El ¡®crimen¡¯ del entrenador
Es dif¨ªcil afirmar que a un entrenador lo echan sus propios jugadores. Habr¨ªa que demostrarlo, y entonces penetrar en el terreno de lo absolutamente sutil
?Pueden los jugadores echar al entrenador? ?C¨®mo se hace? ?Hablan con la directiva? ?Le env¨ªan al presidente una carta an¨®nima, escrita con letras recortadas de revistas, de diferentes tama?os y colores? ?O encadenan malos resultados simplemente? ?Ignoran las indicaciones del t¨¦cnico? ?Escatiman sacrificios? ?Se rinden al derrotismo, jugando a estar cabizbajos, sin confianza? El f¨²tbol es una f¨¢brica de preguntas. Algunas ni siquiera pueden hacerse, solo pensarse, como si fuesen tonter¨ªas de cuarta categor¨ªa. Quiz¨¢ lo sean. Pero qui¨¦n no ha mirado de reojo, alguna vez, a la plantilla que sobrevive al despido del entrenador. En silencio, sin pasar de ah¨ª. El f¨²tbol posee sus propios tab¨²es, a los que esp¨ªa con los ojos tapados, haciendo que no existen. Al fin y al cabo, se trata de un microcosmos en el que hay de todo, aunque en peque?o.
Es dif¨ªcil afirmar que a un entrenador lo echan sus propios jugadores. Habr¨ªa que demostrarlo, y entonces penetrar en el terreno de lo absolutamente sutil, y quiz¨¢ inexistente, o ficticio. Pero no es raro pensarlo. Muchas veces la tribulaci¨®n de un equipo en crisis esparce toda clase de recelos, hasta ese punto exasperado en el que cualquiera se vuelve sospechoso, a la manera de Asesinato en el Orient Express, cuando en sus primeras impresiones Poirot constata que todas las personas que compart¨ªan vag¨®n con el asesinado, desconocidas entre s¨ª, en algunos casos de distintas nacionalidades, ten¨ªan un motivo para matarlo. Los futbolistas son quienes sobreviven a una crisis de resultados que, salvo excepciones, se lleva al t¨¦cnico por delante. Su culpabilidad es no pocas veces el efecto de una suposici¨®n, y tambi¨¦n de un precio, m¨¢s asequible que el de despedir en su lugar a una parte o a toda una plantilla.
El despido del entrenador es un crimen perfecto. No digamos si, con su sustituto, el equipo frena su ca¨ªda y empieza a ganar. En poco tiempo ni siquiera se recuerda que antes hubo un t¨¦cnico con el que todo iba mal, y al que hubo que echar. Ese crimen desaparece. Y las ganas de investigarlo tambi¨¦n. Qu¨¦ m¨¢s da qui¨¦n fuera el verdadero culpable: lo importante es que parec¨ªa serlo el entrenador. Hay un relato de Roald Dahl, titulado Cordero asado, en el que un marido llega a casa y le dice algo a su mujer que el narrador no desvela. Se supone que le pide el divorcio. Ella se limita anunciar que preparar¨¢ la cena. Saca una pierna de cordero del congelador e, inopinadamente, golpea con ella la cabeza de su marido y lo mata. Despu¨¦s va a la tienda a comprar patatas y guisantes para al guiso, y al volver, ve al esposo tendido. Llora amargamente. Ni siquiera finge. A continuaci¨®n, llama a la polic¨ªa, que se pone a buscar el arma del crimen. Mientras, la mujer invita a los polis a cenar. Cando se comen el ultimo trozo de cordero, uno dice que el arma deber¨ªa ser f¨¢cil de encontrar, pues la v¨ªctima tiene el cr¨¢neo hecho trizas. ¡°Tiene que estar en casa¡±, se?ala. ¡°Probablemente bajo nuestras propias narices¡±, afirma otro.
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