El fruto prohibido
La gran final ser¨¢ Argentina en estado puro: el exceso, para lo bueno y para lo malo
Un choque entre Boca y River es siempre algo extraordinario. Este Boca-River (y el River-Boca en dos semanas), la final a doble partido por el cetro del continente, es absolutamente excepcional. Y, para un europeo, tiene el sabor del fruto prohibido. Es la vieja absenta aut¨¦ntica, el tabaco sin filtro, el sexo sin precauciones, la droga sin mesura: es eso a lo que renunciamos, el exceso contra el que, responsablemente, seguimos luchando. Es lo que no nos conviene. Y, sin embargo.
Los europeos hemos conseguido, salvo alguna rara excepci¨®n, que las familias puedan acudir tranquilamente a los estadios. Hemos conseguido que en encuentros de m¨¢xima rivalidad ambas aficiones convivan con relativa armon¨ªa. Hemos conseguido que las grandes finales no se conviertan en brotes de guerrilla urbana. Hemos conseguido un f¨²tbol rico, t¨¦cnicamente fastuoso, socialmente festivo, apacible. Y, sin embargo.
?Qui¨¦n quiere acudir a un estadio peque?o y antiguo como la Bombonera, cuya vibraci¨®n resulta medible como movimiento s¨ªsmico? ?Qui¨¦n quiere apretujarse entre una multitud de pie y correr el riesgo de una avalancha? ?Qui¨¦n quiere compartir unas horas con una horda que se quema los pulmones a gritos, que se aferra a las vallas, que entra en un ¨¦xtasis de furor salvaje? No, no es conveniente. No es civilizado. Y, sin embargo.
El f¨²tbol argentino es de lo mejor del continente, como demuestra esta final porte?a. Pero carece de grandes figuras porque vuelan en brazos del dinero europeo y asi¨¢tico. Raramente alcanza la est¨¦tica de videojuego a la que nosotros estamos ya habituados. Es un f¨²tbol, en comparaci¨®n, tosco y sudoroso, febril, fan¨¢tico, elemental. Es un f¨²tbol que practican personas, no dibujos animados. Y, sin embargo.
El Boca-River huele a algo que en Europa no olemos desde hace muchos a?os. Exhala el aroma agrio a sudor y cerveza de los hooligans ingleses, el perfume dulz¨®n que dejaban atr¨¢s los tifosi italianos cuando destrozaban una estaci¨®n ferroviaria, deja en la garganta el picor de los gases lacrim¨®genos de cuando un cl¨¢sico setentero no terminaba realmente hasta que cargaban los antidisturbios. Huele a delirio, a riesgo, a adrenalina. Y, sin embargo.
?Qui¨¦n quiere compartir unas horas con una horda que se aferra a las vallas, que entra en un ¨¦xtasis de furor salvaje? No, no es conveniente. Y sin embargo...
Este es un f¨²tbol en el que las barras bravas siguen parasitando y extorsionando a los clubes, en el que las mafias dirigentes no se han trasladado a¨²n a los despachos elegantes de la alta finanza, en el que los derechos televisivos no han arrumbado a la masa que llena los estadios. Este es un f¨²tbol que no viaja en jet privado. Y, sin embargo.
La gran final de la Copa Libertadores enfrenta a dos hermanos gemelos nacidos en la vor¨¢gine portuaria y separados por la historia; a dos instituciones que podemos llamar xeneizes (genoveses en dialecto italiano) en el caso de Boca o millonarios, porque en otro siglo hicieron un fichaje caro, en el caso de River, pero que asumen sin prejuicios el mote despectivo que les adjudic¨® el hermano-enemigo: bosteros, por el excremento del ganado, los de Boca; gallinas, por un episodio gallin¨¢ceo de hace medio siglo, los de River. Tan seguros est¨¢n de su fe. Tan fan¨¢tico es todo esto. Tan irracional. Y, sin embargo.
Buenos Aires quedar¨¢ paralizada. La gente sensata evitar¨¢ las cercan¨ªas del campo de batalla, porque no se admite afici¨®n contraria pero, a veces, ya se sabe. El pa¨ªs contendr¨¢ la respiraci¨®n. La polic¨ªa se desplegar¨¢ como para contener una invasi¨®n. Estos excesos, por supuesto, no son socialmente higi¨¦nicos. Los futbolistas saltar¨¢n al campo boqueando por la responsabilidad y es posible que no ofrezcan su mejor juego, porque lo que est¨¢ en juego no es la gran victoria, sino la derrota definitiva. Y, como se sabe, las derrotas duran m¨¢s que las victorias. La gran final ser¨¢ Argentina en estado puro: el exceso, para lo bueno y para lo malo.
?C¨®mo no disfrutar loca, absurda, ciegamente de este placer insano, del que los europeos nos privamos hace tiempo?
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