Modric, un tipo de fiar
El croata hace siempre lo que puede, lo que debe y lo que conviene para que todo mejore
Regateando un drama. El River-Boca pas¨® por Madrid y, al d¨ªa siguiente, la ciudad pareci¨® la misma y los perdedores no pasaron por la guillotina. Un desperdicio de apocalipsis. Se jug¨® con todas las prevenciones t¨¢cticas que aconseja el miedo, con la inevitable tensi¨®n de una loca espera, a una velocidad por encima de la que pod¨ªan permitirse, con la pelota discutida siempre al borde del reglamento¡ Partido impreciso pero, con la ayuda de la ¨¦pica, emocionante. En mitad de la batalla, Gallardo sac¨® a Quintero, que se limit¨® a jugar con naturalidad. Un jugador talentoso y travieso al que bast¨® un amague a tiempo para eliminar a un rival, a la t¨¢ctica defensiva, a la tensi¨®n, al miedo¡ Desde Garrincha, el regateador ha sido un buf¨®n imprescindible del gran f¨²tbol. Se r¨ªe de la seriedad a la que estamos condenando este deporte y, si te descuidas, te gana una Final continental dram¨¢tica.
H¨¦roes inesperados. El f¨²tbol y sus paradojas. Quintero, que tiene tendencia a engordar, y Demb¨¦l¨¦, que no acaba de ordenar su vida, se hicieron perdonar gracias a un talento singular. Un partido puede empezar siendo desastroso, seguir siendo trabado, llegar a una meseta aburrida y terminar de un modo explosivo por la inspiraci¨®n de un elegido: Quintero, en el River-Boca. Los prodigios siempre ocurren en el momento menos pensado. Demb¨¦l¨¦, ante el Tottenham, sali¨® al campo perseguido por la pol¨¦mica y, en su primera intervenci¨®n, regate¨® por todos los medios conocidos a quien se cruzaba en su camino (cambio de velocidad y de direcci¨®n, freno y enga?o, imaginaci¨®n y t¨¦cnica) y el campo entero se le entreg¨® en un grito de gol interminable. Me gusta creer que no solo en la literatura cl¨¢sica la suerte se enamora de los h¨¦roes. Tambi¨¦n en el f¨²tbol, ese simulador exagerado de la vida.
No s¨¦ si me explico. En el gran Milan de Arrigo Sacchi jugaban fen¨®menos de la categor¨ªa de Baresi, Maldini, Van Basten, Rijkaard o Gullit y, entre ellos, corr¨ªa como un jornalero Angelo Colombo. Una debilidad del entrenador sobre la que no hay nada que alegar, porque todos los entrenadores tenemos un Colombo o, lo que es lo mismo, una debilidad dif¨ªcil de explicar. Berlusconi, que era un esteta del f¨²tbol, se hab¨ªa aficionado a ese gregario profesional. Pero lleg¨® un d¨ªa en que Arrigo decidi¨® que Colombo hab¨ªa cumplido su ciclo. ¡°?Por qu¨¦ cederlo?¡±, le dijo Berlusconi, ¡°si con ¨¦l lo hemos ganado todo¡±. La respuesta la cuenta Arrigo Sacchi en su libro F¨²tbol total: ¡°Hace tres d¨ªas que le llamo y me responde su mayordomo filipino. Presidente, si Colombo tiene mayordomo, es el final¡±. Me acord¨¦ de la an¨¦cdota cuando vi que Mariano aparec¨ªa en Valdebebas con un Rolls-Royce.
Un se?or jugador. Modric es otra cosa. Uno de esos jugadores que piensan y sienten el f¨²tbol con una pureza amateur, y que llegan al Bal¨®n de Oro por una profesionalidad ejemplar. Cuando la c¨¢mara nos sirve un primer plano, deja algo muy claro: para Modric el f¨²tbol es una cosa seria. Que se premie a un jugador antes que a un equipo define estos tiempos en los que se individualiza el ¨¦xito y el fracaso. Modric disimula esta anomal¨ªa, porque es una colosal pieza que no olvida su principal misi¨®n: asegurar el funcionamiento de la m¨¢quina. Hace siempre lo que puede, lo que debe y lo que conviene para que todo mejore. Trabaja cuando el equipo pierde la pelota, se muestra cuando la recupera, desequilibra cuando la tiene. Todo, con una discreci¨®n que transmite seguridad a los aficionados porque Modric es, ante todo, un tipo de fiar.
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