Estadio Luis Aragon¨¦s
Hace tiempo que el f¨²tbol sacrific¨® las se?as de identidad a los deseos de los patrocinadores y la recaudaci¨®n
Los nombres no importan demasiado. A menudo son algo que se impone. Casi nadie decide c¨®mo se llama. Te llaman, y se acab¨®. Si tienes suerte, te buscas un apodo o un nombre art¨ªstico, y un d¨ªa te conocen por Colette, Camar¨®n de la Isla, El Pelusa, Marilyn Monroe o El Sopas. Son nombres, nada m¨¢s. Lawrence de Arabia tuvo siete motocicletas y a todas las llam¨® George. Con George VII sufri¨® un accidente y se mat¨®. Y qu¨¦ me dicen de D. H. Lawrence y su novela El amante de Lady Chatterley, en la que Constance y Mellors ponen nombre ¨CLady Jane y John Thomas¨C a sus genitales. Nombres, nombres, solo nombres. Mi perra se llama Gilda, y los perros de mis padres Trotski y Helmut Kohl. Y a¨²n antes otro se llam¨® Pel¨¦. ?Por qu¨¦, entonces, el nuevo estadio del Atl¨¦tico de Madrid no se va a llamar Wanda Metropolitano?
Hace tiempo que el f¨²tbol sacrific¨® las se?as de identidad a los deseos de los patrocinadores y la recaudaci¨®n. Posee sentido. ?Qu¨¦ es lo mejor pagado siempre? Lo m¨¢s querido. Bajo esta l¨®gica, las aficiones se volvieron clientela, las camisetas art¨ªculos, los estadios plat¨®s de televisi¨®n. Si el club no sabe detenerse a tiempo, se permite tambi¨¦n que se toquetee el escudo, como si fuese un logo, quiz¨¢ el himno, y qui¨¦n sabe si un d¨ªa el nombre del propio club. Nos dir¨¢n que son los tiempos. Nos dir¨¢n que ya lo han hecho otros equipos. Nos dir¨¢n, en fin, que si queremos ser campeones de Europa tenemos que modernizarnos y hacer avanzar la marca. ?O un equipo de f¨²tbol centenario, lleno de mitos, es algo distinto a una hamburguesa con queso, un perfume o un autom¨®vil?
Hay que asumir que el f¨²tbol, como un d¨ªa lo conocimos, se fue a la mierda. De hecho, todo lo viejo y bello se fue a la mierda. La nostalgia exige esos sacrificios. Me temo que no queda nada de la vieja escuela en ning¨²n orden, salvo quiz¨¢ algunos zapateros, alg¨²n que otro sastre y relojero, y uno o dos periodistas remisos a saber c¨®mo se enciende un ordenador. ?Significa eso que hay que tragar con un nombre como Wanda Metropolitano, tan insignificante, tan anodino, tan nada? No. Ya s¨¦ que el Atl¨¦tico est¨¢ en manos de los Gil, y dicho esto, nos ahorramos decir cosas horribles, pero¡
Les contar¨¦ una historia familiar. Mi t¨ªo se llama Silverio, pero todo el mundo le dice Pepe. Despu¨¦s de no s¨¦ cu¨¢ntos hijos, mi abuelo pretendi¨® que uno se llamase como ¨¦l, y lo inscribi¨® en el registro con su mismo nombre, a hurtadillas. Cuando mi abuela se enter¨®, a los pocos d¨ªas, jur¨® que tal vez el nombre de su hijo fuese Silverio, pues lo dec¨ªan unos papeles, pero todos le llamar¨ªan Pepe. Y as¨ª fue. Nadie le llama Silverio. Ni sus hijas. Es Pepe, y se acab¨®. El registro civil nada pudo contra la tozudez de aquella mujer. Imagen que despu¨¦s de que unos gerifaltes bauticen al estadio como Wanda Metropolitano, los aficionados decidi¨¦semos llamarle Luis Aragon¨¦s, como el mito por antonomasia del Atl¨¦tico. ?Qui¨¦n se saldr¨ªa con la suya? Propongo hacer la prueba.
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