La marabunta
Con Tiger Woods sucede algo similar a lo que ocurre con Pep Guardiola: se han convertido en un fen¨®meno que trasciende al propio individuo
¡°?Qu¨¦ voy a hacer? Pues aguantar la marabunta¡±, dijo Jon Rahm al enterarse de que compartir¨ªa partido con Tiger Woods durante, al menos, las dos primeras jornadas del Masters de Augusta. Y no es una cuesti¨®n menor, por m¨¢s que el instinto nos empuje a asociar el deporte profesional con la presencia masiva de p¨²blico. El de Barrika ha jugado antes rodeado de una gran expectaci¨®n, flanqueado por gruesas hileras de espectadores que lo acompa?an de tee a green durante todo el recorrido, que sacan fotos y gritan a destiempo, pero la marabunta asociada al Tigre no se puede comparar con ninguna otra forma de expresi¨®n popular dentro del golf actual. Porque el de Cypress no solo ha cambiado su deporte para siempre, tambi¨¦n ha modificado algunas palabras del diccionario.
Del efecto devastador provocado por esa marabunta que rodea las apariciones de Tiger pueden dar fe casi todos los grandes nombres del panorama actual: Thomas, Fowler, DeChambeau, Stenson, Spieth, Reed¡ Todos ellos han compartido vueltas con Woods desde su regreso a los campos de golf y a todos les ha podido el peso de tantas miradas, el exceso de ruido, la devoci¨®n incontrolada que provoca el californiano y a la que ni ¨¦l mismo es del todo inmune, pese a la costumbre. Su padre, que fue el primero en intuir la magnitud del asunto que se tra¨ªan entre manos, aprendi¨® a utilizar el ruido como parte de las rutinas de entrenamiento del joven Tiger: lo interrump¨ªa, lo molestaba, lo insultaba¡ Ahora, convertido en todo un veterano al que ya le brilla una lustrosa coronilla en cuanto se quita la gorra, la marabunta sigue siendo uno de los h¨¢ndicaps m¨¢s importantes a los que debe enfrentarse en cada partido, en cada torneo.
No hay aficionado al golf que no quiera ver a Tiger Woods luciendo, de nuevo, la chaqueta verde de Augusta National. O quiz¨¢s s¨ª, qui¨¦n sabe: el mundo hace tiempo que da muestras palpables de haberse vuelto loco. Incluso sus rivales, muchos de ellos inoculados con el virus del golf por el propio Tigre, esbozar¨ªan una sonrisa de satisfacci¨®n si el pr¨®ximo domingo viesen su nombre en lo m¨¢s alto de los tableros informativos al final de la jornada. A eso aspira la famosa marabunta a la que hace referencia Jon Rahm, heredera de aquella Arnie¡¯s Army que acompa?aba a Arnold Palmer cuando nadie pod¨ªa imaginar que el golf acabar¨ªa coronando a un nuevo rey, un rey de ¨¦bano que aspira a superar el r¨¦cord de Jack Nicklaus pero que, casi desde su misma eclosi¨®n, ha batido todas las cotas de carisma que en su d¨ªa alcanz¨® el Gran Oso Dorado. Pero hay algo m¨¢s.
Con Tiger sucede algo similar, salvando las distancias, a lo que ocurre con Pep Guardiola. Muy a su pesar, ambos se han convertido en un fen¨®meno que trasciende al propio individuo para convertirlo en un objeto de percepci¨®n global, un todo al que alabar o criticar sin t¨¦rmino medio ni matices de ning¨²n tipo. Ha habido muchos m¨¢s a lo largo de la historia del deporte pero, en el caso concreto del americano y el catal¨¢n, uno tiene la sensaci¨®n de que la famosa marabunta aspira a ser testigo de la gran tragedia hist¨®rica. Casi podr¨ªa decirse que son la versi¨®n deportiva del diestro Jos¨¦ Tom¨¢s: ya no importa tanto verlos triunfar una vez m¨¢s como poder presumir de haber estado presentes el d¨ªa que murieron, definitivamente, en una plaza.
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