Encima de Villa Ol¨ªmpica
Mientras en los estadios los atletas compet¨ªan por el oro y la plata, en las calles y en las universidades se llevaba a cabo una verdadera cacer¨ªa de brujas
Durante los primeros a?os de mi infancia viv¨ª con mi familia en un conjunto habitacional situado al suroeste de la Ciudad de M¨¦xico. La Villa Ol¨ªmpica hab¨ªa sido construida en 1968 para hospedar a los atletas participantes en las Olimpiadas que tuvieron lugar en M¨¦xico durante ese a?o, a las delegaciones de los distintos pa¨ªses y a la prensa internacional. Fue el propio presidente Gustavo D¨ªaz Ordaz quien inaugur¨® el conjunto con un discurso que anunciaba su intenci¨®n de ¡°cobijar a la juventud del mundo¡±, mientras vetaba a Sud¨¢frica por su pol¨ªtica de apartheid, como habr¨ªa hecho un presidente humanitario con ideas progresistas. Seg¨²n el Gobierno mexicano, esos juegos deb¨ªan servir para afianzar la imagen internacional de nuestro pa¨ªs. Sin embargo, las protestas estudiantiles, inspiradas en los diversos movimientos sociales que tuvieron lugar en el mundo a lo largo de ese a?o, contagiaron a la sociedad civil. D¨ªaz Ordaz tem¨ªa que esas protestas opacaran a las Olimpiadas dando una impresi¨®n de un M¨¦xico demasiado rebelde y desordenado.
El 2 de octubre, a tan s¨®lo 10 d¨ªas del inicio de los Juegos Ol¨ªmpicos, en la Plaza de las Tres Culturas tuvo lugar una de las manifestaciones m¨¢s concurridas de nuestra historia. A diferencia de otros presidentes, como DeGaulle o el propio Nixon, que nunca recurrieron a la violencia contra los estudiantes, al presidente de M¨¦xico le pareci¨® que la mejor manera de atajar el movimiento era aplastarlo con un brutal despliegue de fuerza militar, conocido como la matanza de Tlatelolco, en el que murieron cerca de 200 personas. En s¨®lo un par de meses el presidente hab¨ªa pasado de querer cobijar a la juventud del mundo a masacrarla.
Los Juegos Ol¨ªmpicos de M¨¦xico 68 ¡ªprobablemente los m¨¢s tristes de la historia moderna¡ª se inauguraron el d¨ªa previsto, en un clima de absoluta represi¨®n. Mientras en los estadios los atletas compet¨ªan por el oro y la plata, en las calles y en las universidades se llevaba a cabo una verdadera cacer¨ªa de brujas.
A lo largo de los a?os setenta la Villa Ol¨ªmpica fue vendida en r¨¦gimen de condominio a familias mexicanas, pero sobre todo argentinas, uruguayas y chilenas, exiliadas tras los golpes militares ocurridos en Sudam¨¦rica a principio de los setenta. La unidad habitacional se convirti¨® as¨ª en el mayor barrio de izquierda de la Ciudad de M¨¦xico, un lugar emblem¨¢tico habitado por artistas, profesores universitarios, intelectuales progresistas o militantes comunistas, que de distintas maneras hab¨ªan conseguido sobrevivir a la represi¨®n.
Crecer junto a esos ni?os de tan diversos acentos y vocabularios fue muy enriquecedor. Tambi¨¦n lo fue escuchar sus historias, con frecuencia dram¨¢ticas, que involucraban la desaparici¨®n y tortura de sus padres o de sus abuelos.
En ¡°Villa¡±, como nosotros la llam¨¢bamos, hab¨ªa ¨¢rboles de muy diversas especies, tambi¨¦n aves, caracoles, ardillas, zarig¨¹eyas, lagartijas que perseguir con la resortera, y miles de rincones para esconderse. El conjunto contaba con juegos para ni?os, una tienda de abarrotes llamada La Luna, y un supermercado estatal de dimensiones inmensas para la ¨¦poca. El club deportivo inclu¨ªa canchas profesionales de basquetbol y de futbol, un gimnasio ol¨ªmpico, una pista de tart¨¢n, una alberca de cien metros. Tambi¨¦n hab¨ªa una explanada muy amplia en la que era posible patinar o andar en bicicleta. Los ni?os hac¨ªamos uso de todos esos espacios so?ando que ¨¦ramos tan atletas como sus primeros ocupantes, y que en un futuro no muy lejano participar¨ªamos en las olimpiadas.
De todos los rincones de aquel lugar, mi preferido era un ¨¢rbol situado justo frente a mi edificio y cuyas ramas alcanzaban el apartamento en el que viv¨ªa. Se trataba de un pirul o pimentero de Am¨¦rica, muy antiguo, arraigado sobre un mont¨ªculo de rocas volc¨¢nicas, omnipresentes en toda la unidad; un ¨¢rbol espectacular por el ancho de su tronco y la espesura de su follaje, al punto de que los arquitectos que dise?aron aquel lugar no s¨®lo hab¨ªan decidido conservarlo sino que lo pusieron en valor.
Una tarde, mientras jug¨¢bamos en una de las ¨¢reas verdes, mis amigos y yo destapamos una alcantarilla, nos metimos en el hueco y comenzamos a caminar por el t¨²nel del desag¨¹e. Despu¨¦s de avanzar en la oscuridad durante varios minutos, encontramos la salida. Cuando emergimos de ah¨ª descubrimos un jard¨ªn inmenso donde se alzaba una pir¨¢mide circular. Se trataba de las ruinas de Cuicuilco, un centro ceremonial de la cultura olmeca, ubicado del otro lado de la avenida. Por incre¨ªble que parezca ninguno de nosotros lo hab¨ªa visitado jam¨¢s. Ni siquiera sab¨ªamos de su existencia. El lugar, lo le¨ªmos esa tarde, hab¨ªa sido devastado por un volc¨¢n en erupci¨®n. Tambi¨¦n averiguamos que toda la piedra sobre la que sol¨ªamos correr era producto de esa cat¨¢strofe. Los ni?os tienen una mirada sin juicio capaz de transformar los lugares m¨¢s tristes en espacios llenos de maravilla y de posibilidades. Junto a la pir¨¢mide sentimos olor a copal e incienso, y vimos a los habitantes de esa ciudad ir y venir por las calzadas de piedra. Esa tarde comprendimos que el pasado glorioso de este pa¨ªs est¨¢ m¨¢s cerca de lo que suponemos, y que no importa cu¨¢n aterradores o viles sean los or¨ªgenes de un lugar, lo que cuenta es lo que hacemos con ¨¦l. Como el ¨¢rbol que hab¨ªa logrado crecer en medio de la piedra volc¨¢nica, encima de aquel episodio de muerte y represi¨®n, nosotros crec¨ªamos libres y est¨¢bamos escribiendo nuestra propia historia.
Guadalupe Nettel es escritora mexicana.
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