La dictadura del reloj
Quiz¨¢ el deporte estuvo tom¨¢ndose estas m¨¢quinas poco en serio durante demasiado tiempo
Ant¨®n Reixa cuenta en su pr¨®ximo libro que en los a?os setenta, el vocalista de Los Sat¨¦lites, Sito Sedes, mir¨® el reloj distra¨ªdamente durante una actuaci¨®n. Tal vez pretendi¨® saber qu¨¦ hora era, o puede que solo se tratase de un acto reflejo. A menudo lo miramos por mirar, y cuando acabamos de hacerlo y nos preguntan qu¨¦ hora es, no tenemos ni idea. Aquel d¨ªa, al finalizar el show, el director musical de la orquesta gallega se llev¨® al cantante a una esquina discreta y le dijo muy seriamente: ¡°No eres un puto obrero para andar mirando el reloj mientras trabajas¡±. El artista debe pagar al tiempo con toda su indiferencia. ?O acaso tiene cosas m¨¢s interesantes que hacer despu¨¦s de entregarse al p¨²blico?
La consideraci¨®n hacia el reloj, y del tiempo que mide, cambi¨® notablemente desde entonces. ¡°No importa la fecha, lo importante es vivir¡±, nos dec¨ªa nuestro profesor de Ciencias Naturales en la EGB, cuando hab¨ªa examen y pregunt¨¢bamos por el d¨ªa y el mes, para ponerlo en el encabezamiento. Esto fue en los ochenta, y tambi¨¦n cambi¨®. Ahora la vida te exige conciencia de cada minuto. En el Open de Estados Unidos ya se juega con Serve Clock, un reloj situado a cada lado de la pista para controlar los segundos que invierten los tenistas en el saque, y que no se excedan, sancion¨¢ndolos si es el caso. El reloj es el ¨²ltimo gran dictador. O el nuevo. Quiz¨¢ el deporte estuvo tom¨¢ndose estas m¨¢quinas poco en serio durante demasiado tiempo, si quitamos algunas disciplinas como el baloncesto, y ahora se lo hacen pagar. Ya Cort¨¢zar alertaba contra los relojes, incluso cuando eran regalados, pues en el fondo te entregaban la obsesi¨®n de atender a la hora exacta, el miedo a que se cayese, a compararlo con otro, de modo que, en el fondo, no te regalaban un reloj, sino que eras t¨² el regalado, a ti te ofrec¨ªan para el cumplea?os del reloj.
No solo el tenista malgastaba unos segundos preciosos durante el saque como arma para la guerra psicol¨®gica, y tambi¨¦n para pensar y respirar. En f¨²tbol, la p¨¦rdida de tiempo posee a¨²n cierto estatus t¨¢ctico, capaz de poner a salvo miles de victorias. Unos futbolistas lo pierden mejor que otros. Casi ya no quedan artistas que hagan correr el tiempo sin que pase nada, desquiciando al rival. Lentamente y en silencio, el reloj los ha purgado. Todas las dictaduras act¨²an por aplastamiento, y con laconismo, a imitaci¨®n de un martillo. Fulminar la Copa Davis, porque dura demasiados meses, en favor de un torneo que se resuelva en d¨ªas, refuerza el mensaje de que ya no queda tiempo. El reloj supo ingeni¨¢rselas para que no dejemos de mirarlo, y que cuando no lo miremos, pensemos en ¨¦l como si le temi¨¦semos. El propio Reixa recuerda a Tristram Shandy, quien cuenta que el d¨ªa que fue engendrado, sus padres hac¨ªan el amor cuando, de pronto, la mujer se desentendi¨® moment¨¢neamente del sexo y pregunt¨® a su marido si le hab¨ªa dado cuerda al reloj.
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