?Esto no es f¨²tbol!
La tendencia al disfraz se adivina tambi¨¦n en las peque?as decisiones, como el d¨ªa que se empez¨® a exigir a los porteros que no se limitasen a serlo
Lleg¨® un d¨ªa en que si las cosas eran lo que parec¨ªan nos cre¨ªamos ligeramente defraudados. Nos sent¨ªamos como si acabasen de decirnos algo que ya sab¨ªamos, y obvio. Menudo atraco. Nos merec¨ªamos eso que se llama ?la sorpresa final?, en la que, de repente, las certezas quedan en suspenso y lo inventado apunta a la posibilidad de que en el fondo no lo sea. Se supone que no puedes imaginarte que las cosas resulten ser de cierto modo, y eso dispara su encanto. Ten¨ªamos derecho a que las historias, en el momento de acabar, nos dejasen con la boca abierta. El boquiabierto es alguien felizmente enga?ado.
En esta dial¨¦ctica, en la que nada es seguro, cay¨® tambi¨¦n el f¨²tbol, que participa del juego de enga?os para que unas cosas sean otras distintas. Quienes nos aficionamos a este deporte lo hicimos seducidos por su lado misterio, donde es posible que pase lo que no ten¨ªa que pasar. Exigimos, en cierto sentido, ser burlados, pues ah¨ª radica la diversi¨®n. Se cumple aquello de John Cheveer, que dec¨ªa que ¡°la emoci¨®n de que te cuenten una historia procede del hecho de poder ser enga?ado o seducido¡±.
El f¨²tbol desarrolla peque?os y grandes enga?os. Quiz¨¢ el m¨¢s ambicioso es hacer creer al rival que domina el partido porque controlar la posesi¨®n, mientras el contrincante recibe un chaparr¨®n. La sensaci¨®n de ser el amo de algo es narc¨®tica. Te anestesia y te sientes invulnerable. Eso te arrastra a excesos de confianza, momento en que el adversario cae sobre ti de modo inopinado. Cuando parec¨ªa que todo iba bien para tus intereses, resulta que de pronto va mal. Es uno de esos instantes en los que se acredita que las cosas no eran lo que parec¨ªan. Tiempo atr¨¢s, en uno de los trampantojos que Max publica en Babelia, se ve¨ªa a un hombre leyendo en el suelo. Transmit¨ªa felicidad, y la idea de que al fin la vida le hab¨ªa dado lo que ped¨ªa. Pero en la siguiente vi?eta, Max abr¨ªa el plano y descubr¨ªas que el c¨®modo suelo, en realidad era el lomo de una ballena blanca, y la estampa apacible se volv¨ªa desasosegante, igual que en el ¨²ltimo c¨®rner del Alav¨¦s despu¨¦s de que el Madrid controlase la posesi¨®n.
La tendencia del f¨²tbol al disfraz se adivina tambi¨¦n en las peque?as decisiones, como el d¨ªa que se empez¨® a exigir a los porteros que no se limitasen a serlo, y pareciesen tambi¨¦n a futbolistas de campo. En la necesidad de parecer otra cosa, y convertir esa m¨¢scara en una ventaja sobre el rival, tambi¨¦n se opt¨® otro d¨ªa por que los interiores o extremos intercambiasen su posici¨®n, alej¨¢ndose de su banda natural para jugar a pierna cambiada; otro, se empezaron a lanzar los saques de esquina en corto para convertirlos en jugadas elaboradas, en lugar de bombas directas al ¨¢rea. Y otro se cambiaba la alineaci¨®n en el ¨²ltimo momento, o se fing¨ªa un penalti, o una lesi¨®n. Y aun otro d¨ªa, en el paroxismo de la modernidad, alguien levant¨® la voz y dijo enfadado ¡°?F¨²tbol? ?Esto no f¨²tbol, es business!¡±, en el colmo de las falsas apariencias que vuelven m¨¢gico este deporte.
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