Froome destroza el Giro con un ataque de leyenda antigua
El ingl¨¦s, maglia rosa tras lanzarse en solitario a 80 kil¨®metros de meta y dejar a Yates a casi 40m y a Dumoulin a m¨¢s de tres minutos
Ochenta kil¨®metros. 143 minutos. Un hombre solo. Chris Froome, una figura de blanco p¨¢lido que se agiganta en la monta?a.
El Giro, a sus pies, y la cima Coppi y el terrible Jafferau. De rodillas, Simon Yates, de rosa tantos d¨ªas, hundido en el abismo, desaparecido. Tom Dumoulin se dobla pero no se parte. Pierde m¨¢s de tres minutos en la etapa, pero en la general se queda a solo 40s.
El resto es un desierto provocado por una acci¨®n ciclista que se pensaba que solo exist¨ªa en los libros de historia y ¨¦pica, inventos de escritores ebrios, y periodistas. Cuentos de abuelos gag¨¢ que hablan de Merckx y Mourenx como si hubieran estado all¨ª; que han le¨ªdo los relatos de Buzzati con Coppi haciendo de Aquiles, con Bartali, H¨¦ctor; que se han alimentado de leyendas y lamentan todos los d¨ªas ante la tele el fin del ciclismo grande, el de Fuente que desafiaba al destino, el de Oca?a, que sucumb¨ªa ante ¨¦l, su derrota en manos de la tecnolog¨ªa y el miedo, el escaso appeal de la grandeza, el pinganillo y el potenci¨®metro.
La ¨²ltima vez que se vio algo lejanamente parecido en el siglo XXI fue en el Tour borracho de Floyd Landis, su ataque demencial camino de Morzine por la Colombi¨¨re y la Joux Plane en la can¨ªcula que fren¨¦tico, ojos desorbitados, desafiaba reg¨¢ndose constantemente la cabeza por entre las rendijas del casco. El de Landis fue un ataque de desmedida y de frenes¨ª, hijo de la desesperaci¨®n y los estimulantes. El de Froome fue, si as¨ª se puede entender, el de la necesidad de alguien que se niega a perder sin haber combatido hasta el ¨²ltimo kil¨®metro.
Y al final de la etapa, todos callan, el abuelo y el nieto, y en la tele admiran respetuosos la imagen de los altos Alpes nevados, y Froome de rosa, engrandecido. Al amanecer del viernes, el ingl¨¦s de Nairobi se hab¨ªa levantado cuarto de la general, a 3m 20s del l¨ªder, su compatriota Yates. Una distancia tremenda en los a?os actuales, de control y medida. Por la tarde, pocos minutos pasadas las cinco, era l¨ªder, con 40s sobre Dumoulin, que ha necesitado de todo su arsenal de paciencia, calma y control para no terminar la jornada acompa?ando a Pozzovivo, el escalador que amaneci¨® en el podio y perdi¨® casi 8m 30s. Y ese final tan digno pese a las apariencia habr¨ªa firmado Yates, que perdi¨® 38m 51s.
Todo lo que ha conseguido en su larga carrera Froome, sus cuatro Tours de c¨¢lculo y equipo, su Vuelta tan deseada, palidece al lado de su ataque solitario mediada Le Finestre, el puerto m¨¢s temido en la etapa reina. Entre casta?os y abetos y su sombra fresca, el grupo principal est¨¢ diezmado. El Sky en pleno ha empezado a acelerar sin piedad, sin mirar atr¨¢s. Yates, tocado en su moral por la derrota de la v¨ªspera, sin fuerzas m¨¢s que para sostenerse encima de la bici, ya ha sucumbido. Dumoulin, ya l¨ªder virtual, procura no perder la rueda de los skys. Nadie se espera un ataque loco. Menos del l¨ªder de los Sky, el equipo que, justamente, representa para tantos el ciclismo soso y tecnol¨®gico, sin m¨¢s riesgos que los que permitan las m¨¢quinas. Y al ciclismo sin coraz¨®n, Froome, y su instinto de campe¨®n, su orgullo, su voluntad, en un d¨ªa italiano de sinraz¨®n, le absolvi¨® de sus pecados. El salbutamol de m¨¢s es una minucia, sus ataques medidos en el Ventoux y en la Pierre Saint Martin en sus Tours, la necesidad mera de su ciclismo a la defensiva.
Quedan 80 kil¨®metros para la cima del Jafferau, tan lejano. Y antes hay que terminar el interminable Col delle Finestre, del que solo han subido la mitad, nueve kil¨®metros. Y despu¨¦s, el valle, y descensos temerarios, y hasta un tramo de autopista desoladora.
Han atravesado los tres kil¨®metros en que se concentran, mareantes, 29 curvas de herradura, pero a¨²n no han llegado a la zona de grava, los m¨¢s de siete kil¨®metros sin asfalto que dar¨¢n un decorado at¨¢vico, apropiado a lo que solo Froome tiene en la cabeza, y en los latidos de un coraz¨®n que no quiere que se desboque, y el recuerdo de los caminos de su juventud de ciclista torpe y voluntarioso en Kenia. El decorado es de cuando la civilizaci¨®n a¨²n no conoc¨ªa el motor de explosi¨®n y por el sendero en el que deben pedalear los campeones solo ascend¨ªan mulas cargadas de munici¨®n y provisiones para el fuerte militar de la cima. Y por encima de todos, vigilante, el Rocciamelone, el pico triangular que guiaba a los peregrinos que iban a Francia en siglos pasados y acogota y hace temblar de fr¨ªo en estos a?os duros a los miles de inmigrantes abandonados, sin papeles, que quieren llegar a Francia y miran los trenes de mercanc¨ªas atravesar felices el t¨²nel de Fr¨¦jus, y se preguntan en qu¨¦ mundo despiadado han nacido. Froome no se hace preguntas. Es un Elvis que tararea para s¨ª el "now or never" (eso cont¨® en la meta) y que por pinganillo ordena a su fiel Elissalde, un escalador at¨®mico, de bolsillo, que de alegr¨ªa a la ascensi¨®n. Faltan 80 kil¨®metros y Froome despega en busca de un imposible. A los que se quedan atr¨¢s les espera un viacrucis, un camino sin m¨¢s esperanza que la de no perderlo todo.
Froome pedalea solo, liberado. Toda su energ¨ªa est¨¢ enfocada en su camino hacia la gloria y los altares. Dumoulin est¨¢ a punto de perder la paciencia discutiendo con sus acompa?antes. Lleva con ¨¦l a Pinot, que colabora, y su gregario Reichenbach tambi¨¦n, pero pegados a sus faldas transitan los latinoamericanos Carapaz (Ecuador) y L¨®pez (Colombia), cuya carrera es un duelo permanente desde que eran juveniles y disputaban las mismas carreras en Colombia. Su peso le lastra a Dumoulin, que actu¨® como Indurain actuaba cuando le atacaban de lejos Chiappucci, Pantani, Z¨¹lle, Jalabert o Rominger. Pero no es Indurain.
Al Giro tan largo le queda a¨²n una etapa de monta?a. Despu¨¦s de ganar en el Zoncolan, el otro gran s¨ªmbolo del Giro 101, Froome sufri¨® al d¨ªa siguiente las banderillas de Yates. No cree que le vuelva a pasar. ¡°He estado controlando mi gasto pensando en ma?ana¡±, dijo el ingl¨¦s, empe?ado en echar agua sobre el fuego de su ¨¦pica.
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