La deleznable grada
En todas las gradas, en mitad de la fiesta, hay siempre un runr¨²n deleznable, dif¨ªcil de erradicar. No importa qu¨¦ gradas: todas. Unas veces el runr¨²n cobra forma de frase que pronuncia una sola persona, y otras de c¨¢ntico a coro. Es un grito, pero tambi¨¦n puede ser un bisbiseo, como hace a?os ocurr¨ªa en los campos de f¨²tbol holandeses cuando jugaba Ajax de ?msterdam. El club, que en los a?os treinta tuvo su estadio en el barrio jud¨ªo, asumi¨® con orgullo esas ra¨ªces, al punto que su directiva las estimul¨®, y miles de sus aficionados animaban a la plantilla al grito de ¡°jud¨ªos, jud¨ªos, jud¨ªos¡±.
Pero en los a?os ochenta, los ultras rivales emplearon esa identidad justamente para ofender al Ajax. ¡°?Hamas, Hamas! Los jud¨ªos a la c¨¢mara de gas¡±, les gritaban a los jugadores. Y no era lo peor. Durante el partido hab¨ªa un momento, mucho m¨¢s terrible, en el que los ultras se quedaban callados, e inesperada y lentamente susurraban ¡°sssssss¡±, imitando el ruido del gas que entraba en las c¨¢maras de la muerte.
El f¨²tbol es un complej¨ªsimo universo en el que se concitan el deporte, los negocios y la muchedumbre. Cientos de miles de personas acuden cada semana a los estadios, o a los bares, e inevitablemente se produce ese fen¨®meno que tan bien describi¨® Elias Canetti en Masa y poder, en el que las personas, una por una, se unen y dejan de ser ellas mismas. En la primera frase del libro ya se establece que ¡°nada teme el hombre m¨¢s que ser tocado por lo desconocido¡±. Todas las distancias que la persona ha creado a su alrededor (ropa para cubrirse, casas para resguardarse) surgen del miedo a ser tocado por un extra?o. Pero al sumarse a la masa, queda liberado de ese temor. En esa densidad, donde apenas hay hueco entre unos contra otros, se consigue el alivio. Ciertos individuos se funden y se vuelven an¨®nimos, valientes, inexpugnables.
No conozco ning¨²n caso, lo que no significa que no exista, de un hincha que se haya levantado de su asiento, enojad¨ªsimo, y gritado que se llama fulanito de tal, que vive en la calle tal, n¨²mero tal y puerta tal, y que si el ¨¢rbitro, el entrenador o el goleador rival quieren, pueden pasarse a las cinco y media de la tarde, y all¨ª, sin el foll¨®n de gente del campo, podr¨¢ decirles con mucho gusto lo hijoputas, ladrones, negros o jud¨ªos que son y lo mucho que desea sus muertes. Hasta que esto no ocurra a menudo, y no descartemos que nunca pase, por la naturaleza misma de la masa, en las gradas habr¨¢ impunidad e indeseables; menos cada d¨ªa gracias a que la grada misma se rebela contra las ultras.
El d¨ªa que actuemos en el campo igual que fuera, cuando hemos de enfrentamos solos a nuestros actos, estaremos ya de paso m¨¢s cerca de que se pueda suspender un partido ¡ªy no ocurra nada por ello¡ª porque en el suelo hay un jugador tirado que bordea la muerte, y el f¨²tbol, despu¨¦s de todo, es un asunto sin importancia. De hecho, el asunto sin importancia m¨¢s importante de nuestras vidas.
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