Las cosas nuevas
Necesitaremos tiempo hasta que el resplandor del nuevo campo del Atl¨¦tico nos permita centrarnos en el equipo

Al principio, cuando son nuevas, las cosas mandan sobre las personas, que gozan con ese sometimiento. No importa qu¨¦ cosas, todas las cosas nuevas en general: un estadio de f¨²tbol, una libreta, un coche, unos zapatos, una sart¨¦n, un l¨¢piz negro y amarillo. Pasan semanas, incluso meses, hasta que la vida se invierte y las cosas se acomodan a nosotros. Por eso entramos al Metropolitano con las bocas abiertas, ejerciendo una admiraci¨®n tranquila, lenta, casi miedosa, por cada detalle. Se susurraron muchos ¡°oh¡± y ¡°guau¡± sin dejar de mirar d¨®nde se pon¨ªan los pies, para no romper o manchar nada. Sin darnos cuenta construimos un barullo ordenado, demasiado c¨ªvico. Hubo un minuto en que mis amigos y yo nos miramos y nos vimos repantingados sobre las butacas, comod¨ªsimas. Acostumbrados a viejas penurias, de pronto nos sentimos en la c¨²spide de una extra?a burgues¨ªa.
No fuimos al f¨²tbol, sino al estadio. El juego que despliega siempre la arquitectura, y que la vuelve fascinante, impone tr¨¢mites mentales de los que no somos conscientes. Hay que estudiar los planos, hacerse al h¨¢bitat, mandar sobre la escala y solo al final conquistar cada espacio. Conocer tu propia casa exige una minuciosa aproximaci¨®n, que quiz¨¢ ni siquiera acaba el d¨ªa que puedes levantarte a hacer pis por la noche sin encender ninguna luz. Hace tres a?os un amigo se fue a vivir a Madrid con su pareja y su hijo peque?o. Alquilaron un piso grande en un barrio tranquilo, lo decoraron a su gusto, incluyendo un campo de f¨²tbol en el sal¨®n, y cuando hab¨ªa transcurrido un a?o y se supon¨ªa que la vivienda ya no ten¨ªa secretos, ¨¦l regres¨® una madrugada, despu¨¦s de una fiesta salvaje, y se meti¨® por error en la cama de la ni?era, una mujer de 78 a?os que empez¨® a gritar, aterrada, despertando al ni?o, a la madre y a varios vecinos. Cost¨® mucho hacerle entender a la se?ora, sensata e inflexible, que las personas tambi¨¦n se desorientan en su propia casa. Aquel episodio dej¨® una especie de hilo suelto para siempre, como un crimen sin resolver.
Necesitaremos tiempo hasta que el resplandor que despide por dentro el nuevo campo del Atl¨¦tico nos permita centrarnos simplemente en el equipo. Despu¨¦s de todo, la arquitectura necesita relatos o se vuelve una cavidad muerta, una edificaci¨®n, y los relatos requieren tiempo. Poco a poco el estadio se ir¨¢ llenando de estad¨ªsticas, jugadas, goles, ocasiones falladas, t¨ªtulos, alborozos, gestas, campeonatos perdidos, y entonces por fin podremos disfrutar de la belleza de lo ordinario. Nadie podr¨¢ ya decir que a?ora el Calder¨®n. Cuando llegue ese d¨ªa, nos sentiremos del todo en casa, rugiremos sin miedo a descolocar el orden del edificio, y todo ser¨¢ f¨²tbol, solo f¨²tbol, y este una cuesti¨®n de pasar, encarar, regatear, adelantarse, rematar a la primera, en una ejecuci¨®n coral, que observada al microscopio destapar¨¢ una serie interminable de peque?as acciones individuales, como cuando algo tan abstracto como el amor se reduce a veces a tocar, besar, abrazar.
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