roes de semejante gesta- lo que dir¨ªa mi abuelo si levanta la cabeza y descubre al madridismo celebrando un empate- as¨ª que los m¨¢s atrevidos se lanzaron a explicar el sensacional partido de Luka Modric y entre ellos mi querido amigo, el del zapato.
Encumbrar al croata por imitar a Casemiro debe ser algo as¨ª como felicitar a Dal¨ª por barnizar una estanter¨ªa, algo difuso entre lo c¨®mico y lo demencial. En un partido que aburri¨® incluso a los inspectores de hacienda- convocados de urgencia la tarde anterior para dar ejemplo y no perder detalle- a Modric lo sacaron a hombros y en portada por hacer lo contrario de lo que acostumbra. Por suerte, o quiz¨¢s por desgracia, en el banquillo se sienta un se?or que pon¨ªa los estadios en pie con el bal¨®n en los pies y el f¨²tbol en la cabeza mientras que, al d¨ªa siguiente, los peri¨®dicos le daban tres picas a Makelele. Y es que, mi querido Lukita, lo nuestro s¨ª que es un fraude.
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