Adi¨®s a Doncic: el diablo con cara de ni?o
Se marcha coronado como el mejor del continente, diciendo adi¨®s con un triple a una mano que parece anunciar su presencia en la necesaria secuela de Space Jam
Hay algo terror¨ªfico en las caras angelicales de algunos deportistas, como si el diablo hubiera aprendido a maquillarse pero no del todo. Acostumbran a ser tipos de ojos claros a los que no se les intuye un ¨¢pice de mala intenci¨®n, como si reci¨¦n llegaran de confesar sus pecados y saltasen a la cancha vestidos de marinero bonito, dispuestos a recibir la primera comuni¨®n.
Su principal arma reside en la ternura que inspiran en sus rivales, tipos rudos que no saben si hostigarlos como al com¨²n de los rivales o relajar las formas hasta soplarles el ombligo, como si del hijo peque?o de una hipot¨¦tica hermana se tratara. ¡°Instaura una peque?a anarqu¨ªa, altera el orden establecido y comenzar¨¢ a reinar el caos¡±, dec¨ªa Heath Ledger pintarrajeado como el Joker. Un peque?o instante de duda, una simple caranto?a, y el querub¨ªn adorable se convierte en un maldito de ojos radiactivos capaz de sembrar el p¨¢nico entre sus contrarios, siempre sucede as¨ª.
A Doncic lo conocemos en casa como Carol Anne, un peque?o homenaje al talento desbordante del esloveno y al cine de terror de los ochenta. Nunca hemos ocultado nuestros colores y por eso le odiamos como se odia al profesor de bailes de sal¨®n o al monitor de spinning del gimnasio de la esquina: desde el respeto, s¨ª, pero conscientes del da?o f¨ªsico y espiritual que nos provoca con cada movimiento.
Desde su llegada al Real Madrid nos hemos sentido abrumados ante su dominio del juego, una especie de vecinos envidiosos que aprietan fuerte los pu?itos mientras charlan con los padres del ni?o prodigio en el ascensor del edificio. No es de extra?ar, pues, que estos a?os a la sombra los hayamos pasado ahogando suspiros de admiraci¨®n entre palabras gruesas y deseos reprobables.
Pero no hay mal que cien a?os dure y Doncic, por fin, abandona la escena europea para saltar el gran charco. Se marcha coronado como el mejor del continente, diciendo adi¨®s con un triple a una mano que parece anunciar su presencia en la necesaria secuela de Space Jam. En una escena de la pel¨ªcula original, por cierto, Bill Murray intenta explicar a Larry Bird que todos los grandes jugadores de la historia son negros. El Gran P¨¢jaro niega la mayor y apunta lo evidente: ¨¦l es blanco. ¡°?Oh, vamos Larry! T¨² no eres blanco¡±, sentencia el c¨®mico. No estar¨ªa de m¨¢s acercar un micr¨®fono a la localidad de Murray en el Staples Center cuando Luka ejecute su primera danza ritual en el hogar de los Lakers, la toxina botul¨ªnica y dem¨¢s excesos de los h¨¦roes del celuloide.
La NBA?lo espera con los brazos abiertos y nosotros, que lo hemos sufrido entre dientes, respiramos aliviados al verlo partir en busca de nuevos retos. No solo perdemos de vista al peor rival posible, tambi¨¦n conquistamos el poder de incluirlo por fin en nuestro propio santoral. Poco importa si termina vistiendo los colores de los Suns, los King, los Mavericks o los Grizzlies; lo mismo cuesta una camiseta que la otra ¨Cla NBA Store es muy democr¨¢tica- y con las ligas de ultramar puede uno permitirse el lujo de ejercer como un vulgar chaquetero.
Lo que no tiene precio es la posibilidad de recuperar cierta normalidad competitiva en un baloncesto incapaz de poner l¨ªmites a este diablo con cara de ni?o. Aceptemos su marcha, pues, como una buena noticia para el baloncesto espa?ol y, lo m¨¢s importante, tambi¨¦n para ¨¦l: entre todos lo est¨¢bamos malcriando.
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