El peor d¨ªa de mi vida
Las eternas horas que precedieron a esa bola definitiva que Roger Federer estrell¨® en la red, supusieron para m¨ª la tensi¨®n y los nervios m¨¢s intensos que he vivido en toda mi trayectoria profesional
![Nadal y Federer pelotean durante la final de 2008 en Wimbledon.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/WVIVHLJYHC6QQKX4M2VIPMO66A.jpg?auth=3df03875b9a8c0c8b3eb922a8fe59d3217cd445aa5343ce34db45eca32c59111&width=414)
Hoy se cumplen diez a?os desde la final de Wimbledon en la que Rafael, por fin, venci¨® a Roger Federer en un encuentro que se considera el mejor de la historia de este deporte.
Esta semana, como en muchas otras ocasiones, he vuelto a ver el partido en compa?¨ªa de mis hijos y de mi mujer, y esta me ha recordado las sorprendentes palabras que le dije cuando me reun¨ª con ella despu¨¦s del partido en la zona acotada en la Casa Club: ¡°El peor d¨ªa de mi vida¡±.
A¨²n hoy, cuando reviso las im¨¢genes, puedo rememorar todas las horas de ese 6 de julio de 2008 desde que me levant¨¦ a eso de las seis de la ma?ana para dar mi largo paseo matutino por el precioso pueblo de Wimbledon. No hab¨ªa dormido muy bien, envuelto en cavilaciones que segu¨ª desgranando a medida que iba caminando. No pod¨ªa separar mis reflexiones ten¨ªsticas del resto de circunstancias que nos hac¨ªan percibir aquella ocasi¨®n como la que hay que aprovechar definitivamente o, realmente, se te puede escapar de por vida.
La de ese a?o era la tercera final consecutiva que iban a disputar Roger y Rafael en La Catedral del tenis. Desde 2005, ellos hab¨ªan ocupado respectivamente las posiciones 1 y 2 de la clasificaci¨®n mundial, una inalterabilidad que empezaba a enquistarse muy a nuestro disfavor.
El presagio general era el de colocar a Rafael como un excelente tenista sobre tierra batida, pero con la mancha de no ser considerado un tenista completo por no haber logrado un gran t¨ªtulo sobre otra superficie. Y, por si estas circunstancias no fueran suficientes, Novak Djokovic, a quien ven¨ªamos mirando por el retrovisor desde hac¨ªa un tiempo, se hab¨ªa convertido en los ¨²ltimos meses en una amenaza tan real y galopante que llegu¨¦ a decirle a mi sobrino, en tono jocoso para matizar nuestro temor real: ¡°No s¨¦ si ser¨¢s el mejor segundo jugador de la historia del tenis¡±.
El serbio hab¨ªa ganado el Open de Australia, estaba entrando de lleno en el nivel estratosf¨¦rico que hemos venido padeciendo y sab¨ªamos ya que tarde o temprano ocupar¨ªa la primera plaza mundial.
La batalla que se libr¨® aquel d¨ªa, hace hoy diez a?os, tuvo todos los ingredientes que hubiera elegido cualquier cronista deportivo: dos estilos antag¨®nicos, el escenario m¨¢s emblem¨¢tico de este deporte, dos interrupciones por lluvia, la disputa real por el n¨²mero 1 del ranking y, aparentemente, la ¨²ltima oportunidad para que mi sobrino no fuera sometido por las fauces de los que han sido, en definitiva, sus dos grandes contrincantes.
Es, por todo esto, que las eternas horas que precedieron a esa bola definitiva que Roger dej¨® en la red, supusieron para m¨ª la tensi¨®n y los nervios m¨¢s intensos que he vivido en mi vida profesional. Cuando veo de nuevo ese partido, creo que se me vuelve a desencajar el rictus y a destemplar el cuerpo. Y, aunque yo ya no est¨¦ en ese box y aunque hayan pasado diez a?os, parece que podr¨ªa repetirse un escenario parecido y verme sometido a un sufrimiento similar.
Los ingredientes siguen ah¨ª, desde luego.
Roger y Rafa disput¨¢ndose el n¨²mero 1 y Novak Djokovic record¨¢ndonos que este matrimonio tampoco es cosa de dos, sino de tres.
Qui¨¦n lo iba a decir.
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